NADIE HABLA COMO ÉL
VIDA DE JESÚS DE NAZARET
Jesús en la Fiesta de los Tabernáculos
Discusiones sobre Jesús dentro del Sanedrín
Jesús de defiende por haber curado un hombre que llevaba 38 años enfermo
"Donde yo voy, no podéis venir vosotros"
Extracto del testimonio de Nicodemo, enviado a Juan
—¿Dónde está “ése”? —preguntó Talor; yo le respondí:
—¿Quién?
—¡Pues quién va a ser! ¡Jesús de Nazaret!
—¡No tengo ni idea!
Era
verdad lo que decía. No sabía si Jesús había venido o no a la fiesta. Yo creía
en su doctrina, pero no podía expresarlo abiertamente ante el Sanedrín, que era
el consejo supremo de Israel. Me sentía acorralado porque, en cualquier momento,
el preso podría ser yo, si continuaba defendiéndolo. El Sanedrín era autoridad,
no solo religiosa, sino también política y sus integrantes eran bastante
radicales para juzgar ideas como las de Jesús, que trastocaban todo el orden
establecido. Najum comentó:
—Yo he visto a sus familiares, que además
son sus discípulos, pero a Jesús no lo vi con ellos. Él no es ningún tonto y es
probable que ya se huela que estamos en su contra.
En la fiesta de las Tiendas o de los Tabernáculos
la ciudad se había llenado, como todos los años, con pequeñas tiendas que
simbolizaban la permanencia de los cuarenta años del pueblo de Israel vagando
por el desierto, antes de entrar en la tierra prometida. Era mediodía del
tercer día de la fiesta, y nadie en Jerusalén se atrevía a hablar de Jesús; unos
porque temían descubrirse ante Anás y Caifás, que lo odiaban; y los otros,
porque no descubrieran los planes que tenían contra Él.
Yo, sinceramente, creía que Jesús era el
Mesías, pero nunca me atreví a confesárselo a nadie. No conocía a ningún hombre
mejor que Jesús, ni alguien tan inteligente como Él, ni a alguien que hablara
de Dios, como hablaba Él, ni a alguien que hiciera tantos prodigios, como los hacía
Él, ni nadie con un corazón tan grande como su corazón.
Caifás llegó agitado a la sede del Sanedrín;
era un hombre de mediana edad, de voz grave, y bastante resolutivo; algunas
veces, las más, por esa presteza en tomar decisiones se equivocaba tanto:
—Creo que ese impostor no ha venido a la
fiesta —dijo muy serio.
—¿Y por qué lo crees? —pregunté
haciéndome el desentendido.
—Porque me han dicho que están sus
discípulos sin Él.
—Yo he visto a sus primos —dijo Najum.
—¿Cuándo los has visto? —preguntó Caifás.
En ese momento llegó también José de Arimatea que creía, como yo, que Jesús era
una persona buena y que estaba de acuerdo con muchas de las cosas que el
Maestro criticaba.
—Ayer estaban en el Templo, pero Él no
estaba con ellos —dijo Najum.
—Pues debe ser que su valentía no llega a
tanto, por ahora. He puesto unos guardias atentos con el fin de que lo apresen inmediatamente,
por si llega a hacernos el numerito de los vendedores de animales y de los
cambistas. —Entonces José intervino:
—¿De quién habláis, de Jesús?
—Del mismo —dijo Caifás.
—Pues a mí me parece una persona buena
—dijo con toda candidez, como si no se diera cuenta de que Caifás lo tenía
enfilado.
—A ver, José. ¿Cómo puede ser buena una
persona que no respeta el sábado y que arma semejante jaleo en el Templo? ¡Al
contrario! ¡Debe ser un endemoniado, porque no respeta ni siquiera el recinto
sagrado! —José calló; ninguno de los dos teníamos una respuesta satisfactoria a
esa pregunta pero en lo más íntimo de nuestros corazones sabíamos que Jesús era
una persona recta. Mi conversación con Él, en Betania, no me había dejado lugar
a ninguna duda.
—Voy a ir a dar una vuelta por la ciudad
—dije yo.
—Yo voy contigo —dijo Najum.
Nos fuimos por el recinto del Templo,
subiendo antes las pesadas escaleras que lo separaban de la sede del Sanedrín;
caminar con todos los arreos de nuestros vestidos era una auténtica proeza, y
más cuando nuestra edad comenzaba a hacerse evidente. Cuando llegamos al
recinto, vimos un grupo de gente; nos acercamos, y ahí estaba Jesús en medio.
Yo me sorprendí y me preocupé, porque sabía que Él corría peligro.
—¿Por qué entiendes de letras, si tú no
has estudiado? —le estaban preguntando.
—La doctrina de la que yo hablo no es mía
—contestó Jesús—, sino del que me ha enviado; y si estáis interesados en saber
si es verdad que mi palabra viene de Él o no, debéis hacer la voluntad de Dios.
—Najum intervino apenas llegó:
—¿Por qué hablas de ti mismo? Nadie, que
sea en verdad un enviado de Dios, se da esas ínfulas.
—El que habla de sí mismo busca su propia
gloria, estoy de acuerdo —replicó Jesús—; pero yo no busco mi gloria, sino la
del que me envía. Por eso, todo lo que os estoy diciendo es la verdad.
—¡Nosotros decimos la verdad, porque seguimos
a Moisés! —le dijo Najum.
—¿Moisés? Él os dio la ley, pero ninguno
de vosotros la cumple —Miró a Najum a los ojos, y le dijo—: por ejemplo, ¿por
qué queréis matarme, si Moisés prohibió matar? —Najum palideció; yo me preocupé
muchísimo con esas palabras de Jesús, porque no creía que Caifás se atreviera a
tanto.
—¡Estás endemoniado! —le dijo tratando de
defenderse con un buen ataque—, ¿quién quiere matarte?
—Queréis matarme, porque curé a uno que llevaba
treinta y ocho años enfermo, y solo por curarlo en un sábado. ¿No era justo sanar
a un hombre que llevaba tanto tiempo enfermo, solo por ser sábado?
—¡Tú no debes violar el sábado! —le dijo Najum
con evidente enfado.
—¿Por qué os enfadáis conmigo? ¡A ver! La
circuncisión que venía de los patriarcas, Moisés os la ordenó en la ley; se
viene haciendo desde ese entonces; y vosotros circuncidáis en sábado, porque os
lo manda Moisés. ¿No es más importante curar a alguien por completo que hacer
una circuncisión? ¡No juzguéis solo por las apariencias! —Najum no pudo
contestarle nada y se fue con mucha rabia. Yo me quedé a escucharlo; había uno
a mi lado que le preguntaba a otro:
—¿Éste no es el que querían matar? —Yo me
quedé helado; entonces sí había un plan para matar a Jesús, y yo se lo tenía
que adveritir cuanto antes. Otro que estaba al lado de ese hombre, repuso:
—Está hablando públicamente y no le dicen
nada. Seguro que ya el Sanedrín reconoció que Él es el Mesías.
—Espera; se supone que cuando venga el
Mesías nadie sabrá de dónde viene! Y nosotros sabemos que éste viene de
Galilea.
—Pues yo lo he visto en Galilea, y yo no
creo que el Mesías que venga vaya a hacer tantos milagros como Éste. —Jesús desde
lejos, como si los hubiera escuchado, les dijo:
—Vosotros sabéis de dónde vengo, pero yo
no he venido de mí mismo, sino de mi Padre. Yo volveré donde está Él, pero no
todavía, porque aún me falta tiempo. Y ese día me vais a buscar y no me vais a
encontrar; porque al lugar donde voy me vaya, no podréis venir vosotros. —El
que estaba al lado mío, le dijo a otro:
—¿Será que se va a Grecia, en la cual hay
una población grande de judíos, o a alguna otra parte? —Yo debía hacer algo;
estaba preocupado y me fui al Sanedrín a averiguar en qué iba todo, con el fin
de poder enviarle a Jesús algún mensaje de advertencia y porque, además, Najum
se había ido muy enfadado del rifirrafe con Él.
—¡No lo puedo soportar! —gritaba Najum,
como si Jesús fuera el demonio mismo—. ¿Cómo puede decir que nosotros no
cumplimos lo mandado por Moisés? ¡Que comience Él por respetar el sábado! —Caifás
le dijo:
—¡Cálmate Najum! Vamos a esperar a
reunirnos todos, y definimos qué hacer con Él. —Yo lo miré a los ojos, para
tratar de descifrar qué tenía en la mente, pero no logré entrever más allá de
lo que decían sus palabras.
No sé qué reuniones hicieron, sin
convocar a todos los miembros del Sanedrín, pero a los dos días parecía que ya la
decisión de prender a Jesús estaba tomada, y enviaron a la guardia del Templo.
Era el último día de la fiesta, que era el más solemne. En ese momento, estaban
llevando agua, desde la piscina de Siloé a manera de ceremonia hasta el Templo,
para conmemorar el agua que había dado Yahvé a Moisés en el desierto. Cuando yo
llegué a avisarle al Maestro, llegaba conmigo también la guardia. Los guardias,
al ver que había mucha gente escuchándolo, no quisieron forzar su prendimiento,
sino esperar a que Jesús estuviera un poco más solo; y entonces se pusieron a oír
sus enseñanzas. Jesús se puso de pie y dijo en voz alta:
—Mi Padre, es vuestro Padre, y Él no ha
dejado ningún detalle sin pensar en la naturaleza, ni en la vida de los
hombres, para que todos alcancéis la felicidad. Pero si queréis alcanzar la
felicidad, lo primero es que seáis fieles a su palabra y, sobre todo, que os
preocupéis más por los demás. ¡El que da, siempre recibe de mi Padre cien veces
lo que da! Ahora mismo están trayendo el agua al Templo —extendió sus manos y
continuó—: ¡Si alguno tiene sed que venga a mí; porque el que cree en mí, Yahvé
lo bendecirá, y de sus entrañas brotarán ríos de agua viva!, como dice la
escritura.
Él respondía con sencillez todo lo que le
preguntaban, pero con firmeza, con un conocimiento envidiable de las escrituras
y, sobre todo, con un criterio profundísimo con el que las entendía y las
explicaba. Además, el Templo era el escenario perfecto para escuchar a Jesús. El
que estaba a mi lado, me dijo, viendo que yo pertenecía al Sanedrín:
—¡Realmente Éste sí tiene que ser el
Mesías!
Yo vi que los guardias mismos estaban
ensimismados escuchándolo y, como algunos decían que era el Mesías, no se
atrevían a tocarlo. Yo le quería ayudar, pero había sido imposible avisarle,
porque Él estaba hablando, con toda propiedad, sobre todo lo relacionado con
Dios, y nadie se decidía a interrumpirle. Entonces regresé al Sanedrín. Allí
estaban todos esperando a que trajeran a Jesús. Al rato, volvieron los
guardias; yo esperaba ver a Jesús atado, pero vinieron solos.
—¿Qué ha pasado? —les preguntó Caifás—,
¿por qué no lo habéis traído? —El jefe de la guardia le respondió:
—Nunca hemos escuchado a alguien hablar
así. ¿No será el Mesías?
—¡Sois unos ignorantes! —les gritó Najum
fuera de sus casillas—¿Creéis que alguno del Sanedrín, o algún fariseo ha
creído en Él? ¡Os ha engañado a vosotros también!
—Pero cálmate Najum —dije yo, tratando de
defenderlo—, que nuestra ley no permite juzgar a alguien sin haberlo escuchado
o sin saber qué es lo que ha hecho.
—¿Tú no te das cuenta de lo que ha hecho?
¿Quién eres tú para defenderlo? —me dijo airado Najum, a pesar de que yo se lo
había dicho correctamente—; ¡Averigua y verás que de Galilea no ha salido
ningún profeta!
—Jonás, Eliseo y Oseas eran galileos
—argumenté.
—¡Bah! ¡Profetas menores! Tú mismo sabes
que el Mesías será judío y descendiente del rey David. ¡De Nazaret no sale nada
bueno! ¡Lo sabe todo el mundo! —Miró a Caifás, que estaba callado. De repente,
éste se levantó y dijo:
—No te afanes tanto, Najum. Todavía
tenemos una manera de hacerlo caer.
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