LA NUBE LUMINOSA
VIDA DE JESÚS DE NAZARET
Primer anuncio de la Pasión
Jesús dice a Pedro "Vete de aquí Satanás"
El Monte Tabor
La Transfiguración
He sido testigo presencial de algo imponente
y grandioso. Solo tres personas lo hemos visto, y no podíamos hablar de ello, hasta
que se cumplieran algunos sucesos determinados. Fue algo demasiado fuerte y superior
a mi entendimiento. No podría decir que fue algo que cambió mi vida, porque mi vida
ya había cambiado hacía poco más de un año cuando conocimos a Jesús, pero sí me
ayudó a ver la dimensión real de las cosas.
Bajábamos hacia Galilea, desde el norte, y
el Maestro nos decía:
—Quiero que sepáis que el Hijo del hombre
va a ser rechazado por todos los importantes de Israel: por los ancianos, los
escribas y el Sumo Sacerdote, y luego va a ser condenado a muerte.
—¿Por qué dices eso? —le preguntó Piedro.
—Os lo digo desde ya para que creáis en mí,
cuando todo esto suceda.
Todos habíamos notado que Jesús tenía
enemigos, pero tanto como que lo fueran a matar, nos parecía absurdo y desproporcionado.
¿A qué venía esto? Un hombre tan bueno no podía ser condenado a muerte. Se veía
que Piedro se había tomado muy a pecho lo de representarnos a todos, porque se
acercó a Él y lo apartó un poco de los demás, y le dijo:
—¿Cómo se te ocurre decir eso? —Jesús lo
miró, sorprendido— ¡Eso no va a suceder jamás! ¡Yo nunca permitiré que te
condenen a muerte! —le dijo, reconviniéndolo.
—¡Vete de aquí, Satanás! —le dijo Jesús,
con una fuerza que nos asustó, y que alcanzamos a escuchar a pesar de la distancia.
La cara de Piedro parecía como la de una estatua. Retrocedió y se puso pálido,
sorprendido por la reacción de Jesús, y casi se cae al suelo de los tumbos que
daba. Unos días antes, el Maestro le había dicho que sobre él iba a construir
su Iglesia, ¡y ahora lo llamaba Satanás! Jesús entonces, cayó en la cuenta de
lo que había dicho y le dijo con una sonrisa:
—Sé que me lo dices con la mejor de las
intenciones, Piedro, pero estás mirando las cosas como las miran los hombres;
no como las mira Dios. Mi Padre quiere que esto suceda, y que al tercer día yo
resucite de entre los muertos. —Entonces nos dijo con fuerza a todos los que lo
seguíamos—: Ya sabéis la única condición que existe para seguirme: debéis renunciar
a vosotros mismos, y cargar la propia cruz de cada día.
—Maestro —le dije—, tú ya nos habías hablado
acerca de cargar la cruz de cada día, pero yo no entiendo qué es.
—Santiago: quiere decir que debes
renunciar a todo, incluso a salvar tu propia vida; porque el que la pierda por
mí o por anunciar el reino de Dios, ¡ése es el que va a encontrar la vida
verdadera! —hizo una pequeña pausa y continuó—: ¡Anunciar la buena noticia es el
mayor tesoro que podéis tener! ¿Qué mejor noticia hay, que tener a Dios con
vosotros? —Felipe bajó un poco la cabeza y replicó:
—Yo
soy muy tímido, Maestro. A mí me da un poco de vergüenza hablar con la gente de
estos temas —Jesús lo miró con cariño, y le dijo:
—Te aseguro, Felipe, que no debes
avergonzarte de nada ante personas que no aman a Dios, ni tenerles miedo; más
bien hay que tenerles compasión, y rezar por ellos; precisamente por esto, os
he dicho antes que al que le dé vergüenza defender el reino de Dios ante los hombres,
a mí me va a dar también vergüenza de él cuando esté al lado de mi Padre; en
cambio todo el que defienda la justicia y el amor que trae consigo el reino de
Dios, yo también lo defenderé cuando esté delante de mi Padre. —Seguimos hacia
el mediodía; estábamos ya cerca de Caná, y Jesús nos dijo:
—Me voy a orar a ese monte —y señaló el
Tabor—. Quedaos aquí descansando, que ha sido una jornada muy dura. Piedro,
zebedeos, ¡venid conmigo!
Se quedaron los demás allí, y nosotros nos fuimos
con Él. El viento nos arrullaba en la subida; cuando llegamos jadeantes a la
cima nos dijo:
—Aguardad aquí, mientras yo voy allí a
orar.
Y se fue cerca. Desde el monte las vistas
eran espectaculares: se veía el Mar de Galilea a un lado, y al otro Nazaret y
Caná. Ahora el sol se iba durmiendo y el paisaje era espectacular, entre los
colores del cielo, las estrellas y los últimos estertores del día. Estábamos
tan cansados que nos quedamos dormidos los tres, mientras Jesús rezaba. Mi
mente divagaba por Cesarea, por Galilea, en esa especie de sueño que no era ni pesado
ni leve. Después de un momento, comencé a escuchar una conversación:
—¿Y por qué va a morir? ¡No lo entiendo!
—decía una voz, pero yo no comprendía lo que sucedía.
—Porque quiere perdonar los pecados de
todos nosotros, Moisés.
—Pero Elías, ¿dónde dices va a morir?
—En Jerusalén. —Yo pensé que estaba
soñando, porque era absurdo tener a Moisés y a Elías con nosotros; pero,
entonces, entreabrí los ojos y vi tres luces muy intensas, a pesar de que ya era
de noche. Vi a Jesús, resplandeciente, con dos hombres: uno a la derecha y otro
a la izquierda. Desperté a Piedro y a Juan, que inmediatamente se taparon un
poco los ojos por el resplandor. Piedro me dijo, todavía medio dormido:
—¿Quiénes son estos?
—Moisés y Elías —le respondí casi sin
saber a ciencia cierta lo que decía. Jesús estaba con un vestido tan blanco,
que nadie en la tierra lo habría podido lavar así. Él, que de por sí era fuerte
y bien hecho, con esta luz estaba majestuoso. De repente, Moisés y Elías se
movieron un poco de su lado, y Pedro le dijo a Jesús:
—¡Maestro! ¡Dile a Moisés y a Elías que
no se vayan! Voy a levantar tiendas para vosotros tres, y así estaremos todos
juntos. —De repente, vino una nube luminosa que nos envolvió a todos. Yo me
llené de terror al estar metido en la nube espesa y de pronto salió de la nube
una voz, como un trueno, que decía:
—¡Éste es mi hijo preferido; el que me
hace feliz! ¡Escuchadlo!
Después de esto la nube desapareció; los
tres nos habíamos quedado petrificados. Teníamos el rostro en tierra y no nos
atrevíamos ni a levantar la mirada. Entonces vino Jesús, nos puso la mano en el
hombro y nos dijo:
—¡Levantaos y no tengáis miedo! —Levantamos
los ojos y ya no vimos sino a Jesús. Juan estaba temblando del miedo.
—Tranquilo Juan —le dijo Jesús—; yo estoy
aquí.
Nosotros nos mirábamos desconcertados;
¿Cómo era posible haber visto a nuestro padre Moisés y al profeta Elías? Entonces
Piedro, Juan y yo nos postramos ante Jesús. Esto no tenía sentido, pero ninguno
de los tres se atrevía a preguntar nada.
—¡Venga, chicos! Ya ha pasado.
A la mañana siguiente comenzamos a bajar
del monte. Todos bajábamos callados, aún impactados por lo sucedido. El Maestro
nos reconvino:
—Habéis visto a Moisés, como
representante de la Ley, y a Elías como representante de los profetas, dando
testimonio de mí; así que ya sabéis que yo soy el Mesías, pero no se lo digáis
nada a nadie —nosotros negamos con la cabeza; hizo una pausa y añadió—: al
menos no, hasta que yo resucite de entre los muertos.— Seguimos caminando; Jesús
iba con Piedro, así que yo le pregunté a mi hermano:
—Lo de “resucitar de entre los muertos” es
morir y volver a vivir. Él nos ha dicho que es el Mesías. ¿Cómo puede morir el
Mesías, si el Mesías es el liberador de Israel? ¿Y no tenía que venir Elías
antes?
—Lo de morir, no lo sé, Santiago; pregúntaselo
a Él, si quieres —me respondió—, pero con lo de Elías, creo que hace algunos días
nos habló de Juan el Bautista. —Caminamos otro poco, y yo me adelanté al lugar
donde estaba Piedro con Él y le pregunté:
—Maestro: yo no entiendo una cosa; si tú
eres el Mesías, se supone que Elías va a venir antes que tú. O al menos, eso es
lo que dicen los escribas.
—Elías ya vino, Santiago. Era Juan el Bautista, quien venía con la
fuerza de su espíritu y preparó los corazones de la gente para mi venida; solo que a Juan nadie lo reconoció, y lo mataron. porque
tal como os he dicho muchas veces, el que defiende el reino de Dios tiene
muchos enemigos y tiene que sufrir; por eso os digo que el Hijo del hombre se
va a entregar Él mismo, lo van a hacer sufrir, y luego
lo van a poner en manos de los gentiles para matarlo.
A todos nos invadió la tristeza de que Jesús
insistiera en este tema. Si Jesús iba a morir por culpa de su predicación, ¿qué
sentido tenía seguir caminando con Él? Lo mejor era quedarnos callados, volver a
pescar y olvidarnos de este asunto. Pero
entonces recordé lo que le había dicho a Piedro: “estás mirando las cosas como
las miran los hombres; no como las mira Dios”.
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