LOS HUMILDES

VIDA DE JESÚS DE NAZARET


Los primeros puestos en los banquetes
"Dejad a los niños que vengan a mí"
Parábola del fariseo y el publicano
Parábola de los obreros contratados en la viña

Extracto de una carta de Andrés a su hermano Piedro:


Samaría es la transición perfecta entre Judea y Galilea: no es ni tan rocosa y árida como la primera, ni tan verde como la segunda. Los samaritanos tienen fama de hoscos en Israel, como si su corazón estuviera marcado por lo pétreo de la Judea; pero cuando hablas con ellos y les dedicas tiempo te das cuenta que nada más alejado de la realidad; el corazón de los samaritanos es grande y amable, como los campos de Galilea. ¡Así de injusto es juzgar a la gente solo por sus apariencias!

Uno de esos samaritanos de corazón grande, invitó a Jesús a su casa. Al Maestro le gustaba ir a las casas de la gente: ver sus familias, saludar a sus familiares y compartir con ellos un rato de conversación. Yo diría que era su manera de descansar del polvo de los caminos y de las grandes multitudes. Al parecer, habíamos llegado un poco más temprano que los demás invitados, y Jesús no se sentó a la mesa, sino que se quedó de pie con nosotros mientras conversábamos. Cuando estaban llegando los invitados, trataban de ponerse en los puestos importantes de la mesa. Entonces Jesús nos dijo:

—La humildad es el tesoro más grande de quien quiere vivir una existencia de acuerdo con lo que quiere Dios, y es el fundamento de la vida del alma. ¿Habéis visto un río pequeño por el que discurren agua y piedras? ¿Y habéis visto como las piedras, después de moverse con la corriente, terminan por acomodarse en un sitio? Así es la humildad: termina siempre por poner a cada uno en el sitio que le corresponde. Por ejemplo, cuando te inviten a un banquete, no te debes sentar en el puesto más importante de la mesa, porque puede llegar alguien más importante que tú, y te tocará ir con vergüenza a sentarte en el último puesto; en cambio, si se sientas en el último puesto, el anfitrión vendrá y te pondrá en el sitio importante que te corresponda.

Así eran las enseñanzas del Maestro: sencillas y claras. Cuando terminamos de cenar, Jesús sentenció:

—¡Tenías toda la razón! ¡Tu mujer cocina de maravilla! —todos nos reímos con el apunte, y la mujer del samaritano se sonrojó.

Al día siguiente salimos hacia Judea, por el camino del mediodía, pero Jesús viró súbitamente hacia levante, y se fue hacia el Jordán. Entonces algunos viraron también, siguiendo el camino con nosotros; Jesús se paró y les dijo:

—Si me vais a seguir, tenéis que saber a lo que venís; debéis renunciar a todo, a vuestra familia, e incluso a vuestra propia vida, y eso no es fácil. ¡Pero Dios vale mucho más! Y tenéis que valorar lo que estáis dispuestos a hacer. Si queréis, por ejemplo, construir una torre, ¿no os sentáis primero a calcular los gastos? ¡Claro que sí! Imaginaos que no los calculáis y ponéis los cimientos de la torre y os quedáis sin dinero para terminarla. ¡Todos se burlarían de vosotros! —todos empezamos a reírnos, imaginándonos lo que decía Jesús—. O imaginaos a un rey que tiene diez mil soldados y otro rey viene hacia él con veinte mil. Seguramente se dirá a sí mismo que es mejor enviar una embajada para negociar la paz, a terminar derrotado. Así pues, cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que tiene, y que no carga con su cruz de cada día, no puede ser discípulo mío. ¡Pensadlo antes de seguir adelante conmigo!

Algunos, efectivamente, comenzaron a mirarse entre ellos y se fueron, porque Jesús lo pedía todo. Pasamos por otro pueblo, y salió un hombre con unos niños para que el Maestro les impusiese las manos; habiendo tantos enfermos, a nosotros nos parecía que los niños no debían estar ahí, porque estorbaban entre tanta gente; además el Maestro parecía tener prisa.

—¡Fuera! ¡Fuera! —les dijimos a los niños.

—¿Por qué los echáis? —dijo el Maestro, mientras les sonreía. Se acercó a los niños y les preguntó:

—¿Sois buenos con vuestros padres? —Ellos asentían con los ojos abiertos como platos. Jesús los miró fingiendo que dudaba si lo que le decían era verdad—. Tenéis que ser muy buenos, porque ellos trabajan todo el día para que vosotros podáis estar bien. Hay que ayudar a mamá y a papá con las cosas de la casa y, cuando crezcáis, con el trabajo. —Ellos seguían asintiendo. Uno de ellos, con cara de pícaro, le preguntó:

—¿Y si mi mamá quiere más a mi hermanito que a mí, también le tengo que ayudar? —Jesús lo miró con la cara inclinada y, casi guiñando un ojo, le dijo:

—No tengas envidia de tu hermanito. Tu madre te quiere igual que a él, seguro, y tener envidia no es bueno. Cuando pienses eso, trata de ayudar más a todos tus hermanos y a tu madre; ¡Verás cómo te olvidas de tus cosas y que todo en casa se vuelve más fácil! —Entonces les impuso las manos y los abrazó uno a uno. Ellos se fueron yendo, y Jesús les desordenaba el pelo.

—Me encanta la dulzura y la sencillez que tienen los niños —nos dijo, reemprendiendo la marcha—; sólo los que puedan ser como ellos van a estar en el reino de los cielos.

—Maestro ¿Tú crees que nosotros somos buenos como esos niños? —le preguntó dudoso el de Keriot, que estaba pensativo desde hacía tiempo. —Jesús lo miró y le contestó:

—Judas: debéis ser buenos, pero no preguntaros continuamente si lo sois. Te lo voy a explicar con un ejemplo: dos hombres subieron al Templo de Jerusalén, y se pusieron a rezar. Uno de ellos era un fariseo importante, muy apreciado entre sus amigos y en la ciudad; el otro era un publicano al que la gente miraba con desprecio por la calle, porque lo consideraban un traidor —todos miramos a Leví; él ya no bajó la cabeza como lo hacía antes, sino que nos miró de vuelta; Jesús sonrió complacido de que nos mirara de igual a igual y continuó:

—El fariseo oraba de pie y decía: “¡Gracias Dios mío, porque no soy como los demás! Porque los demás hombres son todos unos ladrones, injustos, adúlteros e indignos.”. El fariseo, estaba orgulloso de sí mismo por cumplir los mandamientos, miró hacia atrás y vio al publicano, con la cabeza abajo, y añadió: “¡Ni tampoco soy como este publicano, que traiciona a su pueblo, recogiendo impuestos para nuestro opresor!”. El publicano, en cambio, no se atrevía ni siquiera a levantar los ojos, porque estaba muy avergonzado y lloraba diciendo: “¡Dios mío! ¡Perdóname! ¡Ayúdame y no me escondas tu rostro” —Jesús hizo una pausa, nos miró a todos, y exclamó—: ¡Qué importantes son las lágrimas de humildad y sinceridad! El dolor por la ofensa a Dios te lava hasta los resquicios más escondidos del alma, y Dios mismo se encarga de limpiarlos con su misericordia. Te aseguro que ese publicano volvió a su casa en paz con Dios, que le sonreía desde el cielo, y el fariseo no. Todo el que se ensalza a sí mismo será humillado; en cambio el que se humilla a sí mismo será ensalzado por mi Padre. —Entonces Piedro le preguntó:

—Maestro, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. ¿Qué vamos a recibir?

—¡Piedro, no estás siendo como el publicano, sino como el fariseo! —Piedro se quedó cortado, con la cabeza abajo; Jesús sonrió y le levantó la cabeza—; no vayas a pensar, ni por un momento, que seguirme va a ser fácil. Debéis prever lo que os puede pasar, y pensar si vale la pena seguirme hasta el final. —Jesús sonrió y, como vio que Piedro seguía un poco triste, continuó:

—¡Pero no te pongas así, hombre! Simplemente os digo como le dije antes a Natanael: no debéis vanagloriaros por estar haciendo la voluntad de Dios. Pero sí, Piedro: todo el que haya dejado su casa, sus hermanos, o sus campos en mi nombre, o por el reino de Dios, va a recibir en esta vida cien veces lo que deje; y luego, cuando muera, va a recibir la vida eterna —Piedro sonrió pensando en el nuevo reino que prometía Jesús, y le preguntó:

—Maestro cuando llegue tu reino, ¿Es cuando vas a castigar a los fariseos? —Jesús lo miró fijamente.

—¿Por qué quieres pensar en todo lo que os da mi Padre, como si fuera premio o castigo? Tú no sabes lo que tiene preparado Él para los hombres. Te aseguro que habrá muchas sorpresas en el reino de los cielos porque están llamados los hombres y mujeres de todas las razas y condiciones. ¿Y al final quién será digno? ¡Ya verás la misericordia infinita que tiene mi Padre! —Piedro bajó otra vez la cabeza y preguntó:

—No entiendo Maestro. Tú mismo has dicho que el que deje muchas cosas por el reino de los cielos va a recibir más. ¿Entonces el que deje pocas no va a recibir nada?

—Imagínate Piedro a un señor que contrata obreros para su viña a distintas horas: unos muy de mañana, otros a la hora de tercia, de sexta, de nona y de undécima, cuando ya se acaba el día. Cuando se termina la jornada a todos les paga un denario. Claro, los de la mañana se enfadan y protestan porque les están pagando lo mismo que a los que trabajaron una hora. Pero el señor se queda mirándolos y les dice: “¿No habíamos quedado en que yo te pagaba un denario? ¡Pues ahí lo tienes! ¿Por qué os da rabia que yo sea bueno con los que trabajaron menos tiempo? ¿Es que acaso no puedo hacer lo que me plazca con mi dinero?”

—Así pues, vosotros no debéis preocuparos por la recompensa que vais a recibir, porque cada ser humano es diferente; vosotros no conocéis las circunstancias de los demás y no debéis juzgar, porque mi Padre tiene preparado el premio del reino de los cielos para todos por igual, y os aseguro que va a ser muy generoso con todos. Así, que es posible que los últimos sean los primeros; y que los primeros sean los últimos.

Comentarios


En un viaje a Jerusalén para estabilizar la tumba donde,
según la tradición, fue enterrado Jesús de Nazaret,
el Padre Carlos Pineda encontró una caja de cedro,
que contenía papiros con cartas y otros documentos.

Esta novela es su recopilación ordenada.

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