LA VERGÜENZA
VIDA DE JESÚS DE NAZARET
Anuncio de la pasión
Los Zebedeos piden los primeros puestos en el cielo
"Podemos"
"El que quiera ser el primero, que sea el servidor de todos"
Apuntes de Juan para su Evangelio:
—¿Y por qué te vas al monte Nebo? —me preguntó mi madre contrariada, cuando aún yo no conocía a Jesús. La verdad era que yo tampoco estaba muy convencido de hacer este viaje, pero ya lo tenía decidido, y no me gustaba que mi madre se entrometiera. Era la primera vez que yo salía de mi casa, y no quería ninguna sorpresa.
—Me han dicho que no es exactamente el monte Nebo —respondí—; que es en el Jordán
—Da igual; vosotros teníais que estar ayudando a vuestro padre.
—Ya lo sé; vendremos y le ayudaremos; no te pongas así.
—¿Y cómo quieres que me ponga si vuestro padre se queja de que no le ayudáis? —me dijo mi madre con un enfado no del todo justificado.
—Nosotros sí le ayudamos, madre —protesté—. De hecho Santiago se va a quedar para ayudarle.
—¿Tu hermano va a ser capaz de hacerlo todo solo? —preguntó recalcando su punto de vista.
—No lo sé, madre; pero en eso hemos quedado él y yo.
—Pues más te vale que aproveches el tiempo, porque Santiago va a quedarse solo con tu padre y con Jonás, porque los hijos suyos se van también.
—¿Y qué puedo hacer yo, madre? Ellos son ellos, y nosotros somos nosotros; yo he llegado a un acuerdo con mi hermano; él trabaja ahora, y ya yo trabajaré cuando él no pueda. Lo que hagan los de Jonás es asunto suyo.
—Pues a mí no me gusta ver a tu padre así —insistía mi madre; las madres pueden llegar a ser pesadas cuando se les mete algo entre ceja y ceja.
—¿Ver a mi padre cómo?
—Pues tenso y sin saber qué hacer con el negocio.
—A ver, madre; no saques las cosas de quicio; nosotros estamos pendientes de él, y no va a estar desprotegido; si acaso los de Jonás…
—¿Y no has dicho que los de Jonás tendrán sus propios problemas? ¿Quién te entiende?
—Pues eso, madre; que no quiero discutir más contigo.
Mi madre se quedó callada; tenía razón, en parte; pero no en todo. Yo sabía que las responsabilidades no se deben dejar de lado, así como así, y que yo estaba descargando parte de la mías en mi hermano; pero yo había llegado a un acuerdo con él, y sentía que debía perseguir mi destino, y no seguir pegado al manto de mi madre. A lo mejor después me iba a tocar a mí trabajar por Santiago, el doble o el triple; él entendía todo, pero mi madre no.
Un poco más de dos años más tarde, recordaba yo todo lo que había sucedido en ese momento, porque las discusiones con mi madre se repetían. Ella se había unido al grupo de mujeres que andaban con Él, junto con Juana, mujer del administrador del rey Herodes, María la madre de Jesús, María la Magdalena y la otra María, la madre de los primos del Señor.
Todos los que seguíamos a Jesús estábamos muy preocupados porque los enemigos de Jesús estaban cerca y eran muy poderosos. Estábamos cerca de Betel, en Efraím, y pensábamos que, por fin, el Maestro había decidido que volviéramos a Galilea. Sin embargo, ese día decidió volver a Betania, en Judea, porque lo habían invitado a una gran cena en casa de un fariseo llamado Simón, al que el Maestro había curado de la lepra.
Mi madre nos sacó del grupo a mi hermano y a mí y comenzó su a decirnos:
—¡Habéis perdido demasiado tiempo!
—Madre, eso no es cierto —protestó mi hermano Santiago.
—Vuestros amigos no son tan amigos —insistió mi madre.
—¿Cómo dices eso? —protesté yo, mirando al cielo pidiendo paciencia.
—Os van a dejar de lado, en cuanto puedan, y por eso tenemos que actuar ya. —Nosotros no entendíamos lo que quería decir, pero se veía que ella ya tenía fraguado un plan. ¡Siempre lo tenía!
Dos días más tarde, mi madre volvió al ataque:
—Debéis ir a pedirle los mejores sitios en el reino que va a instaurar el Maestro cuando Él sea rey —nos dijo después de alejarnos un poco del grupo—, y debe ser lo antes posible.
—Madre, ¿cómo se te ocurre? Nos echaremos a todos encima —protestó mi hermano.
—¿Y qué? ¡No os dais cuenta que ellos mismos están detrás de lo que vosotros mismos buscáis!
—Madre, pero…
—No hay pero que valga; vosotros vais y le pedís, que en su reino, vuestros puestos sean uno a la derecha, y el otro a la izquierda del Maestro.
Mi hermano y yo nos miramos; sabíamos que íbamos a crear un ambiente nocivo en contra de los dos; ya antes habíamos discutido, en el seno de los doce, quién iba a ser mayor que los demás, y a Jesús no le había gustado. El Maestro nos tenía mucha estima a mi hermano y a mí; no en vano nos había llevado a los dos al Tabor, acompañados de Piedro; eso quería decir que estábamos entre los tres más queridos por Él. No sabíamos si pedirle esto era prudente, sobre todo ahora que las cosas en Judea no estaban propiamente dulces para el Maestro. Mi hermano, sin embargo, accedió a medias:
—Se lo pediremos, pero cuando sea el momento oportuno.
—¡Santiago, no te das cuenta de que el momento oportuno es ahora! Yo os acompañaré si queréis y tú se lo dirás.
—Madre, ahora no es el momento oportuno; mira que está conversando con Judas de Keriot.
—¡Ése finge que es bueno y no revela toda la ambición que tiene dentro! —dijo ella—. Yo no me fío nada de ese muchacho. Mirad cómo trata de mangonear a Jesús como si fuera un chiquillo. —De repente, Jesús tomó la palabra y nos dijo:
—¡Venga! ¡Vámonos a Jerusalén! —todos pusimos caras de contrariedad; no nos gustaba nada tomar tantos riesgos, que Jesús mismo nos recalcaba—: como ya os he dicho antes, el Sumo Sacerdote y los escribas van a juzgar al Hijo del hombre y lo van a condenar a muerte —cada vez que Jesús tocaba este tema a mí y a los demás nos entraba mucho miedo. Incluso Él nos había dicho que quien perdiera su vida por Él, la ganaría. ¿Morir? Yo no sabía si estaba preparado para morir. Comenzamos a caminar y la cara de Jesús se ensombreció—; y se lo van a entregar a los gentiles que lo van a insultar y a escupir; lo van a azotar y lo van a matar.
—Maestro —le dijo Andrés—, ¿entonces por qué quieres ir allí? ¡Vámonos mejor a Galilea!
—No os preocupéis, que al tercer día el Hijo del hombre va a resucitar.
—¿Resucitar?
—Sí, Andrés; para que se cumplan todas las cosas escritas por los profetas —todos nos habíamos quedado bastante apaleados con esta declaración, y no entendíamos qué quería decir Él sobre resucitar.
Al rato, hicimos una pequeña pausa en el camino. Mi madre nos cogió del brazo y nos llevó donde estaba el Maestro, casi arrastrados. Cuando estábamos enfrente, mi madre le dio una coz a Santiago.
—Maestro, mmmm, queremos que nos concedas lo que te vamos a pedir —le dijo nervioso mi hermano.
—¿Qué queréis? —Preguntó Jesús con toda tranquilidad. Mi madre le arrebató la palabra a Santiago.
—Ellos te han servido durante todo este tiempo, y deberías hacer que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a la derecha y el otro a la izquierda. —Jesús levantó las cejas, sorprendido por la petición, se quedó pensando un poco y expresó su pensamiento en voz alta:
—¿Sabéis lo que estáis pidiendo? —Santiago y yo retrocedimos; yo sabía que habíamos metido la pata; Jesús hizo la pregunta de otra manera—: ¿creéis que podréis ser capaces de seguirme hasta beber de la copa que yo voy a beber, y ser bautizados con el bautismo con el que yo voy a ser bautizado? —Yo no entendía bien lo que nos preguntaba, pero miré a mi hermano. Los dos asentimos nerviosos con la cabeza, y dijimos:
—¡Podemos! —en ese momento vimos que Judas, el de Keriot, venía enfadado hacia nosotros. El Maestro nos dijo:
—Pues yo os anticipo que sí vais a beber la copa que mi Padre tiene preparada para mí, pero sentaros a la derecha o a la izquierda es mi Padre quien puede concederlo —Jesús se mordía el labio inferior, mientras negaba con la cabeza. Mi madre quería protestar, pero protestó primero Judas:
—¿Qué estáis pidiendo? Yo sé que vosotros, “los hijos del trueno”, os consideráis superiores en todo, especialmente si traéis al “trueno” con vosotros —espetó Judas con evidente enfado señalando a mi madre. Los demás se rieron con la ocurrencia de Judas y, sobre todo, cuando vieron enfadada a mi madre, pero también comenzaron a protestar. Judas miró a Santiago y a Juan, y remarcó—: ¡Podéis estar seguros de que los demás os vamos a poner en el verdadero sitio que os corresponde!
Jesús nos miró a todos con una fuerza que yo no sabría explicar. Bastó su mirada para que entendiéramos; pero Él dijo una frase que hizo que nos calláramos:
—Ya os he dicho muchas veces que quien quiera ser el primero en el reino de los cielos, tiene que convertirse en el servidor de los demás.
Comentarios
Publicar un comentario