NUNCA TE DES POR VENCIDO

VIDA DE JESÚS DE NAZARET


El Padre Nuestro
La necesidad de orar sin descanso
"Si pedís, se os dará; buscad y hallaréis"
Parábola del juez inicuo y la viuda


Extracto de una carta de Natanael a Lucas


—¿Qué es rezar? —le pregunté un día a Juan, que era uno de los preferidos del Maestro.

—No lo sé —me respondió haciendo un gesto cómico—; aunque Juan el Bautista rezaba salmos con nosotros, tú ya has escuchado al Maestro que insiste en que deberíamos hablar con el Padre del cielo como hablamos con el de la tierra.

Recordaba esa conversación, cuando estábamos recogiendo nuestras cosas, porque esa misma mañana nos volvíamos a Galilea desde Jerusalén. Nunca me olvidaré de ese día, porque fue cuando Jesús nos enseñó que la mano de su Padre estaba siempre sobre nosotros, ayudándonos desde el cielo; estábamos al lado del Torrente Cedrón acampando, con el Templo al fondo, y esa mañana el Maestro había madrugado a rezar, como era habitual en Él. Cuando volvió de rezar, ya nos encontró a todos despiertos, organizados y listos para comenzar nuestro camino.

—Maestro, ¿Estabas rezando? —le preguntó Felipe con curiosidad.

—Sí, Felipe; me gusta hacerlo siempre que comienza un día nuevo —le respondió Jesús, sonriendo.

—Juan me contó que un día el Bautista les enseñó a rezar —le dije—. ¿Nos puedes enseñar también tú a nosotros?

—¡Claro que sí, Natanael! Sentaos aquí —todos obedecimos; miró hacia arriba y dijo—: el Padre nos escucha siempre; incluso algunas veces creemos que nos ignora, pero Él está pendiente de todo lo que sucede a nuestro lado. Si no nos concede lo que pedimos, no es que no quiera ayudarnos; es que a lo mejor lo que le pedimos no nos conviene, o no conviene a alguien, o simplemente no conviene en ese momento. Y debemos confiar en Él, porque Él sabe más. Sin embargo, Él nos ayudará cuando recemos. ¡Siempre! —hizo una pausa, y continuó—: sin embargo hay algunas cosas que no nos debemos cansar de pedir, porque nos hacen mucho bien. Cuando queráis rezar, podéis decir:

Padre nuestro

que estás en el cielo:

santificado sea tu nombre;

que tu reino llegue a nosotros;

que tu voluntad se cumpla en la tierra

así como se cumple en el cielo.

Danos hoy nuestro pan de cada día

y perdona nuestras ofensas,

como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.

No nos dejes caer en la tentación

y líbranos del mal.

—Así os acordáis de que nuestro Padre está en el cielo, es vuestro creador y que todo lo puede; en su rostro buscaréis conocer lo que Él quiere para vosotros, conscientes de que, como su amor es infinito, desea que vosotros tengáis siempre lo mejor. Si es el Padre de todos, entonces todos somos hermanos, y no debemos ignorar a ningún hermano cuando está enfermo, ni cuando es pobre, o cuando no tiene medios para ganarse la vida; cuando está triste, cuando necesita albergue, cuando necesita consejo e, incluso, cuando está muerto y necesita alguien que lo entierre y que rece por su alma. También es el Padre del Hijo del hombre, entonces el Hijo del hombre es también vuestro hermano.

—Si su nombre es santificado, querrá decir que la gente lo respeta y lo quiere; el nombre dice mucho de una persona y el que Él ha escogido es el más dulce de los nombres: Padre. Acordaos cuando erais pequeños y vuestro padre de la tierra jugaba con vosotros; así justamente quiere ser vuestro Padre del cielo: que estéis con Él; que le contéis vuestras penas y vuestras alegrías; incluso que le lloréis cuando os sintáis mal; y cuando las cosas vayan mal, poneos en sus manos; y ¡Cuando vayan bien también! Es el Padre de todos, sin distinción: de hombres y mujeres, de gentiles y de judíos, de viejos y de niños, de ricos y pobres. Y nos espera todos los días para darnos un abrazo; pero si no vamos donde Él, ¿Cómo nos va a abrazar?

—Además, si estamos con Él llegará su reino, porque Dios es el rey del universo, y vosotros sois los príncipes, hijos predilectos del rey. Cuando pedimos que venga el reino, pedimos que su justicia reine en nuestras vidas, en un reino en el cual more la rectitud; es un reino donde el rey se pone a servir a sus súbditos y los ama con locura, porque son sus hijos. No debemos esperar al fin del mundo, o llegar al cielo, para lograr que el reino de Dios venga a nosotros. El cielo llegará en la otra vida, pero si queremos que su reino se instale aquí en la tierra, debemos procurar que todos nos tratemos como hermanos que se aman. Aunque aparentemente parezca una utopía, entre todos podríamos hacerlo posible. ¡Creedme que es posible!

—Así, la tierra sería un paraíso porque todos los hombres estaríamos cumpliendo su voluntad, como se cumple en el cielo, que es donde Él es el Rey. A lo mejor no nos damos cuenta, pero Él nos habla todos los días a través de los acontecimientos, de nuestro trabajo, de nuestra familia, de las personas que nos rodean. Un verdadero hijo de Dios, vive en la tierra y descubre el deseo del Padre sobre él, a través del amor a sus hermanos.

—Cuando le pedimos que nos dé nuestro pan cada día, le estamos pidiendo no solo lo que vamos a comer, sino también las fuerzas para enfrentarnos a nuestro trabajo diario que, a veces, no es fácil. También le pedimos por las soluciones a nuestros problemas; pero debemos confiar en Él porque, como os he dicho antes, las soluciones llegan a su tiempo, no al nuestro. Y, sobre todo, no olvidéis: Él sabe lo que necesitáis, mucho antes de que a vosotros se os ocurra; o sea que es mejor abandonarse en sus manos amorosísimas.

—El perdón de vuestros pecados es algo que mi Padre tiene entre ceja y ceja, porque sabe que necesitáis luces cuando se trata de perdonar y ser perdonados. Cuando ofendéis a Dios, Él no es como vosotros; no apunta vuestra ofensa en un libro para recordaros que lo habéis ofendido. Él, simplemente espera a que le pidáis perdón, y está dispuesto a perdonaros siempre, y a olvidar siempre; pero espera que también vosotros hayáis tenido misericordia de los hermanos que os hubiesen ofendido y los perdonéis de corazón, porque Él os va a medir con la misma medida con que midáis vosotros. Algunos de vosotros decís: “Yo perdono, pero no olvido”. Eso no está bien, porque permanece en vosotros el rencor que se puede convertir fácilmente en odio. Perdonad y olvidad; si es necesario, llevad al Padre ese sentimiento y pedid que os ayude a olvidarlo. Veréis cómo vuestro corazón se vuelve liviano y se vacía de malos sentimientos, para que Dios pueda ocuparlo entero.

—La tentación es como estar al borde de un precipicio y seguir caminando, a veces mirando hacia el vacío. La tentación va a venir siempre porque vuestro adversario no descansa y es muy fuerte. Por eso, tenéis que pedirle a Dios que os aleje del precipicio; si vosotros ponéis los medios para no caer, Él os tomará de la mano y os alejará del peligro, porque mi Padre nunca permite que la tentación sea más fuerte que su ayuda y, por tanto, la tentación nunca estará por encima de vuestras posibilidades cuando confiáis en Dios.

—El maligno se volvió maligno cuando se dio cuenta del amor profundo que tenía Dios por todos vosotros, que sois sus niños pequeños, y su envidia hizo que se quedara anclado en el odio. Por eso intenta destruiros a toda hora. Él sabe que no puede hacer nada contra Dios, pero sí intenta todo contra vosotros. Es muy listo, y su principal estrategia es intentar convenceros de que él no existe. Si no lo logra, intenta pasar desapercibido vistiéndose de bondad, de lógica o de amor, porque él es el padre de la mentira; él os conoce bien e intenta siempre engañar a cada uno de vosotros por su punto más débil. Pero, aun siendo tan astuto, no es nada cuando mi Padre os apoya, si le pedís que os libre de él.

—Maestro; pero yo he ensayado a pedirle al Padre cosas, como tú nos has enseñado; y no se ha cumplido lo que he pedido —le dije.

—¡Quién sabe cómo se lo has pedido, tú que eres tan guasón! —me respondió Jesús; todos nos reímos con la broma del Maestro— Natanael; mira; vosotros debéis orar sin desfallecer; nunca os debéis dar por vencidos, porque el Padre siempre os escucha, aunque vosotros creáis que no; os pongo un ejemplo: imaginaos a un padre de familia que está acostado durmiendo con su mujer y sus hijos, y llega el vecino pesado a la tercera vigilia[1] y le dice: “¡Amigo! Préstame tres panes, porque ha llegado de viaje un amigo mío, y no tengo nada que darle —todos nos miramos y sonreímos imaginándonos la escena—. Entonces este hombre, en medio del sueño, le responde desde dentro de su casa: “Me has despertado; no me molestes, que ya tengo la puerta cerrada y todos en casa estamos durmiendo; déjame dormir, porque mañana tengo que madrugar a trabajar.” Y el vecino vuelve y le dice: “vecino, venga, ayúdame; mira que mi amigo tiene hambre y el favor que ahora me haces tú, después te lo puedo hacer yo a ti”. Y así incesantemente, hasta que el padre de familia no aguanta más y se levanta y le da los panes, ya no por hacerle el favor, sino para que su vecino lo deje en paz. Mi Padre es como ese vecino que os escucha siempre; y si perseveráis, os concede lo que le pedís. Es más, te digo un secreto: cada vez que le pedís algo, Él sonríe.

—¡Si pedís, se os dará! porque el que pide al Padre, con humildad, siempre recibe; ¡Si buscáis, hallaréis! porque el que busca en el Padre, siempre encuentra; ¡Si llamáis, se os abrirá! porque el que llama a la puerta del Padre siempre recibe respuesta; las puertas de los padres siempre están abiertas para sus hijos. Sobre todo porque los padres de la tierra, aunque quieran a sus hijos con locura, son imperfectos y se equivocan; incluso hay algunos que no tienen la fortuna de contar con un padre bueno. Pero, en cambio imaginaos a un Padre perfecto, con toda la sabiduría, todo el poder y con un amor infinito, que está esperando todo el día que sus hijos vayan donde Él. ¡Les dará todo lo que pidan, sobre todo si son cosas buenas! Es posible que no os dé exactamente lo que pedís, porque Él lo sabe todo y, como os dije ahora, sabe si lo que pedís os conviene o no, como os dije antes; o a lo mejor no os conviene en ese momento, y os lo da más tarde, o a lo mejor os dará algo equivalente, pero podéis estar seguros de que nunca os ignora —hizo una pequeña pausa y continuó:

—¡Y cuando se trata de pedir justicia, también el Padre está pendiente! Os cuento otra historia: había en una ciudad, un juez que no respetaba a los hombres, ni creía en Dios, y tenía que juzgar el pleito de una viuda. La viuda iba todos los días a darle la lata para que juzgara con justicia, pero el juez se negaba, porque el enemigo de la viuda era alguien notable, él era un juez bastante importante y, en cambio, la viuda no era nadie en esa ciudad. Pero la viuda volvió al día siguiente a pedirle lo mismo y, así, día tras día —nosotros nos estábamos riendo, imaginando la viuda todos los días en la puerta del juez—. Entonces el juez, harto de la viuda, se puso a pensar: “no creo en Dios, ni me importan los hombres, pero no tengo por qué aguantar a esta viuda dándome la lata todos los días en la puerta. Juzgaré con justicia este asunto y me olvidaré de esta viuda pesada para siempre”. Ahora imaginaos a un juez perfecto, que es vuestro Padre, a quien vosotros le pedís justicia. ¡Os aseguro que os la concederá, mucho antes de lo que os imagináis!

De repente, el rostro del Maestro se ensombreció, como si de repente le hubieran echado encima un jarro de agua fría; hizo un gesto con la boca y dijo:

—¡Qué pena de este mundo en el que mi Padre pone tanto cuidado y tanto mimo! Los hijos de la oscuridad le viven ganando terreno a los hijos de la luz, y por eso me pregunto si cuándo vuelva el Hijo del hombre será capaz de encontrar algo de fe sobre la tierra.



[1] Desde las 12 de la noche hasta las 3 de la mañana.


Comentarios


En un viaje a Jerusalén para estabilizar la tumba donde,
según la tradición, fue enterrado Jesús de Nazaret,
el Padre Carlos Pineda encontró una caja de cedro,
que contenía papiros con cartas y otros documentos.

Esta novela es su recopilación ordenada.

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