EL VIUDO Y LAS DESGRACIAS
VIDA DE JESÚS DE NAZARET
Jesús invita a sus discípulos a las bodas de Caná
Mi mejor amigo, Natanael, estaba
convencido de que Jesús era el Mesías. ¿Era eso posible? ¿Podíamos ser tan
afortunados de coincidir en el tiempo y en el lugar en el que viniera el
Mesías? Desde luego, las enseñanzas que yo estaba escuchando de Jesús no eran
como lo que yo había escuchado antes, y todos los que lo seguíamos estábamos
impactados. Sus palabras revelaban una relación especial del hombre con Dios que,
en las escrituras, aparecía más como un Dios guerrero, juez e inaccesible, que
como un Padre.
En esos días, volvíamos a Galilea desde Jerusalén
con los hijos de Jonás y con Juan, el de Zebedeo; ya habíamos dejado atrás las
montañas pétreas de la Perea y ahora el valle del Jordán se llenaba de
sembrados de trigo a lado y lado del camino. La conversación nos acompañaba, y
ya estábamos a solo dos jornadas de Cafarnaúm.
—Felipe; Natanael: ¿Queréis venir conmigo
a una boda? —nos preguntó Jesús, cuando llegábamos a las orillas del Mar de
Galilea.
—¿Dónde es? —preguntó Natanael.
—En tu pueblo —le respondió Jesús.
—¿Caná? ¡Anda! ¿Y quién se casa?
—Sadoc, el de Zacur. Estamos invitados mi
madre y yo, porque mi madre conoce bien a la esposa de Zacur. Él es muy
generoso, y me dijo que podía invitar a quien quisiera. Ya les he dicho a éstos
—señaló a Andrés, Juan y a Simón—, pero ellos dicen que tienen que trabajar. —Simón
miró a Juan y a Andrés, con cara de desconcierto.
—Maestro —dijo Andrés, metiéndose en la
conversación, y tratando de ablandar a su hermano—, yo te dije que deberíamos
trabajar pero, si Simón está de acuerdo, podríamos ir todos a la boda. —Todas
las miradas se dirigieron a Simón, a quien se le notaba un poco incómodo; Jesús
sonreía divertido. Simón hizo un gesto con la boca.
—Si os comprometéis a trabajar un poco
más por las noches, podríamos recuperar ese tiempo que vamos a perder.
—¿Por qué dices que lo vamos a perder? ¡Anda
que eres explotador! —protestó Juan—, ¡Luego nos haces trabajar hasta las
tantas!
—¡Pues claro Juan! ¡Os hago trabajar hasta
las horas que cogemos los peces! Ellos salen cuando quieren, no cuando quieres
tú. Además no sé por qué discutís. El negocio es de todos, incluido a tu
hermano Santiago, que debe estar deslomándose, trabajando con nuestros padres,
y aguantándoles todos sus achaques y sus rabietas. Ya te digo la bronca que nos
va a echar en cuanto volvamos.
—¡Pero si Santiago es más bueno que el
pan! —protestó Juan.
—Sí, pero esa bondad tiene un límite y en
este viaje nos hemos pasado. Sobre todo vosotros con vuestro loquito del
Jordán, y ahora con la boda….
—¿Loquito del Jordán? ¿Por qué insistes
en llamarlo así?—preguntó Jesús. —Simón enmudeció; Jesús lo dijo con serenidad,
pero con la firmeza que lo caracterizaba, que traspasaba pechos y oídos—: ¡Escuchadme
bien! Juan es el profeta que debía venir en nombre de Elías. Así de importante
es Juan. ¿Por qué creéis que predica en el mismo sitio donde Elías se fue al
cielo? ¿Y por qué creéis que está en el mismo lugar por el cual cruzó el pueblo
de Israel el Jordán? No os debéis reír de Juan, porque su misión es la de preparar
a Israel para la venida del reino de Dios.
Se hizo un silencio que se podía cortar
con el filo de una espada. Simón se dio cuenta que se había equivocado de plano.
Seguíamos caminando, mientras él pensaba para sí: “he empezado mal con el Maestro”,
pero se equivocaba a lo grande, porque ignoraba que Jesús nunca insistía en el
error de alguien; es más: siempre trataba de disculpar a quien se equivocaba. Después de un rato
largo dije yo, tímidamente, con el fin de cortar el silencio:
—Pues yo sí quiero ir a la boda. ¿La
invitación sigue en pie, Maestro?
—Yo también —añadió Natanael, que quería
apuntarse—. Al fin y al cabo es en mi pueblo.
—¡Claro que sigue en pie! —apuntó a Jesús
mirando a Simón, con una sonrisa pícara; Simón torció la boca y, después de una
instante dijo, tratando de ser conciliador:
—¡Venga! Que Santiago nos espere unos
días más, aunque se enfade —Jesús replicó:
—¡Vaya! ¡Piedro se ha ablandado! —Simón
sonrió aliviado de que el Maestro bromeara con él, porque le daba la impresión
de haberse equivocado hasta el fondo; los demás reíamos a carcajadas.
—¡Gracias Piedro, por permitirnos ir a la
boda! —le dijo Juan mientras le hacía una venia. Todos estaban desternillados;
todos menos Piedro.
—¡Claro! ¡A una boda, sí! ¡A este viudo
le gustan las desgracias ajenas! —bromeó Andrés.
—¡Vosotros madurad, que no solo Piedro se
equivoca! —dije yo, tratando de ayudarle, pero se me notaba que también quería
reírme.
El Maestro sonrió, mientras continuábamos
el camino. Pensaba yo, que la vida te va mostrando los caminos que debes ir
siguiendo y nuestro destino estaba pasando por seguir a este hombre que nos
llevaba a los sitios más inverosímiles. ¡Hasta a una boda! Simón ya se llamaba
Piedro para siempre, a partir de las bromas de Jesús; su nuevo nombre iba a ser
importante para todas las cosas que habrían de suceder de aquí en adelante para
nosotros.
La primavera iba cambiando el paisaje,
así como Jesús iba moldeando, sin darnos cuenta, todas las imperfecciones de
nuestro carácter. Piedro iba a tornarse cada día más dulce, sin perder su
impulsividad; Juan se convertía en un hombre, y dejaba atrás su adolescencia; Andrés
y Natanael dejaban de ser tan soñadores y ponían, todos los días, un poco más
los pies en la tierra; y yo cada día iba logrando un poco más de seguridad en
mí mismo, gracias a la fe en el Padre que me inculcaba el Maestro. Así todos
fuimos adquiriendo la fuerza que necesitábamos para la empresa tan grande que
nos esperaba.
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