UNA SERPIENTE EN EL DESIERTO

VIDA DE JESÚS DE NAZARET


Tentación a Jesús en el desierto
"No solo de pan vive el hombre"
"No tentarás al Señor, tu Dios"
"Adorarás al Señor, tu Dios, y solo a Él servirás"


Leví de Cafarnaúm a mi hermano, el querido Mellizo:

La serpiente se mantiene al acecho, y que trata de engañarnos con nuestro propio corazón, y nuestra propia soberbia cuando quiere meterse en nuestra vida, en nuestra propia tristeza y desengaño, cuando las cosas no funcionan. Pero también, a veces, él mismo da alas a tu arrogancia y a tu orgullo, si haces algo bien.

En estos días, recordé algo que el Maestro me había contado justo después de conocerlo; Había sido una mañana, a la orilla del mar; yo no podía dormir y salí fuera de la casa de Piedro, y allí estaba Jesús, rezando.

Me contó que antes de comenzar a andar con nosotros, se había ido a preparar al desierto, y había estado allí cuarenta días y cuarenta noches, algo que tenía que ver, al menos en el número, a los cuarenta años que había durado el pueblo de Israel dando vueltas por el desierto. A Jesús le gustan las coincidencias en los números. Con su relato, comprenderás lo que nos dijo un día: “los hijos de las tinieblas, son más listos que los hijos de la luz”. Y también comprenderás, como dijo Jeremías: “no hay nadie como tú, Señor”.[1] Yo he intentado entrar en la cabeza del Maestro, y reproducir lo que Él sintió en esos momentos complicados.

Siempre te imagino muy lejos de nosotros; muy hacia levante. “Id por el mundo y enseñad la buena noticia”; tú lo estás aplicando a rajatabla.

Que la paz esté contigo.[2]


La cabeza me iba a explotar. Lo que yo estaba sintiendo no era normal. Si mi madre me hubiera visto así, se habría enfadado de verdad. La realidad se mezclaba con la alucinación. Llevaba mucho tiempo sin comer. Estaba esquelético, con los ojos hundidos; los sentía unidos al cerebro tras los párpados.

¡Hijo! ¡Hijo!Escuchaba dentro de mi cabeza como si mi madre me llamara con el pensamiento. Veía las montañas desérticas dobles; unas cuantas nubes jugueteaban a lo lejos con el viento.

¡Camina más lejos! ¡Al fondo!Escuché que me gritaban. Miré al horizonte y vi el Mar Salado, rodeado por dunas imposibles.

¡Padre!Musitaba¡Ven en mi ayuda!

No te puede oír me dijo una voz cercana—, tu Padre solo escucha cuando no lo necesitas.

¡Hijo! ¡Hijo!Volví a escuchar a mi madre.

Ésa está más lejos, todavía insistió la voz; abrí los ojos y vi a un ángel; el ángel más bello. No comprendí lo que sucedía; el ayuno me había dejado completamente sin fuerzas. Los labios los tenía quemados por el sol, y me sangraban. El ángel me dijo:

Estoy preocupado por ti. Como no comas te vas a morir. Y si te mueres, ¿quién va a hacer lo que solo tú puedes hacer? —me decía mientras jugaba con sus cabellos. El ángel insistió: Realmente eres tonto; le hablas a tu Padre y no le pides lo que cualquier Padre estaría dispuesto a dar a un hijo hambriento. Pídele que este montón de piedras se conviertan en panes, y así podrás comer.

No comprendía como un ángel tan bello me decía esas cosas. Yo había hecho el propósito de no comer, con el objetivo de prepararme para lo que venía. Mis ojos estaban vidriosos. La cabeza me daba vueltas y me dolía mucho. El corazón parecía cansado de latir, me dolía el estómago. Parecía que me daban arcadas, pero mi cuerpo no tenía nada qué vomitar. Mis ojos se cerraban.

¿Qué has dicho? —musité al fin—. El ángel respondió como si estuviera harto de hablar conmigo, y repicando cada palabra:

Pues que tu Padre quiere lo mejor para ti, y como tu Padre es Yahvé y tú eres su hijo predilecto, que digas que estas piedras se conviertan en panes, y así podrás comer. Apenas tuve energías para decirle:

¿Tú crees que solo de pan vivimos los hombres? Te aseguro que también vivimos de las palabras que nos da Dios. Lo dice la escritura. El ángel puso cara de sorpresa. Su rostro se confundía con el sol que tenía enfrente. Me sentía realmente mal.

¡Vaya, vaya!exclamó el ángel. ¡O sea que nuestro hambriento judío, criado en Galilea, se las trae con las escrituras! Veo que te has acordado de cuarenta años en el desierto, y los has puesto como si fueran cuarenta días; y trasladas el hambre de tu pueblo, al hambre tuya. ¡Inteligente! ¡Sí señor![3] No estaba yo para batallas dialécticas; me dolía todavía mucho mi cabeza, y no alcanzaba a concentrarme.

¡Ven!Me dijo él. Quiero que descanses un poco; te llevaré a un sitio que te debe gustar; así reposará tu espíritu. Sentí como si me llevaran en volandas sobre la tierra; todo me daba vueltas. Me encontré en la esquina superior del recinto del Templo, donde las vistas eran estupendas. Miré hacia abajo; vi las escaleras de acceso al recinto y me dio vértigo, porque era altísimo; pero miré hacia el Templo y pensé en mi Padre. “Padre: ayúdame; tú eres mi fuerza”.

Estás pidiendo ayuda a tu Padre. ¿Por qué te da vértigo? ¿No eres el Hijo de Dios? Tú deberías saber lo que dice la escritura: se puso solemne y recitó:

Encargará a sus ángeles que te cuiden

donde quiera que vayas;

te llevarán en las palmas de las manos,

para que no tropieces con las piedras[4]

Yo mismo soy un ángel; no dejaré que te pase nada. —Cuando decía “no dejaré que te pase nada”, pasaba la mano derecha con la palma hacia debajo de izquierda a derecha con el fin de darle más énfasis a lo que decía. “¿Por qué me dice esto?”, pensaba para mis adentros.

También está escrito: “No tentarás al Señor, tu Dios”[5] —le respondí.

¿Tú crees que eres Dios? ¡Si yo soy el rey de la tierra, y lo sabes! ¡Tengo todo el dominio! ¿Pero sabes? Puedo darte el mundo entero, para que tú seas el rey. Imagina todo el poder y toda la gloria para ti. Tú te lo mereces. Veo que te esfuerzas demasiado, y ese esfuerzo merece un premio. Te voy a dar todos los reinos del mundo y la contrapartida será muy fácil; yo te veo muy débil y no quiero verte más agotado de lo que estás. Solo tienes que postrarte ante mí y adorarme. Aún tuve un poco más de fuerza para mirarlo a los ojos, que eran oscuros y profundos; solo alcancé a decirle:

¡Vete de aquí Satán! ¡No te soporto más! Solo me postraré ante mi Padre, que es el verdadero Dios, porque está escrito: “Adorarás al Señor tu Dios, y a Él solo servirás[6] Cerré los ojos con fuerza; cuando los abrí, vi a Miguel[7] a mi lado; sentí un alivio grande. Sé que lo envió mi Padre para reconfortarme.

¡Gracias Padre!le dije, casi desmayándome.

Los cuarenta días que me había propuesto alcanzar, para prepararme entre la arena y el polvo del desierto, habían llegado a su fin. Miguel me trajo un poco de agua y algo de comida. Había pasado una temporada muy dura de mi vida; cuarenta días sin un alma cerca, sin un consuelo y sin una alegría. La arena en el viento se había confundido con la visión del ángel bello, que no era otra cosa que el engaño y la mentira. Yo sabía que el ángel bello volvería; él no se da por vencido, así de fácil. Sentí el alivio de la mano de mi Padre. La falta de comida y bebida se podía superar; la falta de mi Padre, no.



[1] Jer 10,6.

[2] Este relato está firmado por Leví, pero refleja todo lo que sintió Jesús en primera persona.

[3] Después de 40 años en el desierto, Yahvé dijo al pueblo la frase de “No solo de pan vive el hombre”. Dt 8,3.

[4] Sal 91,10-11.

[5] Dt 6,16.

[6] Dt 6,13.

[7] El Arcángel San Miguel.


Comentarios


En un viaje a Jerusalén para estabilizar la tumba donde,
según la tradición, fue enterrado Jesús de Nazaret,
el Padre Carlos Pineda encontró una caja de cedro,
que contenía papiros con cartas y otros documentos.

Esta novela es su recopilación ordenada.

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