LOS VERDADEROS AMIGOS SON COMO HERMANOS

VIDA DE JESÚS DE NAZARET


Los hermanos de Betania
Dios Padre hace todo por sus hijos
El sacrificio en el Templo de Jerusalén
Jesús cura un cojo y un ciego

Apartes de la carta de Felipe


Como decía mi padre, hay una diferencia grande entre los hermanos y los amigos: a los amigos, uno los puede escoger. La amistad nos tiene que servir para pensar desinteresadamente en el bien de las personas que tenemos a nuestro lado; conocerlas con el fin de saber cuáles son sus necesidades, y preocuparnos por ellas sin más interés que conseguir su felicidad.

Jesús era un gran amigo de sus amigos y aprendí con Él, el significado real de la amistad. Nunca forzó a sus amigos ni a seguirlo, ni a que hicieran las cosas como las hacía Él, y nunca los presionó a nada. Respetaba profundamente sus propias singularidades y, sobre todo, su libertad.

Yo conocí varios amigos del Maestro pero los más especiales, sin duda, eran los tres hermanos que vivían juntos en Betania. Con cada uno de ellos labraba una relación personal que no se perdía en las brumas de una relación con la familia, porque habría sido muy fácil relacionarse con el grupo, ignorando los individuos; es decir, Jesús tenía ciertas confidencias con alguno de los tres, o hablaba con esa persona de ciertos temas pero, a lo mejor con, otro de los miembros de la familia, no. Se interesaba por la personalidad y los problemas de cada ser en particular,  y seguía un camino de afecto fuerte y duradero con cada uno de ellos.

—¡Maestro Jesús! ¡Qué alegría tenerte aquí! —Se escuchó decir en la puerta trasera de la casa. Era la voz de un hombre, que parecía estar organizando cosas.

—¡Lázaro amigo mío! —le contestó Jesús— ¡Como ves, os hemos invadido mientras estabas en la ciudad!

—¡Hola muchachos! No pasa nada, Maestro; sabes que lo mío es tuyo —respondió, quitándole importancia. En ese momento entró una mujer que abrazó al Maestro. No era normal que las mujeres abrazaran a los hombres en Israel; por eso a mí me pareció tan raro.

—¡María! —dijo Jesús.

—¡Maestro! ¡Ya sabes que eres más que bienvenido! ¡Mira con las pintas que vengo! —la mujer sí parecía algo desordenada en su aspecto exterior, pero era tan guapa que no llamaba la atención por el desorden. El hombre, que según la conversación se llamaba Lázaro, también vino y abrazó a Jesús, y le dio los dos besos a modo de saludo. Jesús comenzó a presentarnos:

—Estos son Natanael, y Felipe que se conocen desde hace tiempo; Juan y Santiago que son hermanos, otro Santiago y Judas que también son hermanos y Andrés y Piedro que también son hermanos.

—¿Piedro? —preguntó Lázaro. A todos se nos escapó una risa contenida.

—¡Sí! Se llama Piedro —bromeó el Maestro. No pudimos más que reírnos de Simón, que se ruborizó un poco—. Es broma Lázaro; Simón es un poco cabezota; y por eso le decimos Piedro.

—¡Ah bueno! Hay muchos hermanos aquí, ¿eh? Veo que ya os han ofrecido algo de comer y beber; mi hermana no pierde el tiempo.

—Marta es un sol, y lo sabes —le replicó Jesús. Ahora la que se ruborizó fue la mujer. María volvió un poco más arreglada, y ayudó a su hermana a traer más pan. Los primos del Maestro, Santiago y Judas, comían como limas.

—¡Muchachos! —les dijo Jesús—. ¡Dejad algo para los demás! —y añadió en voz baja—: para alimentar a este cachas de primo mío hace falta mucha comida. —y le echó el brazo alrededor del cuello. Al Maestro se le veía muy contento, después del mal trago que había vivido por la mañana, expulsando los mercaderes y los cambistas del recinto del Templo. Jesús le dijo a Lázaro:

—Ya hoy es día 14 del Nisán. ¿Nos invitáis a comer la Pascua con vosotros?

—¡Por supuesto! Además como solo somos tres en esta familia, íbamos a tener que irnos a otra casa a comerla, como nos manda la Ley. Hoy celebraremos juntos la fiesta de los ázimos, y mañana yo madrugo con un par de tus muchachos que me ayuden a hacer fila en el Templo, y a traer otro par de cosas que me van a hacer falta para la celebración; es que hoy ya estaba casi todo cerrado.

Estuvimos mucho rato hablando con el Maestro en la casa; también salimos a dar un pequeño paseo por el jardín, en el que nos habló de los ángeles, y cómo servían a Dios en todas las cosas de la tierra. Incluso nos contó que cada uno de nosotros tiene un ángel que nos cuida y nos protege.

—Así lo ha dispuesto mi Padre, con el fin de que cada uno tenga una ayuda del cielo durante toda su vida. Yo levanté las cejas en señal de aprobación, pero me quedé pensando: “Yo no había escuchado a nadie hablar así de un Padre que está en el cielo, y que además hace criaturas para que nos cuiden; tampoco tenía mucho sentido. ¿Por qué Dios se iba a acercar al hombre? Dios está allá en el cielo, y los hombres aquí en la tierra”. Jesús, adivinando mis pensamientos, me dijo:

—¿Has visto las cosas que hacen los padres por amor a sus hijos? Hacen todo lo que esté a su alcance, se desviven sin medida; dan todo a sus hijos desde que nacen y están pendientes de las cosas que les hace falta; y son padres imperfectos, porque solo Dios es perfecto. Imagina ahora un Padre que sabe las cosas que necesitas, incluso antes de que tú te des cuenta. Por eso, precisamente, es que Dios se acerca al hombre: para que nosotros estemos siempre cerca de Él. Dios no quiere quedarse en lo alto del cielo, y dejar que los hombres se pierdan con sus egoísmos y sus debilidades, sino que quiere estar con todos nosotros y estar disponible a toda hora, para que le pidamos todo lo que necesitamos, y para ayudarnos.

A la mañana siguiente decidimos subir todos a Jerusalén; yo acompañé a Juan con el fin de hacer la fila del sacrificio del cordero, mientras Lázaro compraba unas cosas que le hacían falta para la fiesta, y el Maestro se quedaba con los demás en los pórticos del Templo. El ruido que se escuchaba era ensordecedor; algunos sacerdotes, cantaban; los corderos balaban; se escuchaban las trompetas y los gritos de la gente. Cuando nos tocó el turno del sacrificio, Juan se empezó a ponerse muy nervioso mirando a alguien a quien, yo suponía, era el Sumo Sacerdote adornado con sus vestiduras y su mitra. Yo no sabía por qué estaba tan impaciente, pero me imaginé que nunca le había tocado ver degollar algún cordero y por eso estaba temblando.

—¿Qué te pasa? —le pregunté. ¡No me dirás que estás nervioso por ver morir un animal!

—No me pasa nada —me dijo irritado—, pero vámonos ya.

—Espera, que están despellejando nuestro cordero.

—Vale, pero vámonos ya.

Yo no entendía a qué venía tanta prisa, pero le di gusto. Nos entregaron el cordero despellejado y listo para asar, y nos fuimos donde estaban los demás. Allí estaba Jesús con dos lisiados y un ciego que pedían limosna, cerca de la Puerta de las Ovejas. Jesús abrazó a uno de los lisiados y, sin querer, se le cayeron las muletas; todos pensamos que el hombre se iba a caer, pero permaneció en pie; cuando vio que podía andar, comenzó a gritar:

—¡Puedo andar! ¡Puedo andar! ¡Gracias Dios mío! —El hombre se echó por tierra a los pies de Jesús. El ciego que estaba a su lado, se acercó al Maestro tanteando en su oscuridad. Jesús lo tomó de las manos y con dos dedos le tocó los ojos.

—¡Veo! ¡Veo todo! —Gritaba el hombre emocionado dando gloria a Dios, junto con el lisiado que había sido curado; de repente, Jesús se dirigió al otro lisiado:

—¿Por qué mientes?

—¿Miento? —le respondió el cojo.

—Sí; mientes. Tú no eres ningún lisiado; eres un listo que se quiere aprovechar de la compasión de los demás, pidiendo dinero, sin tener ninguna enfermedad. El supuesto cojo, comenzó a llorar, y a hablar entre hipidos:

—¡Perdóname Maestro!

—¡Suelta ya esas muletas, y dáselas a alguien que de verdad las necesite!

—Está bien, Maestro; tienes razón. —Se veía que el Maestro era bueno con todos, pero le impacientaba ver cuando algunos trataban de aprovecharse de los demás.

Por la tarde regresamos a Betania y comimos allí la Pascua con los tres hermanos. El Maestro era feliz en esa casa, y nosotros con Él. Allí se respiraba la paz que no se hallaba en el griterío del Templo, ni en los tumultos de las multitudes. Allí solo había tres hermanos buenos, que parecían hermanos suyos, que vivían en medio de cipreses, un jardín de flores que daban un aroma especial a la casa, y árboles frutales de todo tipo. A los amigos se les escoge; y bien escogidos.

Comentarios


En un viaje a Jerusalén para estabilizar la tumba donde,
según la tradición, fue enterrado Jesús de Nazaret,
el Padre Carlos Pineda encontró una caja de cedro,
que contenía papiros con cartas y otros documentos.

Esta novela es su recopilación ordenada.

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