ALCANZARÁN LA FELICIDAD

VIDA DE JESÚS DE NAZARET


Sermón de la montaña
Las bienaventuranzas
"Si tu mano derecha te hace mal, córtatela"
"Al que te pegue en la mejilla derecha, ofrécele también la izquierda"
"Amad a vuestros enemigos"

Tomado de unos apuntes de Natanael:

Terminaba la primavera, lo recuerdo bien, y la hierba verde contrastaba con el amarillo de las flores del campo. Estábamos bajando del monte pero, como subía mucha gente para estar con Jesús, Él se devolvió y se sentó en una meseta. Entre los que subían, había dos enfermos, a los que se les notaba la pobreza extrema. Uno de ellos era muy bajo, y el otro de estatura normal. Llevaban todas sus vestiduras raídas y sucias, como extensión de su miseria. Jesús los miró con cariño, les impuso las manos y los curó. Ellos se postraron ante Él, llorando; Jesús, entonces, le preguntó a la multitud:

—Las mujeres y los hombres se pasan la vida buscando la felicidad. ¡Ese es nuestro anhelo! ¿No? —la gente asintió—. Pero, ¿quiénes creéis vosotros que encontrarán la felicidad? ¿Los ricos? ¿Los poderosos? —hizo una pausa mirándonos a todos y luego afirmó en voz alta:

—¡Encontrarán la felicidad los que sean pobres en espíritu porque considerarán lo poco o mucho que tengan, como algo prestado por Dios y servirán a los demás con sus bienes! Mi Padre les dará el reino de los cielos, porque habrán sido capaces de mover su corazón para socorrer a sus hermanos. ¿Qué pasará con los ricos que ya han recibido su consuelo en este mundo y atesoran sin compartir sus riquezas con los demás? Que luego llorarán y gemirán, porque es injusto tener dinero de sobra y no preocuparse por el hermano que sufre.

—¡También encontrarán la felicidad los que ahora lloran, porque mi Padre los consolará con su mano bondadosa y luego los hará reír! —Los recién curados sonrieron, aún con lágrimas y mocos en la cara. Sus caras brillaban con el sol del atardecer. Jesús continuó:

—¡Encontrarán la felicidad los que sean buenos y amables con todos y no juzguen a los demás, porque ellos van a recibir la tierra por herencia!

—¡Encontrarán la felicidad también, los que se sientan mal ante la maldad y tengan hambre y sed de que se haga justicia, porque quedarán completamente saciados cuando mi Padre dé a cada quien lo que se merece!

—¡Encontrarán la felicidad los que tengan misericordia, y perdonen a los demás de corazón, porque mi Padre tendrá también piedad de ellos, les perdonará y así llegarán al reino de los cielos!

—¡Encontrarán la felicidad los que tengan buenas intenciones, traten de hacer el bien, y sean limpios en su corazón, porque podrán ver cara a cara a su Padre Dios que es bueno con todos!

—¡Encontrarán la felicidad los que trabajen por la paz entre los pueblos, y por la paz en su misma familia, y entre sus amigos, porque serán los verdaderos herederos de la bondad de mi Padre!

—¡Encontrarán la felicidad los que sean perseguidos por defender la justicia, porque la verdadera justicia viene de Dios y mi Padre les dará su justicia en el reino de los cielos!

—¡Encontraréis la felicidad vosotros, si os odian o si os rechazan por mi culpa! ¡O si os insultan, o si os deshonran o si os persiguen! ¡Encontraréis la felicidad si os maldicen, o si inventan mentiras con el objetivo de atacaros! Ese día, sonreíd; es más: saltad de felicidad, porque mi Padre estará a vuestro lado defendiéndoos en esta tierra y, después, os dará una recompensa muy grande y abundante en el cielo. —La gente estaba callada, embelesada con lo que estaba diciendo el Maestro. Luego se puso más serio y dijo:

—Algunos fariseos dicen que yo estoy pasando por encima de la Ley y de los profetas con mis enseñanzas, pero es todo lo contrario: lo que yo quiero es, precisamente, darles un pleno cumplimiento. Porque el que incumpla un ápice del espíritu de lo que dice la Ley, y le enseñe a los hombres a hacerlo, ése será despreciado por mi Padre. Y cuando hablo del espíritu de la Ley, no hablo del que se movió un poco más o menos, o comió un poco más o menos, o caminó un poco más o menos, sino de las intenciones con las que cada uno haga las cosas. Porque mi Padre es capaz de ver en vuestro interior, y sabe cuándo vuestras intenciones son buenas o malas. Os aseguro que si vuestra justicia llega solo hasta donde llega la de los escribas y los fariseos, no podréis entrar en el reino de los cielos. Porque ellos enseñan la Ley con preceptos humanos, contando pasos, comidas y trabajos. Y mi Padre no mide eso; mi Padre mide el amor con el que cada mujer y cada hombre actúan y la intención con que lo hace. Por eso, el que enseñe a cumplir el espíritu de la Ley, y la cumpla, ése será grande en el cielo.

—Por ejemplo, la Ley dice “No matarás”. ¿Creéis entonces que solo es pecado matar? ¡Yo os digo que no! ¡Peca también todo el que se enfada con su hermano o el que le hace daño! Incluso el que lo llama tonto, imbécil o estúpido, mi Padre también se lo tendrá en cuenta.

—También en la Ley dice: “No cometeréis adulterio”. Hay muchos de vosotros que juzgáis y censuráis a los demás por adúlteros y, sin embargo, miráis con deseo a una mujer que no es la vuestra. Yo os digo que quien desea a una mujer que no es la suya ya adulteró con ella en su corazón y también peca; porque mi Padre mira los corazones de todos, y no solo lo que se ve o lo que se hace.

—Moisés os permitió repudiar a vuestras mujeres, pero muchos de vosotros abusáis de ese permiso; yo os digo que el que se case con su mujer, y más tarde la rechace para casarse con otra, comete adulterio; porque rompe la promesa que le hizo a su mujer, delante de Dios, de estar con ella toda su vida; y también el que se case con una mujer repudiada comete adulterio, porque ella no es su mujer, sino de su legítimo marido. Entonces, si tu ojo te hace obrar mal y mirar a otra mujer, sería mejor que te lo arrancaras y lo lanzaras muy lejos de ti, porque es mejor entrar tuerto al cielo, que no ir con tus dos ojos al infierno. Y si tu mano derecha te hace obrar mal, ¡Córtatela! Porque es mejor entrar manco al cielo, que ir con tus dos manos al castigo eterno.

—También habéis oído que la Ley manda “No juraréis por el nombre de Dios en vano”. Y vosotros, a lo mejor no juráis por Dios, pero sí por otras cosas. Yo os digo que no debéis jurar por nada: ni por el cielo, que es el trono de Dios; ni por la tierra, que es donde descansan sus pies; ni por Jerusalén, que es la ciudad de su Hijo; ni siquiera por tu cabeza, porque no puedes convertir un cabello blanco en uno negro, ni uno negro en blanco, sino que tu Padre Dios es quien decide el destino de cada uno de tus cabellos, respetando tu libertad. Es mejor que si vosotros decís “Sí”, que sea un “Sí” verdadero; y que si es un “No”, que también sea un “No” verdadero, y no tengáis que jurar. Todo lo que tenga que ser una demostración de vuestra sinceridad, vendrá de Satanás.

—Habréis oído que también dice el libro de la ley, que “Ojo por ojo; y diente por diente” —miró fijamente al cananeo, haciendo una pausa, y continuó—: ¿Creéis que mi Padre va a querer que os tratéis así entre hermanos? ¡No! Incluso si alguien malo os hace una maldad, no le pongáis resistencia. Al contrario, si alguien te pega en la mejilla izquierda, ofrécele también la mejilla derecha; así su odio se quedará sin efecto. Y si alguien te quita el manto, ofrécele también la túnica, para que él entienda que hace una injusticia y que tú respondes siendo un buen hermano. Y si alguien te quiere obligar a caminar con él una milla, camina con él dos; así se verá que dais ejemplo de amor de Dios. —Jesús continuó:

—Tenéis que tratar a los demás de la misma manera, o incluso mejor de que lo queréis ser tratados vosotros. Seguro habréis oído que la gente dice: “debes amar a tu prójimo y odiar a tu enemigo”. Odiar nunca es bueno. ¡Amad a vuestros enemigos y sed buenos con ellos! ¡Llenad vuestro corazón de bondad con los que os odian! ¡Orad por los que os maldicen, por los que os calumnian y por los que os persiguen! Así os pareceréis a vuestro Padre del cielo, y seréis verdaderos hijos suyos. —Uno de los que estaba escuchando le replicó:

—Esto es imposible; ¿quién puede amar a sus enemigos?

—No es imposible! —le dijo—. Tenéis que aprender de vuestro Padre, que hace salir el sol sobre los buenos y sobre los malos; y hace llover sobre los justos y sobre los pecadores. En cambio, si vosotros amáis solo a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? ¡Eso también lo hacen los que no creen en Dios! Y si solo hacéis el bien a quien os hace el bien, y si prestáis dinero solo a quien os da algo a cambio, ¿qué mérito tenéis? Los que no creen en Dios también saludan a sus hermanos y prestan dinero por interés y aman a sus amigos. Pero vosotros debéis hacer el bien sin esperar recompensa, y amar a vuestros enemigos sin esperar nada a cambio; así os distinguiréis de los demás y la gente sabrá que sois verdaderos hijos de mi Padre; ¡y os asegura que vuestra recompensa será muy grande en el cielo!

—Debéis perdonar siempre al que os pida perdón porque, si vosotros sois misericordiosos, vuestro Padre también será misericordioso con vosotros; y, si no juzgáis, vosotros tampoco seréis juzgados; y, si no condenáis, vosotros tampoco seréis condenados. No olvidéis que mi Padre os juzgará con la misma medida que vosotros juzguéis. Él prefiere que sus hijos se amen entre sí, que estén en paz entre ellos y que tengan misericordia unos de otros, antes que recibir muchos sacrificios. Por lo tanto, el que vaya a presentar una ofrenda en el Templo, o en la sinagoga, y se acuerde que está enemistado con su hermano, es mejor que deje allí mismo la ofrenda al lado del altar y que no la presente hasta que haya hecho las paces con su hermano; porque, si no lo hace, su ofrenda no valdrá para nada.

—El Padre es como alguien a quien le debes mucho dinero y solo te pone una condición para perdonártelo: que no pelees con tu hermano y pongas por delante el amor por él; no seas tan tonto de no hacerlo porque mi Padre, que es el juez supremo, te podrá exigir que pagues hasta el último leptón; y si no tienes dinero para pagar, el juez te meterá en la cárcel —en ese momento miró a Piedro, como adivinando lo que había conversado conmigo; sin embargo, él se hizo el desentendido y me miró a mí; yo levanté las cejas mirándolo, como señal de complicidad.

—El Padre os ha dado todo: os ha dado la vida, la familia, las manos con las que os ganáis vuestro sustento, el sol y la naturaleza. También vosotros debéis ser generosos: dad a todo el que os pida porque, si dais con alegría, en vuestras manos mi Padre derramará una medida buena, amplia, colmada y rebosante. Sé que todas las cosas que os he enseñado hoy no son fáciles de cumplir, porque exigen de vosotros mucho esfuerzo y dedicación; pero deberéis siempre luchar por ser perfectos, así como vuestro Padre es perfecto.

Cuando al fin llegó la noche, comenzamos a bajar por el camino con unas vistas magníficas hacia el mar y, desde allí, se veían luces en los pueblos ribereños como pequeños granos de oro en la playa oscura. El viento nos traía la caricia del mar que acunaba con sus ondas el paso firme que llevábamos; yo, sin embargo, no podía apartar mis ojos del reflejo de las estrellas en el mar, como si su fondo oscuro recibiera en su casa las perlas sumergidas por el influjo de la noche. Yo bajaba al lado de Jesús.

—Maestro, mira cómo se reflejan las estrellas en el mar —le dije; Jesús sonrió complacido.

—¡Es que mi Padre tiene muy buen gusto, Natanael! —dijo sonriendo, mientras me guiñaba un ojo; yo también sonreí y miré a mi alrededor. Judas de Keriot estaba detrás de nosotros. Lo miré en la oscuridad y recordé su grosería con el Maestro; fue entonces cuando pensé: “Judas se trae algo entre manos”.

Comentarios


En un viaje a Jerusalén para estabilizar la tumba donde,
según la tradición, fue enterrado Jesús de Nazaret,
el Padre Carlos Pineda encontró una caja de cedro,
que contenía papiros con cartas y otros documentos.

Esta novela es su recopilación ordenada.

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