EL CORAZÓN DEBE SER SIEMPRE TIERRA BUENA
VIDA DE JESÚS DE NAZARET
¿Cómo rezaba Jesús?
Parábola del sembrador
Parábola de la cizaña
Parábola de la red barredera
El Maestro siempre madrugaba porque le
encantaba ver el amanecer. “Me gusta hablar con mi Padre por las mañanas”, me
dijo alguna vez: “así me preparo para el resto del día”. Esa mañana no fue la
excepción. Cuando me desperté, miré por la ventana a ver si había nubes en el
cielo y lo vi rezando a la orilla del mar de pie, como rezamos los que creemos
en el Dios de Abraham. Cuando pienso en Jesús, esa es la imagen que más
recuerdo de Él: rezando a su Padre Dios, con las palmas de las manos abiertas, como
si estuviera recibiendo en ellas todo lo bueno que su Padre le enviaba.
Después de un rato de estar rezando, se
sentó entre las rocas enmohecidas de la orilla, que tantas veces atraían a las
aves; al poco tiempo, un hombre llegó y se sentó a su lado; no era uno de los
doce, sino alguien que seguramente lo había visto desde el camino, a través de
los aparejos de pesca que estaban allí colgados de unos postes anclados en la
playa. Mis compañeros no estaban despiertos, así que no dije nada y me fui a
estar también junto a Él. Cuando llegué, ya estaba también una mujer allí.
—¿Pero todos somos iguales a los ojos de
Dios? —preguntaba la mujer.
—Mi Padre ama a todos por igual, y cada
uno es un ser especial para Él. ¿Tú no amas igual a todos tus hijos? —la mujer
sonrió.
—Si Maestro, ¡Claro que sí!
—Pues así igual es nuestro Padre Dios; a
cada uno de nosotros nos ama con locura, y siempre busca nuestra felicidad.
La gente comenzaba a llegar de todas
partes; era como si la noticia de que Jesús estaba en algún lado se propagara,
como se esparcen las flores silvestres en primavera. Bajaron más tarde también
a la playa el resto de los que estaban con nosotros y el Maestro le pidió a Piedro
que trajera la barca; entonces se sentó en ella, mientras la gente se quedaba
en tierra, como a Él le gustaba enseñar.
—¿Entonces todas las personas se
relacionan igual con Dios? —insistió la mujer.
—¡Claro que no! Así como todos tus hijos
no se relacionan igual contigo. No todas las personas reciben la palabra de
Dios de igual manera —decía Jesús—. Cada hombre y cada mujer tienen su propia personalidad
y su propia manera de relacionarse con Dios, así como los hijos reaccionan de
manera diferente, cuando su padre o su madre en la tierra le enseñan algo. Hay
algunos que responden bien a las enseñanzas, o mal; es como cuando un sembrador
sale a sembrar:
—El sembrador echa a voleo la semilla por
todas partes; y claro, la semilla se va por todas partes, impulsada por la
fuerza del sembrador y por la fuerza del viento. Parte de esa semilla, cae a lo
largo del camino. ¿Qué sucede con esa semilla? Pues una parte termina por
pisoteada por los caminantes que pasan por ahí; hay otras semillas que se las comen
las aves. Otras semillas caen en un pedregal; allí no hay mucha tierra, pero pasa
mucha agua, por lo que la planta brota enseguida; pero como tiene poca tierra,
sus raíces son muy débiles y, cuando sale el sol, el calor de las piedras ahoga
la planta, y al final muere. Otras semillas caen entre espinos; la planta nace y crece al
lado de las zarzas y los abrojos, pero entonces no da fruto porque las zarzas,
que crecen con ella, le quitan los nutrientes de la tierra y al final la
sofocan. Pero hay otras semillas que caen en tierra buena; y crecen y dan fruto
al treinta, al cuarenta, al sesenta y hasta al ciento por uno —se detuvo un
momento, y añadió—: ¡Todo el que quiera puede entenderlo!
Yo no había entendido del todo, y me propuse
preguntárselo después; luego me enteré que esto que acababa de contar el
Maestro era una parábola, porque
establecía una comparación entre dos situaciones. Eso me lo explicó Judas, el
de Keriot, que era uno de los pocos instruidos en el grupo, y que nos enseñaba
a leer y a escribir, por encargo del Maestro.
—¿Qué quiere decir esa parábola, Maestro?
—le preguntó el mismo Judas cuando entramos a comer en casa de Piedro.
—La semilla es la palabra de Dios que es
sembrada por el Hijo del hombre, a voleo, a todos los sitios del mundo, y plantada
en los corazones de todos los hombres. Hay algunos que la escuchan y la olvidan,
como las semillas que son pisadas por los caminantes; otros son como las
semillas que se comen los pájaros, que son las que son arrebatadas por el
maligno; otros reciben la palabra de Dios y, al principio, la reciben con
entusiasmo, pero luego se olvidan de la palabra: son las semillas que caen en
el pedregal. También están las semillas que caen entre abrojos. Son los que reciben
la palabra, pero luego esa palabra se ahoga, en medio de las distracciones y los
afanes que tiene el mundo, Pero luego están la semillas que caen en tierra
buena, que es la palabra de Dios que se escucha con corazón limpio y generoso, y
así, la semilla tiene todo lo que necesita para crecer. Los hombres y mujeres buenos
entienden la palabra, la hacen suya, la cumplen, la conservan y la propagan con
constancia, produciendo mucho fruto. —Natanael lo interpeló:
—¿Y por qué hablas en parábolas, y no enseñas
las cosas directamente? —Jesús lo miró entornando un ojo.
—El pueblo de Israel no siempre ha sido un
pueblo fiel, Natanael. Isaías profetizó que algunos no iban a estar dispuestos
a recibir al Hijo del hombre, y por eso escribió:
Ve y di a ese pueblo:
oíd y no entendáis;
ved y no conozcáis.
Endurece el corazón de ese pueblo,
tapa sus oídos, cierra sus ojos.
Que no vea con sus ojos
ni oiga con sus oídos,
ni entienda su corazón,
y no sea curado de nuevo.
Cuando recitó el pasaje del profeta,
Jesús se entristeció. Era raro ver al Maestro afligido pero, cuando pensaba en
el pueblo de Israel, siempre estaba presente su tristeza, porque decía que algunos
no amaban de verdad a Yahvé. El Maestro finalizó diciendo:
—Por eso, a quien tiene se le dará más y
tendrá en abundancia; pero al que tiene poco, aún lo poco que tiene, se le
quitará.
A la mañana siguiente, de nuevo, los
enfermos se congregaron en el patio y, cuando Jesús volvía de rezar, se quedó
atascado allí mismo con ellos, porque no lo dejaban avanzar; tardó bastante pero,
después de un rato, logró entrar en la casa.
—¡Vámonos hacia el mediodía! —nos dijo—;
¡Venga mellizo!, deja ya la cara de cansado; ¡ni que hubieras pasado la noche
en vela! —Todos nos reímos con la broma del Maestro y nos organizamos para
irnos, camino de Genesaret, bordeando el mar. Íbamos por el camino conversando
y, de repente, se sentó en una piedra; todos los demás nos sentamos en el suelo.
—Ayer nos dijiste que el mundo era muy
complicado —lo interpeló Leví—, y que algunos hombres se enredan en él.
—Sí Leví. Con el mundo sucede como con un
hombre que sembró buena semilla en el campo. Pero, mientras dormía, vino su
enemigo, sembró cizaña junto a la buena semilla y se fue. Ya sabéis que la cizaña
es una mala hierba, que se parece mucho al trigo. Cuando crecieron ambas
plantas, los siervos querían arrancar todo, pero el señor decidió esperar hasta
la siega, y así arrancar primero la cizaña y atarla en gavillas para quemarla; en
cambio el trigo lo almacenó en su granero junto con todo el grano bueno.
La gente se había quedado callada,
pensando en lo que significaba la parábola; yo no estaba seguro de que la hubiéramos
entendido. Entonces el Maestro despidió a la muchedumbre:
—¡Venga! ¡Idos a comer, que nosotros
haremos lo mismo! —y salimos caminando a la casa de Piedro, haciendo el camino
de vuelta bordeando el mar. Cuando llegamos, cocimos algunos peces a las brasas,
fuera de la casa, mientras Judas de Keriot fue a comprar panes.
—¡Primo! —le dijo Judas “el Cachas”, cuando
ya estábamos a la mesa—: ya que nos has dicho que a nosotros sí nos puedes
explicar, ¿podrías explicarnos la parábola de la cizaña? —Jesús le respondió:
—Es muy sencilla, Judas: el que siembra
la buena semilla es el Hijo del hombre; y la buena semilla son los buenos hijos
de Dios que tienen que estar en el mundo difundiendo su palabra. La cizaña, en
cambio, son los hijos de Satanás, que son sembrados por él para confundir a los
hijos de la luz. Pero en el día del fin del mundo, los ángeles apartarán a
todos los que quisieron sembrar el mal entre los hombres, y nunca se
arrepintieron de sus maldades. En cambio, los justos que vivieron a la sombra
de mi Padre, los humildes que pidieron perdón por sus pecados, y los que
sembraron la palabra de Dios, brillarán como el sol, con la luz que les dará mi
Padre, en el reino de los cielos. El trigo y la cizaña crecen juntos porque los
hombres siembran las semillas; ellas germinan y crecen sin que los hombres sepan
cómo. Luego se forman los tallos y las espigas. Y mira que mi Padre respeta
profundamente la libertad de los hombres y permite que ambos, trigo y cizaña,
crezcan juntos; porque el que escoge el buen camino es libre, pero el que
escoge el mal camino también lo es. Solo que finalmente, en cuanto el grano
está maduro, se mete la hoz.
—¿Entonces habrá una separación entre
buenos y malos en la otra vida, Maestro? —preguntó Juan, el Zebedeo.
—Sí Juan; así como cuando pescáis, dejando
atado un extremo de la red en la orilla, y con la barca atrapáis todo tipo de
peces con la red barredera. Luego, sacáis la red a la orilla, llena de peces, y
os sentáis a separar los buenos, que echáis en vuestros cestos, y luego tiráis
los malos. Así harán los ángeles el día del juicio final: separarán los buenos
de los malos. ¿Lo comprendes?
—Sí Maestro —le dijo Juan.
—Vosotros entonces tenéis que conocer la
palabra de Dios, como si fueseis escribas; y luego sembrarla por todo el mundo
para dar la oportunidad a los hombres y a las mujeres de ser tierra buena, como
os expliqué ayer, de ser trigo que se almacena para ser alimento, y de ser buen
pescado en la red barredera. ¿Lo comprendéis? Pensad ahora en todos los tesoros
nuevos que estáis aprendiendo, y en los tesoros viejos que hay en las
escrituras y no despreciéis ninguno de ellos, como hace un buen padre de
familia, que aprovecha todo lo bueno que encuentra durante el día para llevarlo
a casa.
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