DOCE PARA DOCE
VIDA DE JESÚS DE NAZARET
Curación de un endemoniado
Elección de los doce apóstoles
Jesús envía a los apóstoles
¿Por qué los apóstoles son doce?
Los alaridos del hombre tendrían que
estarse oyendo desde muy lejos; bajábamos a Cafarnaúm desde uno de los pueblos
del valle que mira al mar, y yo me había quedado un poco rezagado. Los gritos a
mis espaldas eran algo ininteligible porque, como venía tanta gente, no se
podía saber a qué se debía tanta algarabía. Yo me paré, aunque la gente seguía
caminando hacia el mar; al instante, vi que cuatro hombres venían con un hombre
amarrado que, con el pelo alborotado y sucio, se agitaba como un animal atrapado
en una red. Los hombres comenzaron a gritar:
—¡Maestro! ¡Maestro Jesús! —yo los seguí,
hasta que lograron llegar donde estaba Él; el hombre amarrado seguía agitándose
con violencia tratando de liberarse de su atadura, y gritando:
—¡Tú eres el Hijo de Dios! —el hombre movía
la cabeza de lado a lado —¡El Hijo de Dios! —repetía. Jesús le gritó:
—¡Cállate! —y luego añadió—: ¡Sal ahora
mismo de él! —Inmediatamente el enfermo se calmó, y se sentó. Miraba a todos
los que lo rodeaban, sin entender lo que había pasado. Jesús le dijo a los que
lo habían traído:
—¡Desatadlo! —Lo desataron con cuidado, y
el enfermo comenzó a llorar. Sus familiares lo abrazaban y también lloraban de
felicidad. Entonces todos se postraron ante Jesús y le decían:
—¡Gracias Rabbí! —y no dejaban de llorar.
Era una imagen que se repetía a menudo
cuando venía un enfermo: todos, al principio, se postraban ante Él, y luego
salían dando voces alabando a Dios y agradeciendo a Yahvé que hubiera mandado a
Jesús al mundo. A varios de los que curaba les decía que no le dijeran a nadie
lo que Él les había hecho, porque Jesús no quería que sus curaciones se
supieran, pero luego los curados hacían justo lo contrario. Yo me acordaba de
las palabras del profeta Isaías, cuando decía:
Pondré mi Espíritu sobre Él
y anunciará la justicia a las naciones.
No disputará ni gritará;
nadie oirá su voz en las plazas.
No quebrará la caña rota,
ni apagará la mecha que humea,
hasta que haga triunfar la justicia.
En su nombre
pondrán las naciones su esperanza.
Era tanta la gente que nos seguía, que
Jesús ya casi no podía caminar y, cuando bajaba del monte, tuvo que detenerse
en una pequeña meseta, antes de llegar al mar. Allí mismo, les ordenó a Piedro
y a Santiago el mayor, que fueran a preparar sus barcas que tenían atracadas a
la orilla, pero Él se quedó un rato hablando con los enfermos y con la gente
que lo seguía. Por fin, logramos reemprender nuestro camino, pasando por las
calles de la ciudad.
Cuando por fin logramos llegar al
embarcadero, se subió a la barca de Piedro, se sentó en ella y desde allí le
enseñaba a la multitud que estaba en la orilla, porque sus palabras no eran
menos atrayentes que sus dotes curativas. Sus discípulos ya se contaban por
decenas y, literalmente, no cabíamos a donde quiera que fuésemos. Cuando llegó
la noche, Jesús comenzó a despachar a todos los que estaban escuchándolo.
—¡Nosotros necesitamos descansar; y
vosotros necesitáis comer! —les decía—, pero la muchedumbre se resistía a irse.
Cuando les terminó de enseñar, fuimos
todos a casa de Piedro; la mayoría de nosotros nos quedamos dentro de la casa,
pero hubo varios que tuvieron que dormir en el patio. El Maestro salió después
de cenar, y les dijo a los que estaban en el patio:
—¡Esperad aquí!
Yo supe más tarde, por uno de ellos que
lo vio, que se había ido a la parte alta del monte, y que había pasado toda la
noche en oración, queriendo ocultarse. Sin embargo, al alba, llegó con la cara
lavada y nos despertó muy animoso:
—¡Venga muchachos! Quiero hablar con unos
cuantos de vosotros: Piedro ven con Andrés, tu hermano; zebedeos, primos,
venid. Judas de Keriot, Simón cananeo, Mellizo, Natanael, Felipe, Leví, venid.
—Salimos rápidamente de la casa y algunos de los que estaban en el patio
quisieron venir con nosotros, pero Jesús les ordenó:
—¡Esperadnos aquí! Ahora mismo volveremos.
—Y entonces nos llevó al monte, a la parte alta, donde había pasado la noche en
vela. El calor del verano aún no se manifestaba y, sobre todo al alba, se podía
caminar con presteza sin quedar completamente mojado en sudor. Cuando llegamos,
nos hizo sentar y nos dijo:
—He pasado la noche en oración, para que
el Padre me ayudara en la elección de vosotros, que vais a ser los testigos de
mis enseñanzas. Así como el Padre me ha enviado a mí, ahora os quiero enviar yo
a vosotros. Además, necesito que organicéis siempre a toda la gente que nos
sigue; ya son demasiados, y habéis visto que no podemos ni siquiera acercarnos
a un pueblo o a una aldea, sin que nos impidan avanzar. —Miró a Judas de
Keriot, y le dijo:
—Tú Judas consíguete una bolsa para
manejar el dinero de todos; así todos los gastos los pagarás tú. Dadle todo
vuestro dinero; y, también, todo lo que nos dé la gente por los caminos. —Lo
dijo porque algunas veces la gente, agradecida por las curaciones o por sus
enseñanzas, nos daba monedas o comida. Nos miró y continuó—: Vosotros seréis
mis enviados, y enseñaréis todo lo que yo os he enseñado. De ahora en adelante,
también podréis expulsar demonios y, en mi nombre, curar a los enfermos. —Nosotros
nos miramos, incrédulos.
—¿Curar nosotros? —le preguntó Piedro.
—Si Piedro; que sí —lo dijo como si le
estuviera repitiendo lo mismo muchas veces—. Ya verás cómo los enfermos se
curan por vuestras palabras. Tenéis que pedirlo con fe a mi Padre, pero veréis
que lo lograréis—. Nos miró con mucho cariño, y añadió: —Vosotros seréis mis
ojos, mi boca, mis oídos y mi corazón donde quiera que vayáis. No tengáis
miedo. Nadie que tiene a mi Padre a su lado tiene por qué desconfiar. Cuando
tengáis dudas de qué hacer en determinada situación, simplemente pensad qué
haría yo si estuviera en vuestro lugar, y así sabréis cómo actuar. Vosotros
sois doce, así como doce son las tribus de Israel y, como ellas, vosotros sois
mis elegidos. Debéis ser fieles a lo que os he enseñado porque vuestra
principal manera de enseñar será con vuestro ejemplo; sin el ejemplo toda
enseñanza es vacía.
Cuatro puntos cardinales: norte,
mediodía, levante y poniente; tres discípulos por cada uno: uno por el Padre,
otro por su Hijo, y otro por el Espíritu de Dios, que inspira todas las obras
buenas. Jesús lo pensaba todo no solo como asunto práctico, sino también como significado;
sin embargo, nunca se nos pasó por la mente la trascendencia de lo que acababa
de suceder: ninguna construcción se puede hacer sin cimientos sólidos, y Jesús
mismo había puesto los cimientos de un gran edificio que iba a ser la casa de
todos los que creíamos en Él; ¿era necesario ser sabio para cumplir con ese
cometido? Después logré comprender que este no era un asunto de sabiduría, sino
de querer hacer la voluntad de Dios.
—¡Maestro! — le dijo Judas de Keriot—; entonces
dame todo el dinero que llevas encima —Jesús ni se inmutó. Se limitó a sonreír
y a contestarle:
—¡Yo nunca llevo dinero! —Judas lo miró
con cara de duda, pero se quedó pensando. Piedro me miró, desaprobando la
actitud del de Keriot, pero no dijo nada. Sin embargo, cuando íbamos caminando,
me susurró:
—¿Pero
éste quién se cree con esos vestidos caros y tratando así al Maestro? No me
explico por qué Él lo escogió para estar entre nosotros, y para llevar el
dinero. ¡Es un maleducado!
—Bueno, ¡pero cálmate! —me miró y me preguntó:
—¿Pero a ti no te
da rabia?
—Yo no soy tan visceral como tú, pero
tampoco me gusta su actitud. Y tú tampoco te exaltes tanto, porque el Maestro
está todo el tiempo tratando de que haya buen ambiente y no creo que sea bueno
para el grupo hacernos la guerra entre nosotros.
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