LA PROFECÍA DE ZACARÍAS

VIDA DE JESÚS DE NAZARET


Caifás maquina cómo matar a Jesús
Judas va a ofrecerse para traicionar a Jesús


“Y les dije: Si os parece bien, dadme mi salario; y si no, dejadlo. Y pesaron por mi salario treinta piezas de plata”

Zacarías[1]

 

Josef Bar Kayafa a mi querido hijo:

Tal como te dije en una carta pasada, debes ser más astuto que tu enemigo. Esa es la clave del éxito y la garantía del triunfo. Para la muestra, el relato que te envío.

Que Yahvé te acompañe[2].


Najum Bar Calev cerró la puerta tras de sí; en su mirada se reflejaba el rencor. El nazareno había traspasado todas las líneas y Najum no estaba dispuesto a tolerarlo. Escuchar hablar a Jesús de Nazaret lo convertía en un hombre fuera de sus casillas.

—“¡Hipócritas! ¡Serpientes! ¡Raza de víboras!” —entró gritando por la puerta.

—¿A quién insultas? —le pregunté.

—Es un insulto, ¿verdad? “¡Habéis asesinado a todos los profetas, desde Abel hasta Zacarías!” Es una acusación. ¿verdad? Pues que sepáis que el nazareno anda diciendo todas esas cosas de nosotros —dijo, señalando a Anás, mi suegro.

—¿Cómo se atreve? —preguntó él.

—Se atreve, y lo hace. ¡Como nadie hace nada para detenerlo! —repuso Najum, desafiándonos.

—Ya te había dicho yo, querido suegro, que este hombre nos iba a dar problemas —le dije; además de nosotros tres, estaban allí dos escribas y tres fariseos.

—¿Pero no estaba tomada ya la decisión de prenderlo? —preguntó Anás, quien la mayoría de las veces no asistía a estas reuniones, sino que lo dejaba todo en mis manos. Era un viejo muy astuto, y sabía que si yo me equivocaba, el perjudicado iba a ser yo; pero si acertaba el beneficio era para él.

—Por eso precisamente he mandado llamarte —le respondí—. Este problema va a más todos los días. No sé si supiste, pero el primer día de la semana la gente estaba eufórica recibiéndolo en la ciudad, como si fuera el Mesías. “¡Rey de Israel!”, le gritaban. Por otro lado, en el Sanedrín no todos están de acuerdo en acabar con Él.

—¿Qué me dices?

—Así como lo oyes. ¡Dentro del Sanedrín mismo, el nazareno tiene sus seguidores!

—¿Y quiénes son esos estúpidos? —preguntó Anás entornando los ojos, y moviendo las manos.

—Nicodemo y José de Arimatea.

—¿Arimatea? —preguntó mientras sacudía la cabeza con rabia— Nunca me he fiado de la gente de esa región, comenzando por Samuel que nunca fue hijo ni de moabitas, ni de amonitas, ni de israelitas[3]. Tenemos que hacer algo —me dijo, mientras torcía la boca—. ¿Tú no tenías un conocido entre sus discípulos?

—Sí, pero ese conocido es un asustadizo que no va a hacer nada en contra de Él.

—¿No tienes nada que utilizar en contra de él? ¿No es adúltero, ni ladrón, ni nada?

—Nada; es un pobre tonto que se limita a temblar de miedo —le dije decepcionado.

—El miedo no es poca ayuda.

—Sí; yo he intentado asustarlo, pero es muy joven y sin mucha experiencia.

—¿Y si lo presionamos? —insistió.

—Saldrá corriendo. No creo que sea posible utilizarlo —dije negando con la cabeza—. Yo creo que deberíamos aprovechar que Jesús está aquí. Recordad lo que sucedió en la fiesta de la Dedicación; lo íbamos a apresar, pero los tontos de la guardia del Templo se dejaron engañar, ¡y ahora el problema es doble!

—Pero ¿lo vas a prender durante la Pascua? —preguntó alarmado.

—¿Y qué otra cosa sugieres?

—No sé; no tendríamos nada seguro.

—Pero entonces, ¿qué hacemos?

—Si la gente lo quiere tanto, como dices, no será fácil prenderlo sin producir una pelea —argumentó—. Y ya sabes cómo se pone el gobernador con las fiestas, en especial con la Pascua. Se pondrá muy nervioso y nos hará responsables a nosotros de cualquier cosa que suceda. No olvides que en estas fechas llena la fortaleza Antonia de soldados bien apertrechados. —decía, negando con la cabeza. En ese momento entró un criado y me dijo en secreto:

—Te busca en la puerta un tal Judas de Keriot.

—Pregúntale quién es —le respondí. El criado salió, mientras mi suegro preguntaba insistente:

—¿Sabéis donde duerme?

—Yo he averiguado que tiene unos familiares en Jerusalén, y he hecho que la guardia del Templo vigile, pero no lo han visto en estos días. Probablemente tenga otros amigos o incluso es posible que duerma fuera de Jerusalén y venga diariamente.

—No lo creo —dudó—; seguro que está en Jerusalén; a mí me han dicho que a veces lo ven en las piscinas del norte de la ciudad.

—Sí; la casa que te digo de sus familiares es allí cerca. —En ese momento volvió el criado y me susurró al oído:

—El tal Judas de Keriot dice que es uno de los discípulos de Jesús de Nazaret.

—Señores —dije cortante, y con una sonrisa—; puede que tengamos las solución a nuestros problemas aquí mismo. Voy a hacer pasar a uno de los suyos. —Todos se miraron entre sí, y no entendían. Que apareciera un seguidor del nazareno, era una señal que había que aprovechar.

—¡Hazlo pasar! —le dije al criado.

—¿No me dijiste que no conocías a nadie más que al joven asustadizo? —me preguntó Anás.

—Es que a este no lo conozco. Es la primera vez que voy a hablar con él. No sé por qué ha venido. Veremos qué podemos sacar de él. —Después de un breve instante, el hombre entró; era elegante para estar con esa banda de pobretones.

—¿Cómo te llamas? —le pregunté mientras lo miraba de arriba a abajo—. ¡Siéntate! —le ordené, mientras le ofrecía una silla.

—Judas de Keriot, señor —me contestó nervioso, mientras se sentaba.

—¡Keriot! Bonito pueblo —le dije levantando las cejas en señal de aprobación—, ¿vas allí con frecuencia?

—Últimamente no, señor, pero allí tengo a mis padres y un campo donde sembramos trigo. —me quedé pensando un instante y le dije:

—¡Trigo! ¡Qué bien! —hice una pausa mirando a mi suegro y le dije—: Me ha dicho mi criado que tú eres un discípulo del nazareno. ¿Qué haces tú con el nazareno? Con Él andan obreros y pescadores, pero nunca me imaginé a un dueño de campos de trigo.

—Si señor; soy el que lleva las finanzas del grupo —me respondió; a lo mejor era verdad, pero él me lo decía para que yo confiara en sus palabras.

—¡Las finanzas! ¡O sea que eres uno de los líderes del grupo! —le dije, haciéndome el sorprendido. Hacerle la pelota a alguien siempre ha sido una estrategia que funciona.

—Más o menos, señor —me contestó.

—Muy bien. ¿Y qué te trae por aquí donde este humilde servidor del pueblo? —le dije, siguiéndole la corriente.

—Me he enterado de que queréis prenderlo, y yo no quiero ser arrestado con Él. Pero, lo que sí puedo hacer, es entregároslo.

—¿Y qué pides a cambio? —le pregunté. Todo en la vida se mueve por interés, y éste Judas de Keriot no iba a ser la excepción.

—No lo sé; ¿qué me daríais?

—Podemos hacer los arreglos con el fin de darte unas tetradracmas de Tiro —le dije como si esas monedas se vieran todos los días—; son unas monedas grandes de plata. ¿Las conoces?

—Sí, claro. ¿Y cuántas me daríais?

—Pues no sé; unas veinte.

—Son pocas —dijo el muy miserable.

—¡Hay que trabajar mucho para conseguir una sola de esas monedas! —protesté yo.

—Sí, pero Jesús de Nazaret puede ser muy escurridizo —argumentó moviendo la cabeza de lado a lado; se levantó y se fue. Todos nos quedamos mirándonos con cara de estúpidos.

 



[1] Zac, 11-12. Este Zacarías no es el padre de Juan el Bautista, sino un profeta judío del siglo VII A.C.

[2] José Bar Kayafa, mejor conocido como Caifás.

[3] Samuel fue el profeta que eligió al primer rey de Israel, Saúl.


Comentarios


En un viaje a Jerusalén para estabilizar la tumba donde,
según la tradición, fue enterrado Jesús de Nazaret,
el Padre Carlos Pineda encontró una caja de cedro,
que contenía papiros con cartas y otros documentos.

Esta novela es su recopilación ordenada.

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