CUANDO SE CIERRE LA PUERTA
VIDA DE JESÚS DE NAZARET
Parábola del Padre que cierra la puerta
Parábola de la higuera en la viña
Parábola del amo que vuelve de las bodas
Parábola de las diez vírgenes
Parábola del administrador infiel
Extracto de una carta de Santiago el mayor, a su hermano Juan:
—Pero Maestro; tú nos hablas de una
puerta. ¿El cielo tiene puertas? —insistió un fariseo que caminaba con nosotros.
—No es que el cielo tenga puertas, pero sí
que se puede parecer a una casa. Y va a llegar el momento en el que el Padre de
familia va a cerrar la puerta cuando menos se piense; ¿Y entonces qué va a
pasar? que algunos se van a quedar fuera, porque estaban distraídos con sus asuntos.
Y, claro, comenzarán a llamar desesperados: “Señor, ¡ábrenos!” —decía Jesús
imitando la voz de quien llama desde lejos—; y el Padre no podrá reconocerlos
porque tampoco se ocuparon nunca de hablar con Él; “no sé quiénes sois”, les
dirá; y entonces los de fuera le van a replicar: “¿Pero no te acuerdas cuando estuvimos
juntos y comimos y bebimos contigo?”; y Él les dirá: “¿Conmigo? ¡Vosotros no
habéis hecho otra cosa en la vida que pensar en vosotros mismos!”. Y entonces
verán a lo lejos a Abraham, Isaac, a Jacob, a los profetas, y a gentes de toda
clase y condición, de toda raza y lugar, que fueron fieles a Dios y renunciaron
a sí mismos; y comenzarán a sentarse a la mesa con el Padre; no importará si
eran judíos, samaritanos, galileos o gentiles.
—¿Y cuándo va a ser eso? —instó aquel
hombre.
—No lo sabréis, porque el Padre lo
decidirá en el momento en que a Él le parezca mejor, pero habrá muchos que lo
anunciarán sin ningún éxito. Esos falsos profetas vendrán a vosotros
disfrazados de ovejas, simulando ser buenos y nobles, pero por dentro son lobos
crueles y despiadados.
—Maestro, me imagino que serán muchos los
que van al cielo —le dijo un fariseo que estaba impresionado con sus enseñanzas.
—¿Por qué lo preguntas? ¿Para saber si tú
vas a ir? —el hombre sonrió, y Jesús con él—. Para entrar al cielo, hay que ir
por el camino angosto y entrar por la puerta estrecha que no es fácil de
encontrar; en el camino es necesario olvidarse de sí mismo. Recordad que mi
Padre os espera a todos, pero quiere que vengáis acompañados por vuestros
hermanos, por vuestros padres y conocidos, porque nadie llega solo al cielo. La
puerta del egoísmo y de la falta de amor es muy ancha pero no conduce al cielo,
sino a la perdición, y hay muchos que entran por ella; es la puerta de la
indiferencia con el pobre y con el que sufre; la puerta de la indiferencia con
tus padres, con tus hermanos y con el que te está a tu lado cada día. Y,
desafortunadamente, tampoco se llega solo a la perdición, sino que todos los
malos ejemplos influyen en los demás. ¿Creéis que las únicas faltas que le
duelen a tu Padre Dios, son los pecados contra los mandamientos que Yahvé dio a
Moisés? —Jesús negó con la cabeza—. Ya os he dicho antes que cualquier falta de
amor con un hermano que vive en tu propia casa, o con alguien que te encuentras
en la calle, es una falta que no le gusta a Dios, porque Él os ha creado para
que os ayudéis los unos a los otros —Miró al fariseo y le dijo—: Trata de
cumplir su voluntad todos los días y verás que, cuando menos lo pienses,
estarás frente a las puertas del amor del Padre.
—Maestro —le dijo Santiago el menor—, ¿Entonces
el Padre estará esperándonos?
—Sí Santiago. El Padre está esperándote
para abrazarte cuando llegues, y tienes que saber que tiene puestas sus
esperanzas en ti. Él es como el dueño de una viña y el Hijo del hombre es como
un sembrador, que siembra su palabra plantando una higuera en su viña. Entonces
viene el viñador y le dice: “¿Quién ha plantado esta higuera en mi viña? ¡Mi
viña es para sembrar vides!” El sembrador le responde: “Señor: he sido yo; la
he plantado y la he cuidado desde hace tres años, pero aún no ha dado higos”. Entonces
el viñador le dice: “Pues si no da fruto, una higuera estorba en mi viña. ¡Córtala!”.
Pero el sembrador le pide: “¡Espera! Por favor déjala otro año; yo voy a cavar
a su alrededor, le voy a poner abono, la voy a regar y, si después de ese
cuidado no da fruto, la podrás cortar”. Así estará el Hijo del hombre,
pendiente siempre de que las mujeres y los hombres deis fruto y tratará de
ayudaros en todo; vosotros debéis seguir constantes en vuestro empeño y orad a
Dios. Os digo que muchas veces creeréis que vuestro trabajo ha sido estéril
pero, en realidad, no será así; porque vuestro Padre que es el viñador, siempre
sabe sacar provecho de vuestro esfuerzo, aunque seáis una higuera plantada en
un viñedo.
—Maestro entonces nos tendremos que
preparar para ir al cielo.
—Bien has dicho, Santiago: hay que
prepararse; no podéis tener puestos vuestros vestidos de dormir, sino que
tendréis que estar con vuestros cinturones puestos y vuestras lámparas encendidas,
como los criados que esperan a que sus amos vuelvan de un banquete de bodas.
Porque las bodas duran muchos días pero, al final, nunca se sabe cuántos. Y si
el amo llega de las bodas y encuentra dormidos a sus siervos, los echará fuera.
En cambio si los encuentra vigilantes, aunque sea en la segunda o en la tercera
vigilia de la noche, los pondrá a la mesa y será capaz, incluso, de ponerse a
servirlos.
—Vosotros os acordáis de cómo son las
bodas. ¿No? Pues os voy a contar una parábola. A una boda importante habían
invitado a diez vírgenes, amigas de la novia, que estaban esperando con ella a
que llegara el novio para llevarla a su casa. De esas diez vírgenes, cinco eran
precavidas y las otras cinco eran descuidadas. Las descuidadas no compraron
aceite para las lámparas porque no calcularon bien, o porque estaban distraídas
con otras cosas, o porque pensaron poder conseguirlo en otro momento; en cambio
las precavidas llevaron unas alcuzas pequeñas con aceite, junto con sus
lámparas. El novio estaba tardando en llegar, y entonces a las diez vírgenes
les entró el cansancio, y se durmieron esperándolo. A medianoche alguien gritó:
“¡Escuchad que está sonando el shofar[1]!
¡Despertaos que el novio llega con sus amigos, y debéis salir al encuentro del
cortejo!” Inmediatamente se levantaron todas, medio dormidas, y se pusieron a
arreglar las lámparas para ir juntas a la casa del novio. Entonces, las
descuidadas miraron sus lámparas y se dieron cuenta que tenían poco aceite y
les suplicaron a las precavidas: “Dadnos un poco de vuestro aceite”. Pero las
precavidas les respondieron: “No os podemos dar, porque tenemos un camino muy
largo hasta la casa del novio, y nos podríamos quedar las diez sin aceite y con
las lámparas apagadas. Es mejor que vayáis a la tienda y compréis vuestro
propio aceite”. Llegó la comitiva del novio, y comenzaron a salir con el
cortejo en medio de festejos y alegría, mientras las vírgenes descuidadas se
fueron a comprar su aceite. Al fin el novio y sus amigos, con la novia y las
cinco vírgenes precavidas llegaron a la casa del novio, entraron al banquete de
bodas y se cerró la puerta. Después de un tiempo, llegaron también las vírgenes
descuidadas al banquete, luego de haber comprado el aceite, y comenzaron a
llamar a la puerta diciendo: “¡Señor! ¡Ábrenos!”, pero él les contestó: “¿Quiénes
sois? ¡Yo no os conozco!”.
—Maestro: ¿Nosotros, que te hemos seguido
durante tanto tiempo, también tenemos que estar vigilantes? —preguntó Piedro.
—Todos, Piedro; ¡Todos! Es como si tú
fueras el administrador de una hacienda, y te han encargado que pagues los
sueldos de los siervos y cuides la casa. Si cumples bien lo que te mandó tu
amo, seguro que cuando venga te dará aún más responsabilidades, porque has
hecho todo lo que te había ordenado. Pero si comienzas a pensar que el amo está
tardando, y tratas mal al resto de los siervos, y a golpear a tus compañeros, y
a comer y a beber y a emborracharte, vendrá el señor cuando tú menos lo esperes,
y te echará de tu trabajo. Y allí tendrás que llorar y escuchar solo el
rechinar de tus propios dientes. —Juan le dijo:
—Entonces los hombres que no estén
preparados, van a recibir un castigo —Jesús le respondió:
—Si conoces la voluntad de Dios, y no te
preparas ni la cumples, recibirás un castigo grande, porque supiste de antemano
lo que se esperaba de ti y nunca quisiste buscar el camino que llevaba a la
casa de tu Padre; pero si solamente te equivocaste y no fuiste consciente de la
voluntad de Dios, pero hiciste cosas dignas de castigo, seguramente lo
recibirás, pero no será tan fuerte. Así, a quien mucho se le ha dado, mucho se
le va a pedir; y al que se le ha dado menos, se le pedirá menos.
—Pero tú no nos quieres decir cuándo va a
venir el reino de Dios —le insinuó Felipe; Jesús lo miró de reojo, y le
contestó:
—¿No os dais cuenta que el reino de Dios
ya está aquí con vosotros? El reino de Dios no viene con gritos ni con
espectáculo, sino con la sencillez de un amanecer, y con el calor de los rayos
del sol.
—Maestro —le dijo el mellizo—, nosotros
estamos intentando enseñar en tu nombre, pero algunas veces nuestras palabras no
llegan como llegan las tuyas; además hay algunos poderosos que hablan mal de ti.
—Jesús se quedó pensando y le dijo:
—A veces, Mellizo, no conviene dar las
cosas sagradas a los perros, ni echar las perlas a los cerdos.
—No entiendo, Maestro.
—Es que el mundo a veces no comprende los
mensajes de paz y el maligno se empeña en hacer daño. Me hacéis recordar de un
hombre rico, que contrató a un mayordomo y, después de un tiempo, quiso saber
cómo estaba haciendo su trabajo, porque le llegaron informes de que estaba
malversando sus bienes. “¿Qué es lo que me están contando de ti?”, le preguntó
al mayordomo; éste le contestó con evasivas y el hombre rico lo conminó: “Necesito
que mañana mismo me entregues las cuentas detalladas de todo lo que has hecho”.
Entonces el mayordomo se puso a pensar: “Mi amo está muy enfadado y me va a
echar del trabajo; ¿Qué puedo hacer? Me da vergüenza cavar o mendigar, porque
yo ya soy alguien conocido en esta sociedad. Debería utilizar todos mis
contactos para salir adelante”. Se quedó pensando un rato, hasta que comenzó a
llamar a los deudores de su amo: “¿Cuánto le debes a mi amo?”, le preguntó al
primero de los deudores; “Cien barriles de aceite”, le respondió. “Muy bien;
toma tu recibo”, le dijo, “Ahora, siéntate, y escribe que debes solo cincuenta;
No te olvides de mí, ¿Eh?”. Otro deudor le dijo: “Le debo a tu amo ochenta
cargas de trigo”; y le dijo “Pues toma tu recibo, escribe que debes únicamente cincuenta,
y no te olvides de quién te ha ayudado”. Y así sucesivamente con todos los deudores.
Así se aseguró ser bien recibido por ellos, cuando lo echaran, aunque en
realidad le estaba robando a su amo. Este administrador fue un ladrón, pero fue
muy inteligente. ¿Y sabes por qué? Porque los hijos de la maldad siempre terminan
siendo más listos que los hijos de la luz. Mi Padre Dios os va a ayudar en todo
lo que os propongáis y que sea para su gloria, pero vosotros tenéis que pensar
siempre cuál es la mejor manera de acometer una empresa. ¡Yo no digo que hagáis
cosas que no se deben, como hizo este administrador, pero sí que seáis más
sagaces cuando se trata de enfrentar a vuestro enemigo!
Ya el frío comenzaba a remitir, porque se
acercaba la primavera. Ojalá remitiera también en nuestra intranquilidad. Yo me
acerqué a mi hermano Juan, y le dije:
—Estoy preocupado, Juan. ¿Por qué el
Maestro quiere ir a Judea, si sabe que allí corre peligro?
—No lo sé —me dijo él también angustiado—,
pero debemos confiar en Él.
—Pero, qué; ¿Tú crees que podrán
apresarnos, a Él y a nosotros?
—No lo sé; no lo sé. Esperemos; a lo
mejor ni va a Judea; recuerda que Él va cambiando de rutas; hace poco
pensábamos que iba hacia Cafarnaúm y no fue. —En ese momento nos sentíamos
relativamente seguros, pero tendríamos que haber sido más listos como decía el
Maestro. La certeza de la presencia de nuestros enemigos, llegó cuando unos
fariseos se acercaron y le dijeron:
—No es bueno que andes por aquí, porque
hay gente de Herodes cerca; él cree que tú eres Juan el Bautista, que ha
resucitado, y te quiere matar.
—A mí no me importa en este momento quién
me está persiguiendo, porque yo debo seguir haciendo la voluntad de mi Padre,
expulsando demonios y curando enfermos. Y voy a seguir mi camino, porque no es
bueno que un profeta muera lejos de Jerusalén —hizo una pausa, respiró hondo, y
añadió—: ¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los enviados por mi Padre, y nunca
has correspondido a todo el cariño que Él te ha dado! ¡Muchas veces Él quiso
reunir a todos tus hijos bajo su manto de amor y tú no lo has permitido!
—Comenzó a angustiarse y exclamó—: el Hijo del hombre va a ser rechazado por
este mundo, y sufrirá mucho. Y después, Jerusalén va a quedar desierta porque sus
enemigos la van a cercar y su rey ya no va a estar ahí para defenderla.
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