EL REINO DE CONTRASTES
VIDA DE JESÚS DE NAZARET
¿Por qué los demonios son demonios?
¡Ay de ti, Corozaín, ay de tu Bethsaidá!
¿Cómo puede llegar el reino de Dios a la tierra?
¿Cómo es el cielo?
Leví, discípulo de Jesús a Juan Marcos:
Cuando Piedro me contó
que estabas con él me dio mucha alegría porque sé que él te necesita, especialmente
ahora que os vais a Roma y aprovecharéis tus conocimientos de latín, para entenderos
con los habitantes del corazón del Imperio.
Me imagino que sabrás
que yo he estado recopilando dichos de Jesús. Aquí te envío una crónica acerca de
las enseñanzas del Maestro referentes al reino de Dios, y de cómo ese reino hace
parte de cada uno de nosotros. Un reino en el cual la única condición es querer
estar con el Padre del cielo.
Imagino que sigues
queriendo escribir sobre la vida del Maestro; Piedro podrá contarte muchas cosas,
aparte de las que has aprendido con nosotros.
Que Dios te guarde,
querido Marcos.
Estábamos en peligro, y Jesús nos lo advertía.
La última vez había sido cuando habían venido unos discípulos de Juan el Bautista
de visitarlo en la prisión:
—¡Los enemigos de la luz no descansan nunca!
—nos había dicho—, ¡Y no van a descansar hasta destruir todo lo que haga bien a
los hombres!
—Pero Maestro —lo interpelaba Andrés, mi hermano—,
¿Los malos sí son tan malos? Es que yo no puedo entender que haya gente que piense
en hacer daño a los demás. —Jesús, sonrió.
—Vosotros sois hijos de mi Padre, y mi Padre
quiere veros siempre felices; pero el Demonio y sus ángeles malos se mueren de envidia
al ver cómo os mima y os cuida, porque el Demonio siempre pensó que él y sus aliados
merecían más que vosotros. No se dieron cuenta de que mi Padre no mide los merecimientos, sino
que da todo gratuitamente. Él da sin medida, y ama sin medida, como quiere que améis
y deis vosotros.
—¿Y los demonios dañan? —le preguntó Juan
el Zebedeo.
—Los demonios intentan por todos los medios
hacer sufrir a todos los hombres. Cada sufrimiento en el cuerpo o en el corazón
de los hombres es para ellos una victoria. Lo hacen por envidia, simplemente porque
no quieren ver en vosotros la alegría y el amor de vuestro Padre del cielo. Y el
Demonio intenta por todos los medios que no os deis cuenta de ese amor. ¡Mirad a
Corozaín y a Bethsaidá! ¿Cuántos milagros han visto sus calles y sus campos? ¿Creéis
que esas ciudades se han dado cuenta del amor que les tiene el Padre? ¿Creéis que
han cambiado radicalmente de vida al recibir tantos regalos del cielo? —Jesús negó
con la cabeza—, y sin embargo mi Padre sigue ahí, haciendo que el reino de los cielos
llegue hacia ellas. Os aseguro que si en Sodoma y en Gomorra se hubieran visto tantos
prodigios, subsistirían hasta el día de hoy, porque se habrían convertido. Por eso
Corozaín y Bethsaidá no se elevarán hacia el cielo sino que caerán en las profundidades.
—Maestro, ¿y los demonios nos hacen actuar
mal?
—No Juan; los demonios van proponiendo cosas
malas a los hombres con el fin de dañarlos, pero no las proponen como algo malo
directamente, sino que lo visten de bien; te hacen creer que la tentación es buena
y que su pensamiento es incluso virtuoso. Pero ellos no te pueden obligar a pecar.
Tú eres libre, con una libertad que Dios te dio y que nadie te puede quitar. Dios
mismo respeta tu libertad y te respeta incluso cuando te equivocas y no te obliga
a nada. Los padres educan a sus hijos pero no los obligan; pero al Padre le duele
cada vez que un hijo se va o se pierde, porque sabe que su hijo sufrirá; y es que
el pecado no trae otra cosa que no sea sufrimiento. Y lo que quiere el Padre es
que el reino de lo cielos llegue para todos.
—Pero Maestro —insistía Andrés—, ese reino
del que tú nos hablado ¿dónde está?
Jesús sonrió y sintió una alegría que le salía
desde dentro, como si le quemara las entrañas:
—Ese reino, Andrés, tiene que existir en cada
uno de vosotros. El reino que vino a anunciar el Hijo del hombre, es un reino de
justicia, donde cada ser humano se preocupa por su hermano, por el que sufre, y
por el que tiene hambre. El Padre ha querido revelar ese secreto al mundo a través
de su Hijo; y si todos los hombres y mujeres del mundo lo hacen posible, existirá
un cielo aquí mismo en la tierra. Es una cosa tan sencilla, que los sabios y los
poderosos no la entienden. Ellos piensan que Dios es un ser extraño que está por
allá metido en el cielo, y no se dan cuenta de que Dios es un Padre que enseña a
sus niños las cosas de la manera más sencilla.
—Normalmente no nos preocupamos de los demás,
porque nos cuesta.
—Si Andrés, pero cada vez que lo haces tu
Padre en el cielo sonríe y tu hermano también lo hace. Sin embargo no debes hacer
nada para que tu hermano te lo agradezca; hazlo simplemente solo por hacerle el
bien; y verás que tu Padre te lo pagará aquí en la tierra, dándote un descanso en
el alma, y luego también te lo pagará en el cielo.
—Maestro: tú nos hablas de los demás, como
si nunca nos enfadáramos con ellos, o como si fuera algo fácil; incluso dentro de
nuestro grupo hay algunos a los que queremos más y son más fácil tratar que otros.
—Tenéis que aprender a ser buenos con todos,
incluso con los que os cuesta más. La comprensión de los demás vendrá cuando seáis
humildes, porque ahí comprenderéis que los demás os necesitan y no pensaréis exclusivamente
en vosotros mismos. Y no debes enfadarte nunca con quien tienes al lado. Tenéis
que ser mansos de corazón, como cuando un animal es manso, que no agrede, sino que
está dispuesto a estar contigo, haciéndote compañía.
—¿Pero el reino viene solo de preocuparnos
por nuestros hermanos? —lo interpeló Juan— ¿Es así de sencillo? —Jesús asintió.
—Así es Juan; es muy sencillo, porque Dios
no pone condiciones para dar amor; Dios os da todo cuando vosotros ponéis solo un
poco de vuestra parte. Además, mientras pienses más en los demás, cada vez va a
ser más fácil para ti hacerlo y menos te costará. Por eso te digo que tu carga será
muy suave y lo que ves como un yugo será muy ligero de llevar.
—¿Y qué va a pasar cuando muramos?
—Lo primero Juan, es no tenerle miedo a la
muerte, porque después de la muerte te está esperando tu Padre, con los brazos abiertos.
También encontrarás a personas a las que amas y que no ves desde que murieron, y
a personas de todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas; y estaréis con una
felicidad inmensa que nadie os podrá quitar.
—¿Y allí habrá suficiente comida y bebida?
—preguntó el Mellizo; Jesús sonrió.
—En el cielo no habrá hambre ni sed, ni frío
ni calor, sino que estaréis con una felicidad y una tranquilidad absoluta, y Dios
enjugará hasta la última lágrima de cualquier tipo de tristeza y curará cualquier
enfermedad y dolencia que hayáis tenido en la tierra.
—¿Pero quiénes serán los elegidos para estar
con Dios?
—¡Los elegidos son todos, Mellizo! ¿Qué Padre
no quiere encontrarse con su hijo? Tú no te das cuenta, pero el Padre es tan cercano
como el aire que respiras y está todo el tiempo pendiente de cada uno de nosotros.
Por eso os digo que nos espera a todos, sin excepción, para curarnos de todas las
tristezas que hayamos tenido en nuestra vida. Y veréis como la verdad, el amor
y la grandeza de Dios se expresan en toda su plenitud. Sin embargo habrá algunos
que nunca tendrán en cuenta que Él está con ellos y estarán en el mundo viviendo
de espaldas a Él. Hombre y mujeres que libremente escogerán no estar con Dios y,
como un padre en la tierra, Dios respetará su libertad. Otros no confiarán en la
misericordia de Dios y que pensarán que sus pecados no tienen remedio. Pero si depende
de Dios, todo tiene solución, porque él nunca abandona al que se lo pide.
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