LA PUERTA DE LAS OVEJAS
VIDA DE JESÚS DE NAZARET
Conversación con el ciego curado
La Puerta de las Ovejas
El buen pastor
Apuntes de Juan para su Evangelio:
El Maestro estaba en peligro, pero yo no podía
hacer ni decir nada para advertirle. Caifás me estaba presionando y, claro, no podía
decirle a Jesús que yo hablaba con uno de sus grandes enemigos. En sueños, una noche,
me imaginé a mí mismo siendo acusado por el resto de mis compañeros; todos me señalaban
en medio de gritos y burlas; solo Jesús me miraba sin decir nada, como si
estuviera ajeno a todo lo que me decían. A la mañana siguiente me desperté, con
los ojos y el cuerpo cansado de tanta tensión.
Estábamos en Betania, donde los amigos del
Maestro, y Marta nos hizo sus magníficos panes que comimos con aceite y
dátiles. Yo estaba serio y cansado.
—Me voy a Jerusalén con Juan —anunció Jesús,
mientras le encargaba a Piedro que organizara a todo el mundo, porque nos iba a
dar una misión a la que quería enviarnos. Yo me sorprendí de que Jesús quisiera
irse solo conmigo a la ciudad.
—Maestro, ¿y qué vamos a hacer a
Jerusalén? —le pregunté yo para tratar de que cambiara de idea—; ¿no nos íbamos
ya a Galilea?
—Yo quiero ir a Jerusalén; más tarde
iremos a Galilea —dijo, y luego continuó dándole instrucciones a Piedro.
—Perfecto Maestro. Así lo haremos —le
respondió Piedro, en tanto que comenzaba a organizarlos a todos.
—¡Venga! ¡Vámonos Juan!
—¿A qué vamos a Jerusalén, Maestro? —le
pregunté.
—Quiero ir donde el ciego que curé ayer.
—Yo me preocupé. ¿Qué iba a pasar? No quería que Caifás, Najum, o cualquier
otro, estuvieran por ahí merodeando y quisieran poner preso a Jesús.
—¿Y nada más? ¿No tenemos que comprar
nada? —le pregunté.
—Nada Juan; ya lo que había que comprar
lo ha comprado el de Keriot.
Salimos entonces por el camino habitual, en
medio de mi nerviosismo: Betania, Betfagé, Monte de los Olivos, y Torrente
Cedrón. Comenzamos a subir a la ciudad y, cuando íbamos llegando a la Puerta de
las Ovejas, nos encontramos al que era ciego, que sonreía. Jesús le preguntó:
—¿Tú crees en el Hijo del hombre que
anunció el profeta Daniel? —entonces el ciego, que ya se lo sospechaba, quiso
escucharlo de los labios del Maestro, y le preguntó:
—¿Y quién es el Hijo del hombre para
verlo y creer en Él?
—¡Lo estás viendo! ¡Soy yo! —Entonces el
que había sido ciego se postró ante Jesús y le dijo:
—Yo había rezado desde pequeño porque
quería ver el mundo; para ver a los animales, el amanecer y las flores, que mis
padres me describían con palabras; pero nunca me imaginé que Dios mismo me
fuera a devolver la vista para ver a su Hijo en carne y hueso. ¡Bendito sea
Dios! —El ciego curado lloraba, lleno de emoción. Entonces Jesús se conmovió también,
y le dijo:
—Yo he sido enviado para que los que
están ciegos puedan ver; y en cambio para que los que creen que ven y que
comprenden todo, no vean ni entiendan nada. —Unos fariseos estaban escuchando
y, sabiendo que Jesús los criticaba abiertamente, le dijeron:
—¿Lo dices por nosotros? ¿Crees que
estamos ciegos o sordos? —Jesús sonrió solamente por el lado izquierdo de su
boca.
—Si estuvieseis ciegos —les dijo, con toda
la calma—, no tendríais ningún pecado. Pero vosotros no aceptáis que estáis
ciegos, entonces vuestra ceguera permanece; ¿por qué? porque no hacéis nada por
curaros. —Se comenzaron a juntar más fariseos alrededor de Jesús, y la
audiencia se hacía cada vez más grande; yo no quería que la guardia del Templo
se hiciera presente y que, ahora sí, pudieran prenderlo.
—¿Nos vamos ya, Maestro? —le dije un poco
agitado.
—¡Qué prisas tienes, Juan!
—No Maestro; como dijiste que querías ver
al que curaste, y ya lo has visto. —El Maestro me miró; yo hice fuerza para que
el Maestro no leyera en mi cara los problemas míos con Caifás. Jesús me sonrió.
—Está bien; venga, vámonos Juan.
Si se había dado cuenta de mis
pensamientos, no me lo dijo, ni aparentó saberlo. Comenzó a caminar, despacio;
yo no dejaba de mirar a la puerta de las ovejas, por si veía aparecer a la
guardia; había varios que nos acompañaban y Jesús, como leyendo mis
pensamientos y mis miradas hacia la puerta, dijo:
—El que no entra por la Puerta de las Ovejas,
sino que salta por otro lado, es un ladrón y un bandido —yo lo miré; ¿se
refería a esta Puerta de las Ovejas, o hablaba en sentido poético? Yo ya me
perdía; Jesús continuó—: En cambio el pastor de las ovejas, entra por la
puerta, como siempre lo hace, y por eso las ovejas escuchan cuando las llama; el
buen pastor camina delante de ellas y las ovejas lo siguen, porque lo conocen; pero
si las llama alguien que no es su pastor, no se van con él. —Los que estaban
con nosotros no entendían nada, pero yo sí lo entendía; Él se quería presentar
abiertamente y sin miedo, porque no había hecho nada malo.
—¡No tenéis que mirar más a la puerta de
las ovejas, porque la puerta de las ovejas soy yo! —declaró—. Unos habían venido antes, y eran unos ladrones
que utilizaban el nombre de mi Padre para su conveniencia. ¡Si entráis a través
de mí, que soy la puerta buena, llegaréis al reino de los cielos! Pero si
seguís al ladrón, solo encontraréis robos, muertos y destrucción. Hay otros que
cuidan las ovejas solo por recibir un salario, pero las ovejas no les importan
de verdad porque, si ven venir al lobo, las abandonan y huyen. En cambio yo
conozco a cada una de las ovejas por su nombre; sé cuáles son sus virtudes y
sus defectos, y conozco cada una de sus necesidades. Tengo también otras ovejas
que no son de este rebaño, y veréis que ellas también van a escuchar mi voz y haré
un solo rebaño que tendrá un solo pastor. ¡Yo soy el buen pastor, y voy a dar
la vida por mis ovejas! —Me miró, sonriendo, pero con un atisbo de melancolía,
y me dijo:
—También mi Padre me conoce y sabe que nadie
me la va a quitar, sino que yo la voy a dar voluntariamente; pero luego la voy
a tomar de nuevo, porque eso es lo que quiere mi Padre. —Uno de los que venía, exclamó:
—¿Por qué lo escucháis? ¡Está
endemoniado!
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