LA INSPIRACIÓN DEL ESPÍRITU
VIDA DE JESÚS DE NAZARET
"Todo reino dividido contra sí mismo, queda desolado"
Cómo actúan los demonios
Jesús decide ir a la fiesta de la Dedicación en Jerusalén
Extracto de una carta de Simón el Cananeo a Leví (Mateo):
Mentiroso,
extorsionador, ladrón y asesino; yo fui de todo un poco. Pero afortunadamente había
dejado atrás la vida de los zelotes; una vida que me parecía buena en ese
momento pero que, por alguna razón que desconocía, no me hacía feliz. Éramos
unos fanáticos que nos rebelábamos contra la ocupación romana, y hacíamos actos
contra el imperio, sembrando el terror. El fenómeno de la masa tiene unas
características propias que hace que tú te mimetices en ella y puedas dejar tus
problemas personales atrás; es como cuando estás en la pascua, en la que te
conviertes en parte integral de toda una multitud; pero sucede otro fenómeno,
que es clave para quien se aprovecha de la masa: cuando alguien se quiere
alejar de ella, termina siendo rechazado por quienes aún pertenecen a la masa.
Puede
sonar un poco complicado, pero fue exactamente lo que me pasó a mí porque mi
pertenencia a la masa se trastocó cuando conocí a Jesús. Y eso que no dejo de
pensar en que los romanos se deberían ir de Israel; es un abuso lo que hacen
con nosotros; pero, después de pensar mucho, he caído en la cuenta de que mi
empeño por sacar a los romanos de Israel no va a cambiar el mundo. Siempre
habrá seres humanos que se quieran aprovechar de otros y, por lo tanto, siempre
habrá guerras, naciones, imperios y revoluciones.
Cuando
comencé a seguir a Jesús, comprendí también que la revolución que implicaba el
pensamiento de Jesús era diferente: la verdadera fuerza del cambio estaba
dentro de los corazones de los seres humanos; es decir: el cambio no se logra
con una revolución estrepitosa, con armas y muertos, sino con un cambio
espíritu a espíritu; gota a gota. A lo mejor sea una quimera, difícil de lograr,
pero es precisamente la libertad del hombre la que tiene que estar dirigida a
actuar desde la bondad del corazón; si así lo hiciéramos todos, la vida del mundo
sería muy diferente; justamente como la definió Jesús: el reino de los cielos
en la tierra.
Pensaba
en esto muy a menudo, sobre todo cuando el Maestro discutía con los fariseos. Habíamos
vuelto de Jerusalén y estábamos en Cafarnaúm, en el patio de la casa de Piedro,
que estaba atestada de gente, y le trajeron a un ser especial que no podía oír,
ni hablar, ni ver. ¡Vaya drama! Un hombre sin poderse comunicar con el exterior
de ninguna de las maneras que había previsto nuestro creador. Y Jesús lo curó
de una manera muy simple: lo besó en los ojos, en los oídos, y luego lo abrazó.
Así de sencilla y de cariñosa fue la curación. Él podía haber ordenado con
fuerza que se abrieran los cielos para que el hombre se curara, pero había
escogido abrirle las puertas y las ventanas de su cuerpo con un beso y un
abrazo. Hacer todo con amor, ¡eso sí que es una verdadera revolución! La
alegría de ese hombre es lo que no se puede describir con palabras. ¡Comenzó a
gritar por todas partes, como si estuviera loco!
—¡Gloria a Yahvé en el cielo! ¡Gloria a
su Hijo en la tierra! —siempre que sucedían esas curaciones, nosotros nos
reíamos, porque era muy impresionante ver que la gente cambiaba su vida con solo
un gesto del Maestro. A mi lado, había una señora que dijo:
—¿No será éste el hijo de David? —Pero un
fariseo que estaba cerca, le respondió:
—¿Cómo va a ser éste el hijo de David, si
expulsa a los demonios invocando al Demonio mismo? —Era imposible que Jesús lo
hubiera escuchado, pero vino donde él, y le dijo:
—¿No ves lo absurdo de tu acusación? ¿Cómo
puede ser que Satanás expulse a Satanás mismo? —El fariseo se quedó blanco como
la nieve. ¿Cómo lo había escuchado, si Jesús estaba muy lejos con toda la
muchedumbre, y él no había hablado nada fuerte? Jesús continuó—: ¿Creéis que
Satanás es tan tonto, como para atacar él mismo su propio reino? ¡Escuchadme
bien! ¡Satanás no es ningún tonto! Y si Satanás se atacara a sí mismo, su reino
se terminaría derrumbando casa contra casa y palacio contra palacio. Además, si
me acusáis de expulsar a los demonios con los demonios, ¿vuestros hijos con
quién los expulsan? —preguntó irónicamente; hizo una pausa y continuó—: ¡Ah!
¿No son capaces de expulsarlos? ¡Pues os digo que vuestros hijos mismos serán
vuestros jueces! Porque yo sí los expulso; y no por el poder de los demonios,
como insinúas tú, sino por el poder de Dios; y si Dios mismo expulsa a los
demonios, es porque su reino ha llegado hasta vosotros.
—Maestro, pero hay una cosa que yo no me
explico —le dijo Santiago el mayor—, ¿cómo podemos luchar contra el Demonio si
es tan fuerte como dices?
—Tenéis que apoyaros de modo especial en
vuestro Padre celestial, porque Él se puede convertir en vuestro guardián, si
se lo pedís. Vosotros sois como un hombre que está fuerte y bien armado, y que
tiene un palacio donde tiene asegurados sus bienes; pero si no tenéis la
confianza puesta en Él, puede venir Satanás, ataros, quitaros la armadura,
saquear vuestra casa y robaros todos vuestros bienes.
—¿Y cómo actúan los demonios?
—Los demonios son criaturas despreciables
que se mueren de envidia por el amor que os tiene el Padre del cielo; y hacen
todo lo posible para que también vosotros os alejéis de Él. Pero cuando un
hombre se arrepiente de sus pecados, echa al Demonio muy lejos de sí mismo. El
Demonio, entonces, no encuentra sosiego, porque ha sido expulsado de la casa
que había hecho suya pero que, en realidad, está preparada para ser la casa del
Espíritu de Dios. Sabe que esa casa ya no le pertenece, y le molesta, porque
sabe que cuando el hombre está con Dios es feliz. Entonces intenta volver pero encuentra
la casa limpia, barrida y arreglada. ¿Y qué hace? Va y busca otros siete
demonios, aún peores que él, y trata de volver a instalarse en la consciencia
del hombre. Y, si lo logra, la situación final de aquel hombre, puede llegar a ser
aun peor que la del principio. Por eso tenéis que estar siempre al lado de
vuestro Padre, para que Él os sostenga. Porque la gente que solo piensa en este
mundo, y no cuenta con el Padre, se va degradando día tras día, y el demonio va
tomando posesión de su ser.
Después de que el Maestro dijo esto,
sentí que alguien me tomaba del brazo y me arrastraba.
—¡Simón! —dijo la persona que me
arrastraba—; te hemos echado de menos. Toda tu gente te espera, porque nos
tienes que ayudar.
—¡Osher, hola! —Le dije, reconociendo a
mi amigo zelote; yo no comprendía, porque era como si el pasado volviera a
visitarme; entonces me llevó aparte, y me conminó:
—Simón, si tu Maestro es capaz de curar,
¿no será también capaz de enfermar? Necesitamos que hagas algo por tus hermanos
zelotes. Hay un centurión que nos está haciendo la vida imposible. —Yo pensaba:
“Yo ya no soy zelote; mi vida ha cambiado y no le deseo mal a nadie”, pero
Osher no me dejaba hablar—. Es tu deber Simón; tu deber es estar con el pueblo
de Israel.
—Osher, espera. El Maestro no es así
—protesté mirándolo incómodo.
—¿No es cómo, Simón? ¡No te estarás
escaqueando de tu responsabilidad! —me dijo en tono amenazante.
—El Maestro no tiene enemigos y predica
la bondad entre los hombres.
—¿Bondad con los romanos? —preguntó
entornando los ojos— ¡Pero ¡cómo puedes siquiera considerar tú eso!
Yo no sabía qué decir. Osher mismo sabía
que yo había asesinado a un romano; sin querer, pero lo había asesinado. Y yo
sí sabía que el Maestro iba a hacer un reino, pero no sabía cómo lo iba a
hacer. Al principio creí que el reino iba a ser un reino invencible y cruel con
todos los enemigos de Israel, pero las cosas habían cambiado porque el Maestro
hablaba todo el tiempo de misericordia. En el grupo, Judas de Keriot, Felipe y
yo éramos los más activistas en favor de la independencia de Israel, pero yo
notaba que la cosa entre nosotros iba cambiando, especialmente en Felipe y en
mí. El de Keriot era muy suyo, y se veía que seguía con las mismas ideas,
porque su familia había tenido una posición muy especial en la sociedad hasta
que habían llegado los romanos y les habían quitado todas sus prerrogativas.
—No puedo ayudarte, Osher —le dije
finalmente. Me miró con ojos acusadores, que entornó un poco, mientras se
encaraba conmigo:
—Escúchame bien, Simón: tú vas a hacer
con todo lo que yo te diga. Si no, algo te puede pasar a ti, o a tu familia.
Todos sabemos dónde vives.
—Mi familia no tiene nada que ver conmigo
ni con lo que yo hago —protesté.
—Pues entonces tu Maestro o tú podéis
sufrir las consecuencias. ¡No nos retes! Tú todavía eres nuestro hermano, pero
todo eso puede cambiar. ¡Volveré a buscarte! —Yo me quedé temblando, porque no
esperaba esa visita; cuando volví donde estaba el Maestro, me encontré con el
mellizo.
—¿Qué te pasa Simón? —me preguntó; yo no
pude decir nada; me fui unos pasos detrás de un arbusto, y vomité. Solo
entonces me sentí un poco mejor, y volví con los demás.
—¿Te pasa algo? —insistió el mellizo.
—Nada Mellizo; nada —le respondí. En ese
momento nos estaba hablando Jesús:
—Todos los seres humanos pasan por la
prueba de la vida, que no es fácil, pero el Espíritu da la paciencia que
necesitas para vivir la vida con Dios en tu interior, y así tendrás el valor
que necesitas para enfrentar las adversidades. ¿Os acordáis cuando os dije que
el hombre vivía pendiente de las cosas de este mundo?
—Sí, Maestro; “los afanes de este mundo”,
dijiste —respondió el Santiago, el mayor; Jesús asintió.
—Pues el Espíritu hará que deje de
existir esa división entre las cosas del mundo y las cosas de Dios porque,
incluso, las cosas más mundanas las veréis como una manera de alabar a Dios y
de llegar a Él. El Espíritu nos ayuda a ser como Dios quiere que seamos; y os
puedo asegurar que cuando cumplís la voluntad de mi Padre, hay fiesta en el
cielo. Hablando de fiestas, vamos a volver a Jerusalén a la fiesta de la Dedicación.
—¿Otra vez a Jerusalén, Maestro? —le
pregunté. Juan interrumpió:
—Maestro: no sería bueno volver. Recuerda
que los fariseos de Judea no están de acuerdo con muchas cosas de las que tú
enseñas.
—No te preocupes tanto, Juan. Ya verás
que todo va a estar bien. Además, la fiesta de la Dedicación es importante. ¿Sabéis
por qué se celebra?
—Por la dedicación del Templo, Maestro
—le respondió Piedro. Todos nos reímos, porque eso era lo obvio.
—Sí Piedro; ¿pero eso qué significa? —nosotros
nos miramos, porque no teníamos ni idea; Jesús continuó—: significa que vamos a
celebrar los buenos deseos que el Espíritu inspira en los hombres. Recordaréis
que Salomón construyó el Templo a Yahvé, como Él mismo le había indicado, en el
Monte Moriah. Ese Templo fue destruido por Nabucodonosor, el rey de Babilonia
al que el profeta Daniel le interpretaba los sueños. Luego Zorobabel lo
reconstruyó de nuevo, pero después hubo un rey de Siria que atacó y saqueó
brutalmente Jerusalén; se llamaba Antíoco Epifanes. Destruyó nuevamente el
Templo, haciendo burla de todo lo sagrado: edificó un altar encima del gran
altar sobre el que, con anterioridad, se habían presentado las ofrendas a
Yahvé; sacrificó cerdos sobre el altar a fin de mostrar su odio y desprecio por
Yahvé. Asimismo, quemó las puertas del templo, derribó las cámaras de los
sacerdotes y se llevó el altar de oro, la mesa del pan de la proposición y el
candelabro.
—Dos años después, movido por el Espíritu
de Dios, Judas Macabeo volvió a tomar la ciudad y el Templo. Judas recorrió las
ruinas con tristeza; el santuario estaba desolado, y en los atrios del templo
crecía la maleza. En medio de lágrimas, derribó el altar hecho por el rey
extranjero y edificó uno nuevo con piedras no labradas. Ordenó hacer vasos
nuevos e introdujo en él nuevamente el altar del incienso, la mesa del pan de
la proposición y el candelabro. Entonces dedicó el Templo a Yahvé y restauró el
sacrificio de todos los días a mi Padre. Todo el amor que puso Judas Macabeo, inspirado
por el Espíritu, es lo que celebramos en la fiesta. ¿Veis cómo Dios no ha
dejado de derramar su Espíritu desde que el hombre existe sobre la tierra?
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