LA FORTALEZA DE DIOS
VIDA DE JESÚS DE NAZARET
El ángel Gabriel anuncia el nacimiento de Jesús
"Ave María, llena de gracia"
María avisa a José que va a tener un Hijo
Gabriel se aparece a José y le avisa que el Hijo de María viene del Espíritu Santo
Aún recuerdo esa tarde que habría de cambiar mi vida
para siempre. El sol se acordaba de dar fuerza a los sembrados mientras los
pájaros llenaban de sonidos la primavera. Yo tejía en mi habitación, y rezaba;
yo siempre rezo mientras trabajo.
Hacía poco había llovido y por el ventanuco de
mi habitación se filtraba el buen olor del campo. Yo estaba tranquila, hasta
que vi que estaba entrando demasiada luz por el ventanuco. Yo no entendía qué
pasaba. Esa luz se metió en mi habitación y vi, dentro de ella, la figura de un
joven bellísimo que me saludó:
—¡Ave! —“¡Vaya!
¿Esto qué es?”, pensé. Solo alcancé a caer en la cuenta que así
saludaban los romanos. ¿Este joven era romano? ¿Y de dónde venía su luz?
—¡Eres llena de gracia! —El joven sonreía; se veía que para él este momento
era importante. “¿Qué es eso? Dios mío; ¡ayúdame!”, pensé. El joven me
tranquilizó, como si adivinara mis pensamientos:
—¡El Señor está contigo! —me dijo; yo no entendía nada; estaba como aturdida. ¿Qué era
este saludo tan extraño?
—No tengas miedo de mí. Yo soy Gabriel, y vengo de parte de Yahvé. —Me
di cuenta que el joven entendía mi desconcierto. Era un joven muy guapo y
limpio, como el agua misma, y lleno de luz. Él prosiguió:
—Tú has sido escogida, porque has sido siempre fiel a Dios, para concebir
y dar a luz a un hijo —el joven sonrió al ver mi cara de sorpresa—. Le
vas a poner por nombre Jesús, que quiere decir “Yahvé es salvación”, y Él le va
a dar el trono de Israel, que viene de David, su padre; y su reinado no va a
tener fin. —Yo entendía cada vez menos; estaba desposada con José que,
efectivamente, era descendiente de David y, según mi padre, nosotros también lo
éramos; pero esto que me decía el joven no tenía nada que ver con reinados. Me
decía que yo iba a tener un hijo. ¿Con quién? ¿Con José? Yo pregunté,
preocupada y atontada:
—¿Cómo se va a realizar esto?, porque hasta ahora yo no estado con ningún
hombre.
—El Espíritu de Yahvé va a bajar sobre ti, y te va a cubrir; y el niño que
va a nacer de ti, va a ser llamado “Hijo de Dios”. —yo miré a Gabriel fijamente a los ojos; él
sonrió nuevamente y me dijo—: para Dios no hay nada imposible,
María. Mira a Isabel, la prima de tu madre, que también va a ser madre de un
niño y, aunque la llamaban “estéril”, ya está en el sexto mes de embarazo.
¿Isabel encinta? Pasaron por mi mente mis
conversaciones con ella, desde que yo era una niña. Incluso hace poco que
habíamos ido, como todos los años, a Jerusalén, y habíamos pasado por su casa. Era
muchos años mayor que yo, pero habíamos trabado una amistad de hierro; ella me comprendía
mejor que cualquiera de mis amigas aquí en Nazaret. “Señor Yahvé”, le dije
dentro de mí, “yo confío en ti. Tú serás mi guía y mi salvación”.
Inmediatamente salió de mi boca naturalmente decirle al joven de luz:
—Yo soy la esclava del Señor. Que se haga en mí todo lo que me has dicho.
—El joven hizo una pequeña venia y, así como había venido, se fue la luz por la
ventana. Yo no sentí nada raro, pero lo sabía: estaba embarazada e iba a tener
un hijo. La aparición de ese joven, que no podía ser otra cosa que un ángel, lo
probaba. “Señor Yahvé: yo confío en ti”, seguía diciendo en mi interior.
—Señor Yahvé: ¡Confío en ti! —exclamé en voz alta, como para que me escuchase; me
quedé quieta no sé exactamente cuánto tiempo. Confiaba en Él, que todo lo
puede, y eso me tranquilizaba. Al rato, me despertó mi madre de mi
arrobamiento:
—¿Qué te pasa? Estás como dormida y sonriente. Raro en ti.
—Estoy feliz madre.
—Bueno. Celebro que el tejido te haga tan feliz. Ven y comemos algo.
Y pasó la tarde, y comenzó mi preocupación. Mi
madre me hablaba, pero yo estaba pensando en otras cosas. ¿Qué voy a hacer con
José? Soy su mujer, y no he estado con él; estoy embarazada, ¿qué puedo hacer? Seguro
viene José hoy. ¿Qué le voy a decir? Cuando mi embarazo no se pueda ocultar, él
me podrá denunciar y me apedrearán porque todo el mundo pensará que soy una
adúltera. Tengo que hablar con él urgentemente. ¿Cómo voy a salir de esta? “Yahvé:
yo confío en ti”.
—José hijo de
Jacob, tengo algo que decirte —, le dije apenas entró por la puerta esa tarde.
—¿Qué ha pasado? ¿Por qué tienes esa cara de preocupación?
—Solo quiero pedirte que confíes en mí, con lo que voy a decirte.
—No me hagas preocupar. ¿Qué te pasa? —me dijo ensombreciendo su mirada.
—Estoy encinta —él me miró a los ojos e hizo una mueca de desagrado.
—¿Cómo es esto si no hemos estado juntos?
—Confía en mí —le dije tomándolo de la mano. Él me la retiró. Me miraba, incrédulo.
Comenzó a llorar, sin darse cuenta, y se levantó.
—Confía en mí; ¡Te lo pido! —Insistí; él se fue yendo; yo alcancé a
musitar:
—Confía en Yahvé… —Ya no me escuchó; iba monte abajo. Estaba enfadado
y triste. Yo quería contarle todo, pero no me había atrevido. Esto que me había
sucedido era demasiado íntimo, como para ir contándolo. Me quedé afligida, otra
vez como petrificada. Nuevamente mi madre me sacó del sueño:
—¿Dónde está José? —Yo no respondí; mis lágrimas lo hicieron por mí. Yo
pensaba que había perdido a José para siempre. Solo me quedaba confiar en Dios
y abandonarme en Él.
—¡Hija mía! ¿Qué te pasa? ¿Te has peleado con José? —Yo
no dije nada; solo me fui a mi habitación, llorando.
—Hija mía—insistía—, ¿te puedo ayudar?
Yo solo callaba y me quedé allí todo el resto de la
tarde y de la noche. A la hora de la cena, vino mi padre, que me entendía
siempre a la primera; pareciera que me adivinara el pensamiento, y respetaba
mis decisiones. Mi padre era un hombre bueno.
—Hija; ¿estás bien? Tu madre me ha contado que te has peleado con José.
Todo va a estar bien, hija. ¡Te lo aseguro!
—¡Gracias padre!
—¿Quieres hablar?
—No; gracias padre.
Él siempre comprendía mis sentimientos. Sabía que,
si yo no quería, no iba a hablar, y se había dado cuenta de que, simplemente, “algo”
pasaba, y confiaba en que ese “algo” se solucionaría. “Todo tiene solución para
Yahvé”, me decía siempre con su sonrisa, desde que yo era una niña. Él miraba
todo con una vista más amplia; no quería solucionar los problemas
inmediatamente, porque sabía que éstos se toman su tiempo y que algunos se
solucionaban solos; en cambio mi madre siempre era más impaciente si las cosas
no salían a su modo. “Señor Yahvé, confío en ti”, seguía yo repitiendo. Y,
repitiéndolo, me quedé dormida. Me despertó el frío en medio de la noche; me
metí entre las mantas y seguí repitiendo: “No entiendo por qué me vas a dejar
sin José pero, Yahvé, yo confío en ti”.
Desperté con el cantar de los pájaros al alba. “¡Gracias
Dios por darme otro día!”, le dije, y sonreí. Por fin volvía a sonreír, después
de esta noche de pesadillas. Ahora caía en la cuenta, que durante mis sueños
miraba al ventanuco y veía siempre la luz “¡Gracias Yahvé por tu luz, y por
enviarme a Gabriel!”. Me levanté y me puse a limpiar la casa, aprovechando que
mis padres estaban aún dormidos. Cuando estaba terminando, comenzó a llegar la
luz del amanecer que venía por el monte Tabor. La labor de la limpieza me había
dado ánimos. Escuché que llamaban a la puerta. “¿Quién llamará tan temprano?”,
me pregunté; abrí y era José; estaba llorando. Yo me abalancé sobre él, echándome
en sus brazos, y le dije:
—Te amo, José
hijo de Jacob.
—Yo también a ti María, la “llena de gracia” —. José bajó la cabeza y añadió—: por
lo que más quieras, perdóname.
—No tengo nada que perdonarte —le dije mientras lo besaba en la cabeza—; eres
el sol que ha puesto Yahvé en mi vida.
—Me voy a trabajar; simplemente quería venir a pedirte perdón por dudar
de ti, y decirte que Gabriel vino a verme en sueños y me contó todo. Me sentí
tan mal por haberte tratado mal, que casi no pude seguir durmiendo —José
seguía avergonzado—. Me levanté temprano para poder venir a verte.
—Gracias por venir. Prométeme que volverás esta noche y hablamos.
—Te lo prometo. Nos veremos en la tarde. —Yo me quedé feliz y tranquila.
“Gracias Yahvé por escuchar mis oraciones”, le dije; y sonreí. Mi madre salió
de su habitación y me dijo:
—¿Qué ha pasado, que escuchaba voces?
—Era José —le dije sonriendo—e inmediatamente se me subió la sangre a las
mejillas. —Ella se rio. Luego enarcó las cejas y dijo:
—Ya sabía yo que esto se arreglaba rápido —. Luego enarcó las cejas de
nuevo—. ¿Por qué está todo tan ordenado?
—Es que no podía dormir, mamá, y me puse a limpiar.
—Gracias hija. Eres un sol.
—Mamá, no te lo había dicho: quiero ir a ver a Isabel.
—¿Tú? ¿Cómo se te ocurre?
—Mamá, Isabel está encinta, y quiero ir a ayudarle —Mi
madre estaba como muda—. Hay mucha gente que va hacia Jerusalén. Yo podría
ir con cualquier caravana.
—Espera; ¿qué Isabel está encinta? ¿Y eso cómo lo sabes tú? Además ella
es estéril. ¿Quién te lo ha dicho?
—Mamá, confía en mí. Confía en Yahvé.
—Hija, no lo sé. Lo hablaré con tu padre. —Por la noche vino José con unos
jazmines. Yo sonreía como si el mundo entero lograra caber dentro de mi pecho,
y lo miraba realmente enamorada.
—He estado todo el día pensando en ti; casi no pude trabajar pensando en
lo que viene —me dijo.
—Yo tampoco. Creo que todo esto ha venido del Espíritu de Yahvé, y
debemos obedecerle. Yo estoy feliz, pero también quiero hacerte feliz a ti.
—¿Qué dices?—protestó—. ¡Si yo soy el hombre más feliz del mundo de poder compartir mi vida
contigo y con este niño! Ya verás la casa tan bonita que vamos a tener. Por
ahora tú no la ves, pero yo sí. —Él había comenzado a construir una casa, pero yo no
entendía el dibujo que había hecho sobre un papiro.
—Seguro que, si la haces tú, será hermosa —le dije—.
Hay una cosa que no te he dicho: quiero ir a ver a Isabel.
—¿La señora que es prima de tu madre?
—Esa misma; está embarazada y le quiero ir a ayudar. —José
puso cara de desconcierto.
—¿Qué? ¿No era ya muy mayor? ¿Y además no era estéril?
—Ya lo ves. Para Yahvé no hay nada imposible. Así me lo dijo Gabriel. Y
creo que a mis padres no les va a gustar que yo vaya sola. ¿Tú me acompañarías?
—Pues no es fácil. ¿Cuánto tiempo quieres estar allí con ella?
—Pues como unos tres meses.
—¿Tanto tiempo?
—Sí, porque está ya en el sexto mes, y quiero ayudarle con todas las
cosas de la casa, y también durante del parto. Recuerda que son mayores, y no
estoy segura de que puedan bastarse ellos solos, estando Isabel como está. —José
se quedó pensativo; se rascó la cabeza y finalmente sonrió.
¡Cuánta ternura en el relato! ¡Imposible no ver la mano de Dios en él! ¡Qué mirada tan llena de amor! Me encanta la mirada y la dulzura con la que se hablan José y María.
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