EL HIJO DEL HOMBRE
VIDA DE JESÚS DE NAZARET
Jesús en el Gazofilacio
"No va a quedar piedra sobre piedra"
"Os llevarán ante jueces y gobernadores"
"Mis palabras no pasarán"
"Venid benditos de mi Padre"
Extracto de una carta de Santiago el menor, hijo de Cleofás, a Juan:
—El mundo va a sufrir! —anunció Jesús con una energía con la pocas veces lo habíamos visto hablar. Era el tercer día de la semana, y estábamos en el huerto preferido del Maestro, a las afueras de Jerusalén. Todos terminamos muy asustados después de lo que nos dijo, porque algo muy malo iba a pasarle a todas las personas del mundo, que iba cambiar para siempre el destino de la raza humana, y nadie lo podía impedir.
Todo había comenzado esa mañana en el Templo, en el lugar de las ofrendas que llamábamos el “gazofilacio”, donde una viuda estaba echando dos moneditas en una de las trece grandes huchas en forma de trompeta, en las cuales estaba escrito el destino de esas ofrendas que allí se recogían.
—¿Habéis visto a esa pobre viuda? —nos dijo Jesús— ha echado dos leptones en el lugar de las ofrendas. Diríais que es muy poco, ¿verdad? ¿Qué son dos leptones? ¿Qué se puede comprar con ellos? ¡Nada! Pues os aseguro que esa viuda ha echado mucho más que lo que habían echado todos los otros ricos que hemos visto hoy aquí; porque los ricos han ofrecido mucho dinero, pero realmente han dado lo que les sobraba; en cambio la viuda ha echado todo lo que tenía para comer.
En el pórtico de Salomón, todo lucía esplendoroso; había gente que venía desde todos los sitios del mundo solo para ver el Templo.
—¡Qué bonito es! —decía el Mellizo— ¡y qué piedras tan gigantescas!
—¿Y sabéis que toda esta gran plaza se sostiene con unas grandes arcadas de piedra que han construido debajo? —apuntó el de Keriot— ¡Es una obra magnífica!
—No creo que a los romanos les guste mucho porque un lugar tan amplio, en pleno corazón de la ciudad, permite la reunión de mucha gente y aquí puede iniciarse una revuelta contra el imperio.
—Maestro, ¡y mira qué belleza todas las piedras de adorno que están poniendo! ¡Qué bien pulidas y talladas! —le dijo Simón el cananeo, maravillado por la construcción. Jesús le respondió:
—Para que sepáis de lo efímero que es este mundo —se lamentó Jesús—, ¡Qué Templo tan majestuoso! ¡Y todo esto se va a destruir completamente!
Jesús me miró en ese momento, y adivinó mi sentimiento de sorpresa y tristeza. Todos nos habíamos quedado mudos ante lo que acababa de profetizar, porque el Templo era el orgullo de todos los judíos. El Maestro decidió entonces que nos fuéramos al Monte de los Olivos a descansar, pero todos estábamos preocupados. Ese día no hubo tal descanso porque Jesús, para reforzar lo que había dicho antes, nos dijo:
—Van a suceder muchas cosas que ni siquiera imagináis: ¿creéis que vais a estar seguros? ¡No! Recordad que os dije que todo el que defienda la voluntad de Dios, lo va a pasar mal y, si sois fieles a mi palabra, vais a ser odiados por todos los pueblos y os van a perseguir. Entonces muchos desfallecerán y se traicionarán unos a otros, incluso entre hermanos, padres e hijos. Pero cuando os lleven a la fuerza para ser juzgados ante reyes y gobernadores por causa de mi nombre, y os pregunten acerca de mí y de lo que os he enseñado,
—Espera, Maestro —le dijo Felipe—, ¿entonces todos nosotros vamos a sufrir? —Jesús asintió, mordiéndose el labio.
—Sí, Felipe; vais a sufrir; incluso a algunos de vosotros os van a matar; pero no os asustéis por nada, porque si tenéis la confianza puesta en Dios no debéis preocuparos por nada. El que sea capaz de perseverar hasta el fin, con paciencia, salvará su alma y ni un solo cabello de su cabeza se perderá para el reino de los cielos. —A todos se nos hizo un nudo en la garganta.
—Maestro, pero lo que dijiste sobre la destrucción del Templo, ¿cuándo va a suceder? —le preguntó Andrés, más preocupado por el Templo que por lo que le acababa de decirle a Felipe.
—Cuando veáis a Jerusalén cercada por los ejércitos enemigos, sabréis que ha llegado la hora de su destrucción
—Esos que no logren huir serán llevados cautivos a otras naciones; Jerusalén será pisoteada por los gentiles y los hijos de Abraham estarán muy tristes. Sin embargo, lentamente la buena noticia del reino de Dios se enseñará en toda la tierra y a todas las razas, y serán muchos los justos en el mundo que la reciban.
—Me imagino que en ese momento irás a reinar sobre el mundo entero —afirmó el cananeo.
—Todavía no sucederá eso, Simón, pero muchos vendrán en mi nombre diciendo “¡Yo soy el enviado!”. Y van a engañar a muchos, pero vosotros no los sigáis. Y, como dice el profeta Daniel,
“Pondrán en el pináculo
una abominación devastadora,
hasta que la consumación decretada
venga sobre el devastador”. [2]
—Luego se levantará pueblo contra pueblo y reino contra reino; y va a haber terremotos en muchos lugares y hambres y pestes y cosas espantosas.
—Pero Maestro —repuso el mismo cananeo—, ¡eso suena como si se fuera a acabar el mundo!
—Todavía no, Simón; eso solo será el comienzo de los verdaderos dolores. Primero vais a oír hablar de guerras y de revoluciones en todo el mundo y Jerusalén estará en manos de gentiles, hasta que se cumplan los tiempos de las naciones. Luego, vais a ver grandes señales en el cielo, y surgirán falsos profetas que harán falsas maravillas hasta el punto de engañar a los mismos elegidos por mi Padre. Y va a haber una gran tribulación en la tierra como no la ha habido desde el principio de la creación del mundo. ¡Pobres las mujeres que tengan hijos en esos días! Y si mi Padre no fuera una inagotable fuente de misericordia, nadie se salvaría. Y sucederá como advirtió el profeta Isaías:
“El sol se oscurecerá,
la luna no dará más su resplandor,
las estrellas caerán del cielo
y los poderes de los cielos se conmoverán”[3]
—¡Qué duro va a ser eso! —apuntó Felipe.
—Sí, Felipe; en la tierra habrá una angustia tan grande por escuchar el estruendo del mar, que los hombres van a enloquecer de miedo. Y entonces sí va a venir el fin del mundo: aparecerá en el cielo la señal de Dios y, en ese momento,
—Por favor, Maestro, no nos mantengas en vilo; dinos, ¿cuándo va a pasar todo esto?
—Os dais cuenta de que el verano está cerca, cuando las ramas de los árboles se ponen tiernas y brotan las hojas; ¿verdad? Así sabréis que el fin del mundo está a las puertas. Y todo esto que os he dicho le va a suceder a gente como vosotros. El cielo y la tierra se van a acabar, pero mis palabras perdurarán. ¿Os acordáis de lo que sucedió en los días de Noé?
—Sí, Maestro —apuntó Santiago el mayor.
—Noé entró en el arca y la gente no se dio cuenta de lo que venía sino cuando llegó el diluvio y los arrastró. Y lo mismo le pasó a la gente de Sodoma y Gomorra: la gente vivía tranquila, pero el día en el que Lot salió de la ciudad, llovió fuego y azufre del cielo y todos murieron. Y acordaos de la mujer de Lot que volvió la mirada, a pesar de la orden del ángel y se convirtió en una estatua de sal. Pues así será la venida del Hijo del hombre: quien pretenda salvar su vida, la perderá; pero quien la pierda, la conservará.
—Pero Maestro —insistió Piedro angustiado—, ¡ no nos has dicho cuándo va a ser esto!
—El día y la hora, nadie lo sabe, Piedro; como os he dicho varias veces, vosotros debéis ser como los siervos que no saben cuándo volverá el Señor de la casa, si por la tarde, a la media noche, o al canto del gallo, o a la madrugada; y tenéis que estar pendientes no sea que, por venir de repente, os encuentre dormidos. No os debéis entregar a los vicios, ni a la embriaguez; ni debéis vivir obsesionados por las preocupaciones de esta vida, porque ese día vendrá de improviso, y caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra; y será en un abrir y cerrar de ojos, como un relámpago que sale por el oriente y brilla hasta el occidente. Ese día van a estar dos en un mismo lecho: uno será tomado para el reino de los cielos, y el otro dejado; van a estar dos en el campo: uno será tomado y el otro dejado; van a estar dos mujeres moliendo juntas el trigo: una será tomada y la otra dejada.
—¡Qué angustia Maestro!
—Sí, Piedro. Y entonces el Hijo del hombre se sentará en su trono, acompañado de sus ángeles, y se reunirán ante Él todas las gentes desde un extremo de la tierra hasta el extremo del cielo; y estarán allí todos los seres humanos desde Adán hasta los concebidos al fin del mundo; y el Hijo del hombre los va separar a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos; y pondrá a las ovejas a su derecha y los cabritos a su izquierda. Entonces el Rey le va a decir a sus ovejas, que lo han seguido fielmente: “¡Venid, los que habéis estado al lado de mi Padre! ¡Os voy a dar el reino que ha sido preparado para vosotros! Porque cuando tuve hambre, me disteis de comer; cuando tuve sed, me disteis de beber; cuando estaba en tierra extranjera, me hospedasteis; cuando estaba desnudo, me vestisteis; cuando estuve enfermo, me visitasteis; cuando estuve en la cárcel, vinisteis a verme”. Los justos se extrañarán por esas palabras, porque no serán conscientes de haber hecho nada de eso; y el Rey afirmará: “Cuando ayudasteis a mis hermanos, los que menos tenían, o cuando consolasteis al triste que estaba a vuestro lado, o cuando dabais una limosna e incluso cuando estabais rezando por un muerto, todas esas cosas buenas que hacíais por los demás, es como si me las hubierais hecho a mí”.
—Y entonces dirá también a los de su izquierda: “¡Idos de aquí, malditos, porque estáis destinados al fuego eterno preparado para el Diablo y los que lo siguen! Porque tuve hambre, tuve sed, estuve desnudo, estuve en tierra extranjera, estuve enfermo y en la cárcel, y nunca os preocupasteis por mí”. Entonces ellos se mirarán unos a otros, sin comprender, y le replicarán: “Señor: nosotros nunca te hemos visto hambriento o sediento, peregrino o desnudo, enfermo o en la cárcel. ¡Y si no te hemos visto, no es posible que te pudiéramos asistir!”. Entonces Él les contestará: “No me habéis visto porque estabais pensando únicamente en vosotros, ignorando a vuestros hermanos que tenían necesidad; cada vez que no socorristeis a los que os pedían ayuda, o cada vez que vivisteis vuestra vida de espaldas a los que os rodeaban, me estabais dando la espalda a mí”.
Todos nos mirábamos angustiados por lo que había dicho el Maestro. Yo pedí al Padre que me perdonara si en algún momento lo había ofendido. No quería estar entre los rechazados por Él. Jesús decidió entonces que nos quedáramos a pasar la noche allí; Judas de Keriot y Simón el cananeo fueron a comprar algo para comer y, entonces, a la luz de una hoguera nos confesó:
—Dentro de dos días será el día de los ázimos, y el Hijo del hombre va a ser entregado y lo van a crucificar. —¿Después de toda esta angustia, ahora nos dice que va a ser crucificado? Yo no entendía; entonces le dije a Piedro que estaba a mi lado:
—¿Por qué habla de crucifixión si a Él no lo están buscando los romanos?
—Tienes razón; si Jesús va a morir, lo van a apedrear; pero yo no creo que pase nada de eso. Ya viste el recibimiento que le hizo el pueblo el primer día de la semana.
El río discurría por otro cauce, y nosotros no habíamos querido verlo.
[1] Este asedio se cumplió en el año 70 DC, cuando Tito cercó Jerusalén, que había sido tomada por los zelotes en el año 66 DC. Tito destruyó la ciudad y el Templo.
[2] Dan 9,27.
[3] Is 13, 9-10; 34, 4.
[4] Dan 7,13-14.
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