EL ENVIADO


VIDA DE JESÚS DE NAZARET


¿Tus males vienen de tus pecados?
Curación de un ciego. "Ve y lávate en la piscina de Siloé"
Interrogatorio del que había sido ciego


Apuntes de Juan para su Evangelio:


Jesús se había convertido en una mala idea fija en la mente de los fariseos y los sacerdotes de Jerusalén; esa idea los dominaba de tal manera, que siempre estaban al acecho, tratando de encontrar el menor resquicio de error en su doctrina, con el fin de poder acusarlo. Incluso cuando el Maestro hacía el bien a la gente ellos no podían aceptarlo, y trataban de desacreditar el corazón bondadoso del Señor.

Íbamos saliendo de Jerusalén por las escaleras de salida del recinto del Templo y a lo lejos vimos a uno que parecía ciego de nacimiento, porque estaba completamente quieto con su cabeza dirigida hacia el sol, y los ojos abiertos; era un hombrecillo bajo y callado; se veía que era muy pobre, porque tenía sus vestiduras raídas; su túnica parecía caerse a pedazos, y estaba quieto en el camino, esperando no se sabe a qué. Mi hermano Santiago le preguntó entonces a Jesús:

—Maestro, ¿si todos los males vienen del pecado, de qué pecado viene un pobre ciego como éste?

—De ningún pecado, Santiago. Mi Padre no castiga a las personas en este mundo haciéndoles daño. Si tú cumples la voluntad de Dios, serás siempre feliz, aunque tengas los peores problemas; y si no la cumples tienes todas las posibilidades de no serlo, aunque tengas todas las riquezas y posesiones. Nuestro Padre Dios nos mima siempre y, aunque muchas de las cosas que nos vienen las vemos como desgracias, en realidad Él es como un jardinero cuidadoso con cada uno de nosotros: nos poda, nos riega, nos pone al sol, y a veces incluso nos cambia la tierra en la que estamos. Todo para que, al final, luzcamos como la más hermosa de las plantas y se pueda ver en nosotros el reflejo de su belleza. Mira a “este pobre ciego”, como tú lo has llamado; ¡él es un hombre feliz!, y su enfermedad existe, para mostrar que el poder de Dios es verdadero. Y mientras el sol nos dé luz vamos a poder curar y hacer obras buenas; pero cuando caiga la noche, ya nadie podrá hacerlas.

Yo me quedé pensando si el Maestro decía a veces estas cosas poéticamente o las decía de verdad. Es decir, me preguntaba si a partir de esta noche el Maestro iba a estar con nosotros, o no; yo no estaba muy seguro de esto, sobre todo después de la conversación atropellada que había tenido recientemente con Caifás. Jesús entonces, se inclinó, y escupió en la tierra; hizo lodo con su saliva y le puso el lodo al ciego en los ojos.

—¿Sabes cuál es la piscina de Siloé? —le preguntó, mientras le sonreía.

—Si Maestro —respondió el ciego, mirando a diestra y siniestra.

—¿Y sabes qué quiere decir “Siloé”?

—No Maestro.

—Pues quiere decir “enviado”. Ve y lávate allí y te darás cuenta de las cosas buenas que Dios te envía. —El ciego no se lo pensó dos veces y salió ayudado por su bastón. El Maestro se quedó allí otro rato, hablando con gente que le seguía. Yo estaba muy nervioso porque realmente pensaba que Jesús estaba en peligro, y le dije a Felipe, presionando nuestra partida:

—Es tarde; ¿no? ¡Nos deberíamos ir ya!

—No está tan tarde, Juan. Seguramente dormiremos en casa de los amigos del Maestro, en Betania. No creo que vuelva a casa de sus primos, porque lo pueden estar esperando los guardias.

—¿Esperando por qué? —pregunté como si yo no supiera nada.

—¿No te enteras? Al Maestro lo estaban buscando para arrestarlo. Nicodemo se lo ha contado a Piedro.

¡O sea que todo se sabía ya! Caifás estaba detrás de Jesús, acechándolo, como un lobo a su presa, y no podíamos hacer nada, salvo que Jesús se cuidara a sí mismo. Imaginé que no sería difícil para Él, teniendo en cuenta las dos veces que lo habíamos visto escabullirse: una, la más increíble, en Nazaret cuando esquivaba los golpes de los que querían despeñarlo por un precipicio, y ahora aquí deslizándose por entre la gente en el Templo. Sin embargo el poder de Caifás era muy grande; incluso podía llegar a hacer una alianza con el gobernador o con Herodes, para acabar con Él. No sería la primera vez que Caifás utilizaba a los propios invasores romanos con el fin de conseguir sus propósitos.

Es verdad que el César tenía el poder de destituir a Caifás y nombrar a otro como Sumo Sacerdote, pero esto tenía que tener el beneplácito de fariseos, saduceos, escribas, antiguos sumos sacerdotes, en fin: un lío grande, que también podía ser motivo de insurrección. El ejemplo perfecto de este lío había sido la remoción de Anás del cargo, y cómo Anás había sido restituido finalmente en la persona de Caifás, su yerno.

Después de un rato volvió el que era ciego, allí a las escaleras de acceso la explanada del Templo, feliz por haber sido curado, a postrarse a los pies de Jesús.

—¡Yahvé te bendiga, Maestro! —gritaba—. ¡Gloria a Dios!

Pero el Maestro le mandaba que se callara, para que no armara más escándalo, mientras se iba a conversar un poco más hacia las afueras de la ciudad. Yo me quedé distraído hablando con alguien y, después de un rato, escuché que uno de los que andaba por ahí, preguntó:

—Oye, ¿no era éste es el mismo que pedía limosna?

—¡Sí, Es él! —le respondieron; pero otro de piel cetrina y grueso le dijo:

—¡No! Seguro que no es él, porque el que estaba aquí era ciego. —Entonces él mismo replicó:

—¡Claro que soy yo! ¿No me veis? Soy la misma persona. Por cierto, ¿por qué no me habíais dicho cómo se veían de sucios y raídos mis vestidos?

—Y entonces, ¿cómo es posible que antes fueras ciego y ahora ves? —preguntó el de piel cetrina.

—Pues yo no lo sé; el hombre al que llaman Jesús me puso barro en los ojos y me dijo: “Ve a lavarte en la piscina de Siloé”. Yo fui, me lavé y me curé. Y luego volví para darle las gracias.

—¿Y dónde está Él? —preguntó. Yo miré a Jesús, a ver dónde se había ido, pero Él ya no estaba. ¡Dios mío! Este asunto de Caifás me tenía tan distraído que ni me di cuenta de que se habían ido. El ciego dijo entonces moviendo la cabeza:

—No sé dónde estará.

Me fui rápido camino abajo. Se iba a armar gorda porque era sábado, y Caifás no le iba a perdonar. Pasé el torrente Cedrón, el Monte de los Olivos y pude llegar hasta Betania. Cuando llegué, Santiago mi hermano me estaba esperando en la puerta.

—¿Dónde estabas?

—Me había quedado rezagado con lo del ciego. ¿No crees que nos pueden poner problemas porque el Maestro curó un sábado?

—Ya lleva muchos sábados curando, Juan; no creo que pase nada —me dijo, tranquilizándome.

—Pero… —dudé antes de terminar la frase. ¿Le contaba a Santiago lo de Caifás? Era mejor que no.

—Pero, ¿qué Juan?

—No; nada Santiago; no me hagas caso. —Cuando entramos en la casa dijo Jesús en voz alta:

—¡Hombre! ¡Si son los hijos del trueno! —Todos los demás se rieron, incluso los tres hermanos anfitriones. Yo no entendía, y le hice señas a Santiago para que me explicara. Él se agachó y me susurró mientras los demás aplaudían:

—Tú no te acuerdas, porque venías muy enfadado ese día, pero cuando quisimos que lloviera fuego del cielo sobre la ciudad samaritana que no nos recibió, el Maestro nos llamó “los hijos del trueno”, bromeando con nosotros.

Los demás nos comenzaron a dar collejas, que esquivábamos como podíamos. Luego, muy entrada la noche se presentó un sirviente y me dio un papiro enrollado. En la parte de afuera ponía: “Juan”. Yo desenvolví el papiro y leí:


Natanael, miembro del Sanedrín a mi querido Juan:

Ya he sabido que Caifás te tiene muy presionado. Te quiero contar un asunto, porque el Maestro puede estar corriendo un peligro muy grande. Ahora en la tarde trajeron a un ciego al que había curado el Maestro, con el fin de que contara cómo había sido. Me imagino que habrás visto la curación, porque tú andas con Él en todos lados. El ciego les dijo:

—Yo estaba en la parte de fuera de la puerta de las ovejas, como siempre, pidiendo limosna. Entonces vino Él, me puso lodo en los ojos, y me dijo que fuera a lavarme a la piscina de Siloé. Yo me lavé, y ahora veo perfectamente.

—Este hombre no viene de Dios —dijo Najum, uno de los del Sanedrín—porque si viniera de Dios guardaría el sábado que es un mandato divino. —Entonces yo protesté:

—¡Un hombre pecador no puede hacer esos prodigios! ¿Cómo es posible que Dios esté del lado de los pecadores?

Yo escuchaba gente a favor y gente en contra, como en todas las discusiones en el interior del Sanedrín, pero con Jesús de Nazaret las discusiones pasaban a otro nivel, mucho más pasionales, y mucho más cercanas al fanatismo y al odio, que a la realidad y a la justicia. Entonces, José de Arimatea, que también estimaba al Maestro, le preguntó al ciego:

Pero, ¿tú qué opinas de ese hombre?

—¿Yo? ¡Que es un gran profeta! —exclamó el ciego, admirado.

—¿Cómo va a ser un profeta? —dijo Caifás— Tú ni siquiera debes haber sido ciego, porque eres un embustero. ¡Trae ahora mismo a tus padres y comprobaremos tus mentiras!

—Ahora mismo los traigo, señor —repuso el ciego, bajando la cabeza.

Y el que había sido ciego se fue a buscarlos. En el Sanedrín seguíamos discutiendo. Caifás y Najum cerrados en contra de Jesús; José y yo, defendiéndolo.

Volvió entonces el ciego con sus padres: unos ancianos que no se atrevían ni a levantar la mirada del miedo que les infundía el Sumo Sacerdote; se veía a la legua su pobreza y su gran humildad. Yo pensaba que Caifás, con toda su experiencia, los iba a lograr manipular en contra de Jesús.

—¿Vuestro hijo ha nacido ciego? —les preguntó. El hombre contestó:

—Sabemos que éste es Meushar, nuestro hijo, y que nació ciego, el pobre. Nos dimos cuenta desde muy pequeño, porque no reaccionaba a la luz ni a nuestras manos, y se quedaba quieto con los ojos abiertos todo el tiempo y sin parpadear. Al principio pensamos que estaba endemoniado, pero luego vimos que era solamente era ciego.

—¿Y entonces por qué ahora sí pueda ver? —le preguntó Najum.

—¿Cómo ahora puede ver? ¡No tenemos ni idea! Para nosotros es un misterio, porque esta mañana salió de casa ciego, como hace él siempre, y que ahora volvió viendo normalmente. ¿Quién le abrió los ojos? No lo sabemos. ¿Por qué no se le preguntáis a él?

—Pues a nosotros todo esto nos parece bastante extraño —dijo Caifás mientras caminaba rodeándolos, como una fiera a su presa—; nosotros sabemos que el hombre que lo ha curado es un pecador —El que había sido ciego les dijo:

—¿Un pecador? La verdad, yo no lo sé; yo solo sé que antes estaba ciego, y ahora os puedo ver a cada uno de vosotros.

—¿Pero qué te hizo ese hombre? ¿Te embrujó y te abrió los ojos? —El ciego se comenzó a enfadar porque le volvieran a preguntar lo mismo, y porque sabía que su objetivo era desacreditar a un hombre bueno como Jesús.

—¿Pero no me habéis escuchado? ¿Cuántas veces os lo tengo que repetir? ¡Os lo he dicho ya varias veces! —y añadió irónicamente—: ¿O es que vosotros también queréis ser sus discípulos? —Najum se encendió de ira y le dijo:

—¡Discípulo de Él querrás ser tú! ¡Ese hombre no es nadie! ¡Nosotros somos discípulos de Moisés, que a él sí sabemos que Dios le habló.

—Pues yo os digo que a mí todo esto me parece muy extraño —les dijo el ciego—, porque vosotros decís que no sabéis quién es ese hombre ni de dónde viene y sin embargo habéis comprobado que abrió los ojos a un ciego. ¿Cuándo habéis escuchado que un hombre haya abierto los ojos a un ciego de nacimiento? Se supone que vosotros sois los representantes de Yahvé y sabéis que Dios jamás escucharía a alguien que fuera un pecador, sino al que es recto y hace su voluntad. ¿Cómo ha sido capaz de curarme si no ha venido de Dios?

—¿Cómo te atreves a desafiarnos así? —le gritó Caifás—¿Quieres enseñarnos algo de Dios a nosotros, que somos miembros del Sanedrín y la autoridad en Israel? ¡Todos vosotros sois unos pecadores! ¡Largaos ahora mismo de aquí!

Se fueron entonces el que había sido ciego con sus padres, y nos quedamos solos nosotros con un silencio que se podía cortar con la espada, hasta que Caifás no pudo más contener su furia y gritó:
—¡Este nazareno me está sacando de mis casillas! ¡Tenemos que hacer algo, y pronto!

 Así que, Juan, advierte al Maestro que las cosas por aquí están muy tensas; no estaría de más que os fueseis a Galilea, al menos un tiempo, mientras que todo esto se calma.

Que Yahvé te acompañe.

Comentarios


En un viaje a Jerusalén para estabilizar la tumba donde,
según la tradición, fue enterrado Jesús de Nazaret,
el Padre Carlos Pineda encontró una caja de cedro,
que contenía papiros con cartas y otros documentos.

Esta novela es su recopilación ordenada.

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