DIGNIDAD
Juan, discípulo del Señor a Piedro:
Tú te casaste, y sabes de los sacrificios
que tiene que hacer alguien unido por Dios a una mujer, aunque la ame
profundamente. A mí nunca se me ha ocurrido casarme, y no sé si algún día se me
ocurrirá, pero el Maestro nos enseñó que casados o no, ambas llamadas son
igualmente dignas, si se viven con generosidad y trabajando todos en la mies de
Dios, como le gustaba llamar al mundo.
Amar a una mujer y sacar unos hijos
adelante, educándolos y enseñándoles a ser buenos seres humanos es una tarea
ardua y difícil, que requiere inteligencia, paciencia y, sobre todo, mucho
amor. A otros los llama Dios a dedicar todas las energías a unas tareas que los
casados no tienen el tiempo de hacer. Concierne a cada uno, saber cuál es su
llamada y corresponder a ella con mucha fortaleza, porque ninguna de las dos es
fácil. Dios Padre nos crea y en ese mismo momento nos da un nombre que lleva
consigo una misión en la vida; cada uno tiene que descubrir qué quiere Dios de
nosotros, y tomarse todo con el buen humor que el Maestro nos enseñó.
Que su amor esté siempre contigo.
Mi madre llegó con cara de tristeza y
dolor.
—¿Qué te pasa, mamá? —le pregunté,
preocupado; mi madre era una mujer fuerte, pero ese día la veía desmoronada.
—Nada hijo, la vida no es fácil.
—¿Pero qué te ha pasado, que vienes
llorando?
—Tali la vecina, hijo, que ha perdido a
su hija mayor. —Yo era apenas un niño, y aún no entendía muchas cosas de la
vida y de la muerte; solo pensaba que quería ver sonreír a mi madre. Fui y la
abracé.
—No puedo ni imaginarme si algún día os
pierdo a alguno de vosotros. ¡Tiene que ser muy duro!
—¡Pero si yo no estoy enfermo mamá! —dije
con toda ingenuidad, sin la consciencia de quien está entendiendo los
sentimientos. —Mi madre sonrió.
—No, hijo, no —y me dio un beso—, gracias
a Dios no estás enfermo.
Con los años aprendí que no solo la
muerte golpea a una familia. A veces las enfermedades, las finanzas y los
desencuentros entre sus miembros hacen sangrar los corazones. La humanidad
sufre, porque la vida no es fácil y, además, no todo el mundo piensa en los
demás. Esa fue la verdadera revolución que trajo Jesús: cuando pensamos en los
demás, hacemos que el mundo sea un lugar mejor y todos seamos más felices. Esa
revolución solo es posible cuando, desde el corazón generoso de cada uno,
tomamos la decisión de ponernos en el último lugar de la fila para que los
demás puedan estar mejor. Pensaba en todo esto, cuando escuché a un fariseo preguntar:
—¿Un marido puede echar de su casa a la
mujer por cualquier motivo?
—¿Tú que crees? —le preguntó a su vez Jesús;
el fariseo no dijo nada—¿Te parece justo que un hombre, por el hecho de ser
hombre, tenga la autoridad de echar a su mujer a la calle, como si fuera un
perro, solo con firmar un papel?
—Pero Moisés nos dijo…
—¿Qué os dijo Moisés? —lo interrumpió
Jesús.
—Moisés nos permitió escribir el repudio
y despedirla —le dijo el fariseo, tratando de afianzar su argumento.
—Eso os lo permitió Moisés porque no sois
buenos de corazón —argumentó Jesús—. ¿Pero vosotros no habéis leído en el mismo
libro de la Ley cómo Dios hizo al hombre y a la mujer, y dijo que iban a dejar
a su padre y a su madre con el fin de formar los dos una sola carne?
—Sí Maestro.
—¿Pues entonces lo que Dios ha unido, por
qué lo va a separar el hombre? Destrozar una pareja es destrozar a una familia
—sentención el Maestro.
—¡Pero Moisés nos permitió escribir el
repudio! —protestó el fariseo.
—Sí, pero tú sabes que hay hombres que se
aprovechan de eso para despedir a la mujer, simplemente por el hecho de haber
encontrado otra más joven, o más guapa. Dejar una mujer en la calle no puede
ser justo, y hacer justicia no es solo hacer lo que pone en el libro de la Ley.
Tu conciencia debe examinar lo que vas a hacer antes de hacerlo. ¿Te parece
justo dejar en la calle a una mujer que ha estado cuidando tus hijos y
encargándose de la casa durante años?
—No Maestro —concedió el fariseo.
—Pues exactamente por eso, mi Padre
dispuso desde el principio que vivieran juntos el hombre y la mujer; porque así
se pueden apoyar mutuamente. Moisés os permitió repudiar a vuestras mujeres,
pero eso no es lo que quiere Dios. Lo que Dios quiere es ver a la familia unida
como soporte para todos sus miembros, y que se ayuden los unos a los otros. La
única razón que puede justificar un repudio, es que la mujer hubiera ocultado que
ya tenía marido.
El fariseo se quedó callado, y ya no
preguntó más. Seguimos adelante, y nos detuvimos en otro pueblo. Judas de
Keriot y yo fuimos a comprar alimentos, y los demás se quedaron fuera del
pueblo. Era una aldea pequeña con pocas casas; averiguamos en la primera casa a
ver quién nos podía vender comida y fuimos. Judas pagó con dinero de la bolsa
común, pero lo vi sacar dinero de ahí y metérselo en su propia bolsa. Entonces
puso su índice en los labios, y me dijo:
—¡Shhhhh!
Yo no me podía creer lo que estaba
viendo, y me asusté. ¿Judas robaba dinero de la bolsa común? La verdad, yo no
sabía qué hacer. ¿Se lo decía al Maestro o a alguien más? Yo estaba aturdido, y
pensé que lo mejor era esperar a ver qué pasaba, porque acusar a un compañero de
robar podía ser malo para todos; además, aunque yo lo vi robando, no tenía
ninguna prueba de que lo hacía. Él podría decir que la bolsa común le debía
dinero y que por eso lo tomó; mi cabeza estaba muy confusa. Volvimos con los
demás y más adelante por el camino Simón el cananeo le preguntó:
—Maestro, lo que le dijiste al fariseo
sobre el matrimonio ¿es así de duro?
—¿Cómo que así de duro? En el matrimonio
hay que hacer sacrificios, como en cualquier situación de la vida, Simón; pero
lo que de todos modos no puede ser es que un hombre eche de su casa a una mujer
con la que ha estado compartiendo su vida, solo porque le da gana. Yo te digo
que cualquiera que eche a su mujer de su casa y se case con otra, estará cometiendo
adulterio. Y el que se case con la repudiada, también.
—¡Pues si es para toda la vida, yo no
creo que valga la pena casarse! —protestó; todos nos reímos, incluido el
Maestro.
—Para ser una mujer o un hombre casado se
necesita mucha valentía y mucho trabajo; ser marido o ser mujer de alguien no
es fácil porque hay que adaptarse a la manera de ser de la otra persona. Mi
abuela decía que el verdadero amor existía cuando uno se enamoraba de los
defectos de su pareja. ¡Imagínate! Luego, debes sacar una familia adelante, sacrificarte
todos los días por tu pareja y por tus hijos; ganarte el pan tuyo y el de tu
familia, sacrificar tu tiempo; educar a los hijos con tu ejemplo, y no es fácil
llevar una vida recta para que tus hijos entiendan como deben vivir la suya. Ester,
la mujer de Piedro, fue un encanto pero estoy seguro que vivir con ella no fue
fácil. ¿No, Simón?
—Era muy dulce, Maestro —le contestó
Piedro con una sonrisa.
—¿También cuando se enfadaba? —todos nos
reímos con el comentario; Piedro sacudía la cabeza a carcajadas. Jesús
continuó:
—Pero por otro lado, la familia tiene
muchas cosas positivas: es el crisol donde se funden los tesoros más grandes:
el servicio a los demás, el amor a Dios y el soporte mutuo. Llegar a tu casa,
después de haber estado trabajando, y sentir que puedes compartir tu vida con
amor es un bálsamo para las durezas de la vida.
—Maestro; pero ¿nosotros que lo hemos
dejado todo? —apuntó Natanael.
—¿Y crees que eso te hace más digno que
los demás? Lo que estás insinuando no es bueno, Natanael. Nadie es más digno o
más grande por estar casado o no estarlo, sino por corresponder al llamado que
a cada uno hace mi Padre. Ya os he explicado el camino del matrimonio tampoco
es fácil, o sea que no vengas aquí a creer que porque lo has dejado todo, eres
mejor que tu hermano que está casado. Imagínate, por un momento, que tú eres un
señor importante, que tienes muchos siervos, y uno de ellos está arando o
pastoreando y llega cansado del campo. ¿Le dirías que se siente, que tú le vas
a servir la cena? —Natanael negó con la cabeza—¿O más bien le dirás que te
sirva a ti la cena y que te dé de beber, y que luego cene él? Pues tiene que
ser igual con vosotros. Tenéis que cumplir en todo momento la voluntad de mi
Padre, y a veces hacerlo cansa. Pero cuando hayáis hecho todo lo que debíais
hacer no dejéis de ser humildes, y pensad: “Nosotros tenemos un Señor al que
debemos obedecer, y debemos hacer todo lo que Él nos mande. Por tanto, somos
unos siervos que no merecemos ningún premio, porque únicamente hemos hecho lo
que debíamos hacer”. Lo que tenemos que agradecer es tener un trabajo y una
misión en la vida, que nos enriquece y nos llena. ¡Cuántos hay por los caminos
que solo ven pasar su vida sin mayor emoción que arar todos los días! En
cambio, vosotros debéis pensar que todo lo que hacéis es con el fin de dar
gloria a Dios y de servir a los hombres.
Íbamos caminando por Samaría, con el
cielo azul que nos cobijaba; de repente vino un hombre elegante corriendo;
Nosotros nos apartamos para dejarlo pasar. ¿Qué le sucedía? El hombre, agitado,
le dijo al Maestro:
—¡Mi mujer cocina muy bien! —todos nos quedamos
desconcertados ante esta afirmación que no venía a cuento, pero luego nos dijo—:
¡os invito a comer a mi casa!
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