EL PRINCIPIO DE TODO

VIDA DE JESÚS DE NAZARET


Adán y Eva en el paraíso
Adán y Eva desobedecen a su Padre
"Soy vuestro Padre y nunca voy a dejar de serlo"


Cuando era un bebé sin conciencia, solo lograba sentir el profundo cariño de mi Padre; él me miraba, me bañaba, me acariciaba, me hacía sentir que yo era una parte de su vida; yo no hablaba; no lo podía hacer; era demasiado pequeño; a duras penas abría y cerraba instintivamente mis ojos, pero mi corazón me decía que mi Padre estaba ahí. Me sonreía; seguro que me sonreía; me hablaba aunque yo no entendiera, y me susurraba frases de cariño. Aprendí a hablar y mis primeras palabras fueron las que aprendí de su corazón.

Comencé a crecer y, con la consciencia, llegué a darme cuenta del ambiente que me rodeaba; estaba ahí, en medio del mundo, mirando a lado y lado sin saber qué hacer. Pero como mi Padre se preocupaba por todo lo mío, comenzó a enseñarme el mundo. A mi lado, tenía un ser que se parecía mucho a mi Padre y a mí; hablaba con voz aguda, mientras yo lo hacía con voz más grave. Nuestro Padre caminaba con nosotros por el bosque, por las playas, por los desiertos y por los montes, y nos había enseñado a jugar con las cosas que encontrábamos; era lo que hacíamos todo el día: jugar con Él y reír; reír mucho. Al atardecer, ambos nos recostábamos en el pecho de nuestro Padre, y sentíamos su respiración acompasada con el latido de su corazón, que era un bálsamo de tranquilidad infinito.

Cuando amanecía nos enseñaba el sol, y nos protegía de sus rayos. La naturaleza que teníamos a nuestro alrededor era un potente estímulo que impactaba nuestra manera de mirar y sentir; las flores, cada una con su olor; los animales, algunos amables y cariñosos; otros agresivos y despiadados. Cada uno tenía una función en el mundo. “¡Ponedles nombres!”, nos dijo nuestro Padre un día, y comenzamos un juego nuevo en el cual hacíamos corresponder una palabra con cada cosa que veíamos. Como pusimos tantos nombres de golpe, algunos se nos olvidaban; “pájaro”, nos recordaba nuestro Padre, mientras movía los brazos, como si fuera a intentar volar. Nosotros soltamos una carcajada, mientras repetíamos: “¡pájaro!”. Él tenía una memoria prodigiosa, y nos recordaba los nombres de todos. Nosotros sonreíamos, y Él nos tomaba de la mano, mientras caminaba con nosotros y nos sonreía también.

Comenzamos a madurar, nuestro cuerpo comenzó a cambiar, y nuestras dudas a florecer. ¿Nuestro Padre iba a estar con nosotros para siempre? ¿El mundo por qué cambiaba? ¿Y por qué cambiábamos nosotros con él? Con esas dudas nos sumergíamos en las realidades mucho más complejas que encerraba la vida. Pero también comenzamos a predecir las cosas que sucedían en el mundo. “El sol se va a ocultar”, pensaba, “y luego todo se pondrá más frío”, y así sucedía. Todo comenzó a tener sentido. Nuestro Padre seguía a nuestro lado, enseñándonos, pero cada vez éramos un poco más independientes.

Así, el mundo dejó de ser una “cosa rara”, para convertirse en un sitio que considerábamos nuestro hogar. Sin embargo, mientras crecía nuestra seguridad en nosotros mismos, comenzamos a alejarnos un poco de nuestro Padre. No era que Él no fuera importante para nosotros, sino que queríamos ser independientes y teníamos ansias de libertad, como todos los jóvenes. Y así, yo creo que nos fuimos alejando inconscientemente. La dependencia que teníamos en Él se fue esfumando, cuando ya las cosas que teníamos alrededor fueron careciendo de importancia. “¡Mirad el atardecer!”, nos decía nuestro Padre, pero a nosotros ya no nos parecían tan impactantes los arreboles incendiados con colores imposibles. ¡Muy tarde comprendimos la valía de nuestra vida a su lado!

Yo aún estoy confundido con lo que sucedió: ese día amaneció plomizo y frío, como prediciendo lo que pasaría. Mi compañera salió de paseo; la vi marcharse al lado de algunos animales. Yo me quedé en el jardín mirando el despertar de algunas flores que no había visto antes. Al rato, mi compañera volvió; me habló de alguien parecido a nosotros, con ojos muy oscuros, que nos habló de nuestro futuro y nos impulsó a desobedecer a nuestro Padre. Pensándolo, nos pareció que el ser de ojos oscuros podía tener razón; nuestro Padre era bueno, pero tampoco consideramos como algo tan malo, hacer lo que el ser nos proponía, sobre todo si eso nos iba a llevar a comprender y a saberlo todo. “Seréis como dioses”, le había dicho el ser a mi compañera. Ambos nos miramos, y tomamos la decisión; y fue la decisión equivocada. Aún lo recuerdo;  desobedecer a nuestro Padre fue el error más grande que pudimos cometer.

Las consecuencias de ese rechazo fueron un golpe tremendo, que cambió radicalmente nuestra vida. Antes, no nos cansábamos nunca caminando, pero ahora subir una cuesta nos dejaba exhaustos; el cuerpo nos dolía y nos hacíamos daño; estábamos tristes y sin fuerzas para hacer las cosas; lentos para comprender y torpes para andar por el mundo. Pero lo que más nos costaba era tener que asumir la carga de no tener la fuerza y la seguridad que nos daba nuestro Padre. “Yo no voy a poder”, le dije un día a mi compañera entre lágrimas; “no voy a ser capaz”, pero ella me contestó que sí; “nuestro Padre nos ha dicho que seremos capaces, y yo le creo”. Mi compañera se convirtió en mi fortaleza; una frágil fortaleza comparada con nuestro Padre, pero me ayudaba a enfrentar la vida.

Un día nuestro Padre nos reunió a su lado. “Vosotros sois mis hijos”, nos dijo y, para que yo lo entendiera, me miró directamente a los ojos: “yo nunca os voy a dejar solos, y voy a ayudaros en todo; aunque no me sintáis a vuestro lado, y en algunos momentos de vuestra vida penséis que me he ido para siempre, no será verdad, porque ahí voy a estar. Os dejo en el mundo, para que viváis de él, y para que lo cuidéis. Tenéis todo para ser felices si seguís a mi lado. Habladme en espíritu, que yo siempre os escucharé; ¡siempre! Sois mis hijos; ¿Cómo no voy a cuidaros?”

“Amaos y respetaos. Tendréis muchos hijos que también van a ser hijos míos; muchos de ellos harán de la tierra un lugar mejor para vivir, pero algunos de ellos no querrán ayudar a cumplir el plan que yo tengo para el mundo, y no pensarán en el bien de sus hermanos; sin embargo, tal cual habéis visto, el mundo es difícil y todos vuestros hijos van a heredar vuestras virtudes, pero también heredarán la debilidad que tenéis y, por eso, todos los que vengan a este mundo también se van a equivocar; sin embargo, todas esas equivocaciones van a tener remedio; en mi amor estará el remedio”.

Luego se dirigió a mi compañera, y le sonrió: “tú serás la madre de todos los hombres, y una hija tuya será la que pise la cabeza del mal con su bondad y con su sonrisa; su corazón será un manto amoroso que se compadecerá de los sufrimientos de mujeres y hombres, convirtiéndose en una nueva madre para todos; ella tendrá un Hijo, que también será mío, y que os enseñará cómo podéis vivir de acuerdo con mi voluntad en la tierra”. Entendíamos poco de lo que nos decía, pero veíamos en todo su mano cariñosa. Entonces, nos miró con cariño, adivinó la angustia en nuestros ojos tristes y se compadeció. “Soy vuestro Padre y nunca voy a dejar de serlo”, nos dijo, mientras nos dedicó una última sonrisa antes de despedirse.

25 de Julio de 2017 – Solemnidad de Santiago el Mayor, apóstol.

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En un viaje a Jerusalén para estabilizar la tumba donde,
según la tradición, fue enterrado Jesús de Nazaret,
el Padre Carlos Pineda encontró una caja de cedro,
que contenía papiros con cartas y otros documentos.

Esta novela es su recopilación ordenada.

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